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¿Qué pasa Señor?

Esta es una de las preguntas más frecuentes que los cristianos solemos hacer cuando vemos que las cosas no ocurren como esperamos. No hablo de gente con una actitud perversa o aquellos que practican pecados groseros, sino de personas santas y piadosas que no ven en sus vidas los resultados que anhelan. 

Cuando no logramos conciliar las cuentas entre lo que sembramos y nuestra cosecha, comienzan a brotar toda clase de preguntas desde la profundidad de nuestro ser. Creemos una palabra profética que nos llevará hacia otra dimensión de vida y la sostenemos en el tiempo, pero cuando la espera por el cumplimiento se dilata demasiado, las preguntas aparecerán indefectiblemente. 

En la intimidad de nuestro ser, donde las caretas que usamos para presentarnos ante los demás no son efectivas, debemos reconocer que hay cuentas que no nos cierran. 

Ante las cosas que no logramos explicar, siempre saldrá a la luz la pregunta: “¿Qué pasa Señor?”. Creemos en la palabra de revelación, manejamos piadosamente nuestras finanzas, no practicamos el pecado como un estilo de vida, pero aun así no logramos ver los resultados que esperamos. Esta palabra es para aquellos que enfrentan situaciones en sus vidas (como yo) donde no encuentran una respuesta satisfactoria a esta pregunta. 

Libres de toda maldición

El pasaje de Colosenses 2:13-15 declara: “… Sin embargo, Dios nos dio vida en unión con Cristo, al perdonarnos todos los pecados y anular la deuda que teníamos pendiente por los requisitos de la ley. Él anuló esa deuda que nos era adversa, clavándola en la cruz.  Desarmó a los poderes y a las potestades, y por medio de Cristo los humilló en público al exhibirlos en su desfile triunfal”.

Los hijos de Dios somos libres de toda maldición. Pero al leer el desarrollo cotidiano de nuestra vida, vemos áreas donde la bendición de Dios no se manifiesta de una manera concreta y real. Cuando una bendición no se manifiesta, leemos el efecto de una maldición. 

Un caso práctico

Cuando los moabitas se encontraron frente a Israel, el rey Balac recurrió al profeta Balaam para que maldijera a los israelitas. Dios se apareció al profeta y le dijo: “No irás con ellos, ni pronunciarás ninguna maldición sobre los israelitas, porque son un pueblo bendito». Números 22:12. Dios le recordó a su profeta que era imposible maldecir a un pueblo que estaba bajo su bendición. Un poco más adelante dice:

“Contra Jacob no hay brujería que valga, ni valen las hechicerías contra Israel…” Números 23:23

Si nos plantean esta misma situación seguro responderemos con estas palabras, pero cuando leemos el desarrollo de nuestra vida, vemos áreas donde esta no es una realidad evidente. En el capítulo 25 vemos a los hombres de Israel cerrando los cielos sobre sus vidas cuando se prostituyeron con las mujeres moabitas, acarreando sobre sí mismos la tragedia que Balaam no pudo desatar. 

Un acto voluntario

Si entramos en un cuarto sin ventanas y en completa oscuridad, para cambiar esa situación solo tenemos que accionar el interruptor y encender la luz. Si están dadas todas las condiciones para que la electricidad fluya sin inconvenientes hasta la lámpara, se encenderá cuando accionamos el interruptor. La luz no se manifiesta espontáneamente, requiere de una persona que realice un acto voluntario que posibilite su manifestación. Aunque nadie tiene la capacidad para maldecirnos, toda bendición que deja de manifestarse en nuestra vida, opera como una maldición que cierra nuestros caminos. 

Nuestra condición legal

El apóstol Pablo declaró lo siguiente en Efesios 1:3: “Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en las regiones celestiales con toda bendición espiritual en Cristo”. Este pasaje nos muestra algunas claves que revelan las características de la bendición de Dios. 

a) “Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Esta afirmación revela las dos características que nos imparte la Fuente de nuestra bendición: 

  • Dios: todo poder y autoridad sobre la tierra
  • Padre: identidad al adoptarnos como hijos

La bendición que recibimos imprimió en nuestro espíritu estas dos características sobrenaturales y eternas. 

b) “…nos ha bendecido…”. El apóstol describe un hecho consumado, indicando una expresión Divina sobre nuestra vida que está sujeta a las características de Aquel que la envió.                    

c) “…en las regiones celestiales…”. Estamos sentados en lugares celestiales gobernando junto con Cristo. La bendición y la identidad que recibimos como hijos de Dios, son para manifestar el gobierno eterno del Señor sobre la tierra y glorificar su nombre.   

d) “…con toda bendición espiritual…”. Todo lo que necesitamos para desarrollar nuestro propósito eterno sobre la tierra se encuentra encerrado dentro de la bendición de Dios. Nuestro problema es aprender a traer las “bendiciones espirituales” al plano material y esta es nuestra responsabilidad personal.

La bendición de Dios refleja nuestra “condición legal” como hijos, pero la “manifestación” representa la evidencia tangible de ese decreto legal.

En síntesis, la manifestación es el “fruto evidente” que demuestra nuestro status de gobierno en el Reino de Dios. Nunca debemos olvidar que Dios es Bueno todo el tiempo y su corazón hacia nosotros no cambia por el color de las circunstancias que nos rodean. ¡Su amor y su fidelidad hacia nosotros son incondicionales! 

Bladimiro Wojtowicz
Bladimiro Wojtowicz
Médico cirujano y escritor, oriundo de Buenos Aires, Capital Federal. Casado con Magdalena Merino. Es autor de los libros “La profecía es para todos” y “Capitanes de Tormentas”.

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