mail

Suscribite a nuestro boletín

Cristo y la cultura

¿Cómo deben los cristianos comprometerse y relacionarse con la cultura circundante? ¿Es posible vivir en el mundo pero no ser del mundo? Estos interrogantes han desafiado a la Iglesia en toda su existencia. Consideremos a las Escrituras como única fuente autorizada para entender una concepción más fiel de la Iglesia y la cultura, así como de la relación entre ambas. 

La famosa oración de Jesús por el Cuerpo de Cristo en el evangelio de Juan capítulo diecisiete es la declaración más exacta de cómo debe ser la relación entre los creyentes y la cultura. El Señor nos ha llamado a la santidad y a no tomar la forma de este mundo —“conformarnos con el mundo”—, pero sí nos quiere dentro del mundo. Probablemente, Él reconoció que el problema real con la mundanalidad no era algo «que estuviera afuera, en el mundo», sino, más bien, algo muy dentro de nosotros mismos: nuestra propia incredulidad, orgullo e ingratitud hacia Dios.

Entonces, ¿qué significa estar en el mundo pero no ser de este mundo? Significa que nuestra identidad, pensamientos, prioridades, sentimientos y valores no deben ser controlados por el mundo.

En cambio, sí deben ser continuamente santificados por la Verdad: la Palabra viva de Dios. Y como personas santificadas, Jesús nos envía al mundo, de la misma manera que su Padre lo envió. El apóstol Pedro les recordó a los primeros creyentes del siglo algo muy importante en este sentido. Él dijo: “Como bien saben, ustedes fueron rescatados de la vida absurda que heredaron de sus antepasados. El precio de su rescate no se pagó con cosas perecederas, como el oro o la plata, sino con la preciosa sangre de Cristo» (1 Pedro 1:18-19). El término «vida» aquí corresponde a anastrophe en griego, y es muy parecido a la palabra «cultura». Todos hemos sido redimidos de una forma de vida sin Dios hacia una nueva forma de vida. Esto quiere decir que ser cristiano es, en sí mismo, la experiencia intercultural final. Somos redimidos de una cultura sin Dios para una cultura creyente, desde el momento en que comenzamos a escuchar la Palabra redentora del Evangelio. 

Es esta Palabra redentora que sigue, a pesar de su antigüedad, vigente, y es una fuerza clave que contribuye con las necesidades profundas de la mente y el corazón humanos. Además, esta Palabra es crítica de la cultura, denuncia los pecados. Muchas de las ideas que circulan en los espacios educativos o en las redes sociales son repugnantes para la Palabra de Dios. Pero no queda solo en la denuncia, sino que ofrece sanar definitivamente los corazones ansiosos y las mentes torturadas que produce tal cultura.

Si observamos la historia de la Iglesia, vemos como principal característica una marcada y constante división entre lo secular y lo sagrado, pero al tomar como modelo lo que es, en esencia, ser cristiano —el Sermón del Monte—, esta división desaparece. Este precioso manifiesto que Jesús proclama describe lo que Él deseaba que cada seguidor suyo fuera e hiciera. Nos muestra, entre bienaventuranzas y cualidades, el llamado de Dios a un pueblo para sí mismo, que lo represente fielmente, cuya vocación sea coherente con su identidad: hijo de Dios. Es en esa identidad donde la división se acaba: ya no hay clero ni laicado, únicamente hijos de Dios. Para muchos críticos, el Sermón del Monte es impracticable y, en cierto sentido, esto es así, pero, ¿en cuál sentido? Porque es posible practicarlo solamente si se ha nacido de nuevo; quienes experimenten ese nuevo nacimiento a través de la obra del Espíritu Santo en sus corazones están listos para realizarlo. No se trata de normas o prohibiciones externas, sino de vivir en una justicia interna, la del corazón, donde reside el problema del ser humano. Cada cristiano debe difundir esa luz, y para hacerlo, es necesario que esté en el mundo, y no huyendo de este. Si así fuera, tendríamos como resultado una transformación del orden social, pero no a través de una acción directa de la comunidad cristiana sobre las estructuras sociales, sino por la manifestación de un nuevo hombre con otro espíritu, los hijos del Reino de Dios.

La obra de redención de Cristo, salvar a los hombres para introducirlos al Reino, comprende también la restauración de todo el orden temporal. Por tanto, la misión de la Iglesia no se limita a anunciar el mensaje de Cristo y su gracia a los hombres, sino también impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con los principios del Reino. La misión histórica y primaria del ser de la Iglesia es prolongar la misión de Cristo y  hacerla visible en la historia de los hombres, y eso es obra de cada creyente, porque su Iglesia está constituida por cada hombre, mujer, joven, adolescente o niño que sea portador de la vida de Cristo; creyente, cristiano o seguidor de Cristo, como mejor se prefiera llamarlo. La manera más práctica de perpetuar la misión de Cristo es manifestarlo en todo momento, y no solo dentro de las paredes de un templo o detrás de un púlpito. El Espíritu nos convoca y nos invita a ser protagonistas de tal “supremo llamamiento”. No lo hagamos esperar, demos el presente. Es urgente y vital, cada minuto es valioso.

Yonathan Lara
Yonathan Larahttp://www.yonathanlara.com
Yonathan es un joven apasionado por Dios y su propósito. Está casado con Miru Gómez y son padres de Amelie. Son Pastores en la Congregación CTHTN y directores ejecutivos del CEAP, Centro de Entrenamiento de Alta Productividad. Han recorrido más de 95 países enseñando y compartiendo lo que Dios les ha dado por Su Gracia.

Otras

CRISTIANAS

hola
Enviar Whatsapp
error: Gracias por interesarte en las publicaciones de La Corriente, para su uso o difusión, por favor escribirnos a [email protected]