Las Escrituras nos enseñan que los pactos son como un matrimonio.
La ley era nuestro esposo; estábamos sujetos a ella. Debíamos hacer lo que decía y tenía una correa de cinturón bien grande para azotarnos cuando fallábamos. ¡Pobre la gente que estaba bajo la ley!
Romanos 7:23
2 Porque la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras este vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido. 3 Así que, si en vida del marido se uniere a otro varón, será llamada adúltera; pero si su marido muriere, es libre de esa ley, de tal manera que si se uniere a otro marido, no será adúltera.
Jesús nos amó. Él vio nuestra condición, vio que estábamos casados con la ley y la única forma de liberarnos de ella era mediante la muerte, por eso Él nos dio una muerte. Murió por nosotros.
La ley y la gracia, así como los mandamientos y el Espíritu, son cosas completamente diferentes, como el cielo y la tierra.
Luego vi que la ley son solo palabras, en cambio, la gracia es Espíritu y vida. Terminé confesando mi adulterio espiritual con dos esposos. Verás que en Romanos, Pablo utiliza «estar bajo la ley» y «estar bajo la carne» con el mismo significado. Son intercambiables. Parte del problema es que la carne necesita la ley, van de la mano.
«Sin embargo, ustedes no viven según la naturaleza pecaminosa, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios vive en ustedes. Y, si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo» (Romanos 8:9).
Yo nací de nuevo para pertenecer a otro esposo: Jesús en mí. Ahora, Él es mi Esposo. Él no me azota, me capacita para andar en sus caminos.
Ahora, aquí tenemos un problema. Durante años las personas de mi iglesia y yo estuvimos en una relación adúltera con dos esposos. Te contaré mi experiencia, pero no quiero que pienses que estoy acusándote de algo. Yo intenté cumplir la ley y los mandamientos con todo mi corazón. Intenté estar en buenos términos con mi antiguo esposo diciéndole:
—Cumpliré este mandamiento, Señor —. Luego, cuando fallé, fui con el nuevo esposo—: Oh, Señor, perdóname, he fallado. Sé que tú moriste por mí y que tu sangre es suficiente. ¡Límpiame con esa sangre! ¿Me perdonas?
Y el Señor me dijo:
—Sí, te perdono. Esa es mi gracia.
—¡Gracias! Ahora estoy otra vez en victoria y puedo cumplir los mandamientos y ser fiel al anterior esposo —. Lo intenté y, cuando fallé, otra vez fui con el segundo esposo—: ¡Alabado sea el Señor! ¡Él me perdonó! ¡Él tuvo misericordia de mí! Oh ¡la sangre de Jesús! He confesado mi pecado. Oh, aleluya, ¡Dios me perdonó!
Y luego vuelvo a intentar cumplir otra vez con los mandamientos escritos. Voy de campaña en campaña, consagrándome, recibo el perdón de Dios y luego regreso con el otro esposo. ¿Sabes cómo se llama esto? Adulterio. Es vivir con dos esposos y utilizar los servicios de Jesús para solucionar nuestros problemas con el otro esposo, su rival.
Quiero que veas 2 Corintios 3:3-6 en la Nueva Versión Internacional:
«Es evidente que ustedes son una carta de Cristo, expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios viviente; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones.
»Esta es la confianza que delante de Dios tenemos por medio de Cristo. No es que nos consideremos competentes en nosotros mismos. Nuestra capacidad viene de Dios. Él nos ha capacitado para ser servidores de un nuevo pacto, no el de la letra, sino el del Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu da vida».
El apóstol escribió que él era la pluma, pero el Espíritu Santo era la tinta. ¿Acaso una pluma puede escribir sin tinta? Una pluma sin tinta es como una guitarra sin cuerdas, como un libro sin páginas, como un auto sin motor. Por lo tanto, el Espíritu Santo es la tinta y la gente a la que les ministramos es el papel. Esto es bastante nuevo. ¡Es el nuevo pacto! Un pacto eterno.