mail

Suscribite a nuestro boletín

¿Qué rostro tiene la fe?

La fe y el sacrificio de Cristo

Un día, siendo parte de una de las reuniones de oración comunitaria que tenemos en nuestra iglesia local, el Espíritu Santo me hizo la siguiente pregunta. “¿Qué rostro tiene la fe?”. Fue sencillo descubrir que Él estaba buscando mostrarme la apariencia de una persona de fe, y para eso necesitamos ir al origen.

Nuestra fe tiene un fundamento y ésta es la victoria de Cristo en la cruz. No es un hecho presente o futuro, sino pasado. Sobre él nos basamos para encarar nuestro día a día y nuestro porvenir. Cuando Jesús se entregó por nosotros, estaba dando origen a nuestra fe, y aún nos estaba dejando las claves que necesitamos para encarar una vida de fe.

La crudeza del relato profético de Isaías 53 hace un gran énfasis en el sufrimiento del Mesías. “Despreciado y rechazado por los hombres, varón de dolores, hecho para el sufrimiento… (vs. 3)”; “Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades… (vs. 5)”; “Pero el Señor quiso quebrantarlo y hacerlo sufrir… (vs. 10)”. Si el sacrificio de Cristo fue el origen de nuestra fe, lo que padeció fue el fermento en el que ésta fue gestada.

Entonces, ¿Cuál es el rostro de la fe? Para responder esta pregunta hay que mirar a Cristo, “el autor y consumador de nuestra fe” (Hebreos 12:2). En el origen de nuestra fe, Cristo Jesús mostró abnegación, entrega, determinación y perseverancia. Su camino no fue de pétalos de rosa, sino de piedras filosas. Por lo tanto, la apariencia de la fe tiene semejanza a Cristo.

Creer la Palabra

La fe no es una realidad abstracta, sino que se evidencia en las acciones de nuestra vida. Santiago el Justo dijo que “también los demonios creen en Dios y tiemblan ante Él” (Santiago 2:19), ¡pero eso no cambia su realidad! En la calle es normal que, al evangelizar, la gente responda que cree en un ser superior, ¡pero eso no cambia su realidad!

Nuestra fe no viene por creer que Dios exista, sino por aferrarnos a su Palabra, y ésta nos revela que en la entrega de Cristo se obtuvo nuestra victoria. Por eso el apóstol Pablo, en Efesios 2:8 y 9, dice que somos “salvados mediante la fe”, la cual no procede de nosotros, sino que es un regalo de Dios. Además, aclara: “no por obras, para que nadie se jacte”. Y por si alguno aún tiene dudas, en el versículo 10 agrega: “somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras”.

Por lo tanto, nuestra fe tiene que ver con tomar la Palabra de Dios, y aprender a vivir por ella. Fue Cristo quien nos forjó para que vivamos la fe que no procede de nosotros, ¡sino de su victoria! Con su abnegación, entrega, determinación y perseverancia, a pesar de toda la oposición, Él dio a luz la preciosa fe, que nos permite encarar nuestro presente y porvenir con esperanza.

El rompimiento

Cuando oraba ese mismo día, en la oración comunitaria, escuché al Espíritu Santo darme otra clave para buscar responder a su pregunta: “La fe que provoca un rompimiento, nace de un rompimiento”. Y la explicación a esto es sencilla: si la apariencia de la fe es semejante a Cristo en su entrega, nuestro propio rompimiento provocará los milagros que estamos buscando ver.

Muchas veces, durante procesos personales, y contendiendo por ver un milagro en la vida de otros, la pregunta recurrente que me hacía a mí mismo es: ¿Estoy haciendo todo lo que puedo hacer para ver a Dios moverse? La verdad es que muchas veces me tuve que autoresponder: NO.

A decir verdad, los desafíos de fe implican que en nosotros se vea lo que se vio en Cristo: abnegación, entrega, determinación y perseverancia. Y, si somos sinceros con nosotros mismos, muchas veces no estamos dispuestos a rompernos para provocar el rompimiento que deseamos ver.

La fe no es difícil, pero su camino muchas veces incomoda a nuestra carne. Ahí mismo es donde debemos poner toda nuestra fuerza, para que nuestra respuesta a los desafíos sea espiritual y, a través de la fe, provoque lo que tenemos a disposición como hijos de Dios.

Acciones de fe

Pero quiero volver a Santiago. Porque esta pequeña carta, en el capítulo 2, del 18 al 24, también nos habla de lo importante que es comprender que la fe se manifiesta a través de nuestras obras. Esto se complementa bien con lo que ya vimos antes: la fe no es solo creer, sino tomar la palabra y ponerla en práctica, porque fuimos creados en Cristo “para buenas obras”.

Para nuestra carne es incómodo ayunar, orar, meditar en la Palabra, o responder a lo que sea que Dios nos llame a responder con un desafío. El ejemplo que pone Santiago es formidable: Abraham, nuestro padre en la fe, se graduó en esta escuela cuando obedeció a Dios, quien le pidió que sacrificara a su único hijo Isaac. ¡Qué locura! El mismo Dios que se lo dio, se lo estaba pidiendo. Pero, en realidad, la fe de Abraham estaba siendo probada. Si conoces la historia, tiene un final feliz, pero, ¿qué hubiéramos hecho nosotros en el lugar de Abraham?

En conclusión, vivamos por la Palabra, obedezcamos la Palabra, y, en consecuencia, actuemos en fe, atreviéndonos a rompernos las veces que sea necesario, con tal de ver aquellos rompimientos que Cristo Jesús ganó a través de su victoria.

David Decena
David Decena
Pastor junto a su esposa, Abigail, de Victory Church (Mnes. Argentina). Realiza una maestría en orígenes del cristianismo en España. Es Director y co-fundador de EDES (Escuela de Entrenamiento Sobrenatural). Junto a Abigail, pastorea los ministerios creativos de su casa, trabajando en la expansión territorial de la iglesia en otras ciudades.

Otras

CRISTIANAS

hola
Enviar Whatsapp
error: Gracias por interesarte en las publicaciones de La Corriente, para su uso o difusión, por favor escribirnos a [email protected]