“Le entrego a Jesús la mochila llena de todas mis preocupaciones, pero me doy cuenta que luego, sin saber cuándo ni cómo, la vuelvo a cargar. ¿Cómo puedo lograr deshacerme definitivamente de todo ese peso?”. 

Así comenzó la conversación con una mujer en el consultorio pastoral. La inquietud, el agobio y la angustia se dejaron ver entre las lágrimas que brotaron de sus ojos. Antes de poder enumerar las causas, los síntomas mostraron su protagonismo en aquellas palabras.

Muchas veces, no resulta tan fácil encontrar el por qué la mochila que cargamos pesa tanto. Desde las rutinas cotidianas, las demandas familiares, laborales hasta los asuntos internos y conflictos externos sin resolver, se transforman en piedras que amenazan con hundirnos bajo tierra. Lo cierto es que toda esa carga pesada va provocando secuelas acumulativas, sumadas a las señales propias de los tiempos post pandémicos que nos toca vivir. Sin duda, se ha incrementado significativamente el peso sobre las espaldas.

Un informe de la agencia sanitaria de la ONU destaca que luego del COVID-19 la ansiedad y la depresión crecieron más entre las mujeres que entre los hombres y en los jóvenes más que en los adultos. Entre los factores que condujeron a los altos niveles de malestares mentales y emocionales fueron la soledad, el miedo a la infección, al sufrimiento y a la muerte, tanto propia como de los seres queridos, el dolor tras el duelo y las preocupaciones económicas.

Son múltiples las razones que sobrecargan la mochila que llevamos, el tema es qué vamos hacer. ¿Nos resignaremos a caminar con ese peso a cuestas o nos liberaremos de las cargas? Como aquella mujer me dijo, en ocasiones empezamos bien, depositamos en manos de Jesús lo que nos estorba, pero sin darnos cuenta lo volvemos a tomar. El desafío consiste no solo en empezar sino en permanecer bien, livianas, libres de todo peso que nos impide avanzar, que nos limita y nos hace estar ancladas al dolor, la pérdida, al enojo, a los conflictos, a las experiencias del pasado y las circunstancias del presente que abruman y llenan de ansiedad.

La Biblia nos cuenta la historia de dos hermanas, Marta y María. Dos mujeres que reflejan estas posturas. Cuando leemos el relato de Lucas 10: 38 – 42, notamos lo diferentes que eran aquellas hermanas, sin embargo, las dos eran amigas de Jesús y Él las amaba. 

A simple y primera vista admiramos la devoción de María. Su disposición de sentarse a los pies del maestro y permanecer cautivada ante sus palabras, absorbiendo las enseñanzas y revelaciones de Jesús, la convierte en un modelo a seguir. En cambio, Marta, abrumada y sobrecargada de preocupaciones y afanes. Todas deseamos más de María y menos de Marta

Pero, si prestamos atención veremos que, aunque tuvo que ser advertida por Jesús para no sucumbir bajo el peso de sus muchas ocupaciones, Marta mostró una buena iniciativa. Dice Lucas 10.38: “Mientras iba de camino con sus discípulos, Jesús entró en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa”. No fue María la que invitó a Jesús, fue su hermana la que lo recibió, lo hizo sentir en casa, se ocupó de los detalles al preparar la mesa y atender al maestro.

Era Jesús, no permitiría que siguiera de largo, Marta le abrió las puertas de su hogar. Empezó muy bien. Como muchas de nosotras lo hacemos. Pero, sus muchos quehaceres la sobrepasaron y la desenfocaron de Aquel a quien quería agasajar. Jesús no le dijo que debía dejar todo lo que estaba haciendo y sentarse, con ternura y amor, le hizo ver que reprochar y victimizarse no la ayudaría  ni la aliviaría en nada.

Cuando desviamos la mirada de Aquel que puede aligerar de verdad nuestras cargas, nos pasa como a Marta, nos llenamos de quejas y de reproches a quienes nos rodean”.

Tratamos de encontrar culpables de nuestra sobrecarga pesada y nos perdemos lo único que nadie nos puede quitar, la mejor parte, esa que María había elegido, estar completamente presente ante Jesús.

¿Cómo caminar libres de todo peso que nos agobia?

  • Tomá la iniciativa de invitar a Jesús a tu vida cada día.
  • No lo pierdas de vista. Miralo a Él. Que nada te desenfoque.
  • No cedas a la tentación de encontrar culpables de tu cansancio por mochilas pesadas sobre tus espaldas.
  • Mientras cumplís con tus responsabilidades diarias, no dejes de mirar a Jesús y de deslumbrarte ante quién es Él.
  • Permití que sus palabras te alivien, te enseñen, te guíen y te direccionen en su voluntad para tu vida.
  • Compartí la mesa con amigos y disfrutá de su compañía. Buenos y distendidos momentos alivian muchas tensiones.

Nada ni nadie te podrá quitar la mejor parte: vivir libres de pesos que no te pertenecen y disfrutar cada día del descanso y paz que solo encontramos en Jesús.

Licenciada en Comunicación Social (UNLP). Casada con Juan Pablo Sosa y tienen dos hijos. Junto a su esposo pastorean la iglesia Vida Sobrenatural en la ciudad de La Plata. Es autora del libro: “Mujer Maravilla, cuando la realidad supera a la ficción”, da charlas, talleres, consejería pastoral y es impulsora de diferentes proyectos audiovisuales.