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Ser para desaparecer

A lo largo de nuestra vida, transitamos diferentes etapas; desde la niñez a la vejez, pasamos por muchos procesos, algunos de los cuales se tornan más complejos que otros. Podemos definir el término proceso como «conjunto de fases sucesivas de un fenómeno o hecho complejo». Pero ¿qué dice Jesús sobre esto?

Tomemos como ejemplo la conversión de Simón Pedro. «Luego lo llevó a Jesús, quien, mirándolo fijamente, le dijo: ‘Tú eres Simón, hijo de Juan. Serás llamado Cefas (es decir, Pedro)’” (Juan 1:42). El Salvador tuvo la capacidad de ver y describir su momento actual y su realidad. En la actualidad, era Simón, pero su destino en Cristo era ser Pedro.

Esto nos conmueve, porque encontramos gracia inmerecida en Él por algo que no buscamos sino que fuimos encontrados por su amor que no desiste de nosotros gracias a que el Maestro puede ver la obra terminada. Pero todo esto trae consigo un proceso entre nuestra actualidad y su verdadera realidad.

Desde nuestra conversión a Cristo, podemos repasar en nuestra memoria muchos momentos hermosos donde vimos el poder de Dios sobre nuestra vida, las manos de Él protegiéndonos del peligro o cualquier cualidad que podamos encontrar en su amor. Pero esa experiencia o recuerdo que tenemos del Señor no es el final del camino o la cumbre máxima de su bondad; cada día tenemos que morir, desaparecer para que Él aparezca.

«Por más que estemos en Cristo, no nos detengamos hasta que seamos lo que Él vio desde el principio de los tiempos».

Seguramente te tocó haber prometido algo a Dios que no lograste cumplir, algo que, sencillamente nos pasó a todos; es normal que pase, pero cuando morimos, Él achica la brecha para que ya no hable ni prometa desde mi carne, sino que mi hablar sea el suyo.

Cada etapa de nuestra vida es un proceso. Pero, para responder a la pregunta del principio sobre qué dice Jesús sobre el proceso, diremos que es el medio por el cual Dios nos prueba con diferentes circunstancias para llegar a ser lo que Él espera.

El apóstol Pablo experimentó su proceso también, ya que en Gálatas 2:20 escribió: «He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí». 

Pablo persiguió al Señor, pero cuando vió la luz de Cristo, quedó ciego por tres días. Perdió total conexión con lo externo, para conectarse con la fuente que ahora habitaba en su corazón. Necesitamos, como cristianos, enamorarnos tanto de su persona que solo nos importe su aprobación y no la de los demás.

Por eso es tan importante que podamos experimentar la cruz, entendiendo el precio que Jesús pagó por nuestra vida.

«Si la cruz no nos conmueve, no lo hará nada».

La necesidad poderosa de entregar lo mío para obtener lo de Cristo debe ser la prioridad de cada día en nuestros corazones, ya que puedo tener cosas buenas, pero lo de Él es perfecto.

Cuando morimos, siempre vamos a algo mejor; una semilla, cuando es plantada, necesita morir para dar fruto. La semilla quizá no quiera morir, pero al hacerlo, un gran fruto viene en camino. Nuestra tarea no tiene que ser mejorarme o buscar destacarme entre los demás, sino salir de escena, para que Él sea el protagonista. Aprender a perder para ganar, a dar para recibir y a que muera nuestra forma de ser para revivir a su forma.

Él quiere usarte para vivir el mensaje de la cruz de tal manera que contagies a quienes están a tu alrededor. Cuando tu carne quiera defenderse, recuerda al Cordero.

No tengas miedo de la cruz, no busques atajos para el proceso; por más que duela, es el único camino que nos hace valorar el sacrificio, la muerte y la resurrección de Cristo. El Salvador tomó las llaves de la muerte y del infierno; el enemigo no tiene ni las llaves de su propia casa.

Marcos Brunet, en su libro Ser para hacer, comentó: «El secreto del éxito en el Evangelio no es comenzar bien sino permanecer fiel hasta el fin. Si te mantienes mirando al Cristo crucificado, nunca te cansarás de servir, de amar, de entregarte, y de soportar el proceso sabiendo que Dios no te dejará en la cruz, sino que te resucitará con su poder creativo y restaurará todas las cosas a su forma».

Redacción
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