Vivimos días de alegría y emoción con la celebración de “Argentina Campeón del mundo”, y, reflexionando en tantas experiencias atravesadas durante estos meses, pienso que una de las enseñanzas más lindas que podemos llevarnos del Mundial es aprender que sin proceso, no hay crecimiento, y que es el proceso lo que nos encamina al cumplimiento del propósito.
Disfrutamos saber de nuestros jugadores e, incluso, gracias a la redes, por momentos estar un poco presentes en la intimidad del grupo, que no solo es una suma de individualidades brillantes, sino que, precisamente, es un gran equipo, en el cual mutuamente se potencian, se apoyan; cada uno con una función definida, sin envidias ni rivalidades, predomina la humildad y el reconocimiento recíproco, y el triunfo es de todos.
De diferentes formas, todos nos sentimos parte de ese equipo. Aunque no estábamos físicamente en Qatar, aun a miles de kilómetros de distancia, vivimos estos días como si estuviéramos allí, llenos de expectativa e ilusión, sufriendo por momentos (¡muchos momentos!) pero celebrando, al fin, la victoria anhelada.
Sin embargo, aun con un equipo maravilloso, iniciamos con un partido en el que perdimos. Cuánta similitud con esos momentos de la vida en los que, a pesar de esperar lo mejor y contando con recursos, actitud, motivación y palabra directiva de Dios, las cosas no salen como esperábamos y sufrimos esos reveses, los cuales pueden tener básicamente dos efectos: o nos aplastan y frenan, o nos impulsan a dar mucho más, a levantarnos resilientes en medio de las circunstancias adversas y creer que a pesar de sufrir derrotas, dificultades o desilusiones, como dice Romanos 8:37: “somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó”.
Porque ser vencedor no se trata solo de un resultado final, sino de una actitud que nos lleva a atravesar los procesos con determinación y en fe, aunque todo parezca contrario. Y, sin duda, este es uno de los valores que nuestra selección nacional transmitió a lo largo de todo el recorrido. Y es también y principalmente el desafío que tenemos como hijos de Dios cada día de nuestra vida.
En el original del Nuevo Testamento para el mencionado texto de Romanos, el término griego para “vencedor” es nikao, que quiere decir ‘conquistar, ganar una victoria decisiva’. Pero la frase “más que vencedores” es la palabra compuesta hypernikao. Hyper implica ‘más allá de’. Así que una idea más cabal de este término sería: conquistar de manera extraordinaria, sobrepasar los límites de la victoria. Ser «más que vencedor» se puede traducir como «victoriosos de manera completa y abrumadora”.
Todos vivimos y observamos con cuánto sufrimiento y momentos difíciles llegamos a la victoria en este Mundial. Requirió un largo proceso e, incluso, en la final, el golpe inesperado que transformó drásticamente el panorama en apenas dos minutos, cuando todo dejaba ver un triunfo seguro y cómodo.
Y vos podés mirar tu vida y decir: “Es lo mismo que me pasa a mí”. Estás tratando de llegar a un objetivo o de alcanzar tus metas, de avanzar en distintas áreas, y cuando “parece que si”, al final, no. Estás jugando en el partido de la vida pero no encontrás la manera de avanzar, y te sentís lejos de dar vuelta el resultado, y en medio de mil batallas, personales, familiares, financieras…
Es que nosotros, por nuestros propios medios, en muchas áreas de nuestra vida no podemos sobrepasar los límites de la victoria, ni tener un triunfo abrumador siempre. Es más, muchas veces hay partidos que perdemos; cometemos infracciones, a veces parece que es gol pero nos terminan cobrando offside; nos lesionamos, tenemos que quedarnos en el banco, nos equivocamos, somos vulnerables, nos quedamos sin fuerzas, experimentamos dolor, angustia, tristeza, ansiedad, estrés, frustración, cansancio, enojo.
Pero… ¿sabés? Como hijos de Dios, ser más que vencedores no tiene que ver tanto con nosotros sino con la obra que Cristo hizo y continúa haciendo en nosotros y a través de nosotros. PORQUE EL CENTRO DE TODO ES ÈL, NO, NOSOTROS.
Otra versión de la Biblia lo dice así: “En medio de todos nuestros problemas, estamos seguros de que Jesucristo, quien nos amó, nos dará la victoria total” (Romanos 8:37, TLA).
La confianza en Dios en medio de nuestros procesos es lo que nos mantiene con el corazón firme y el espíritu enfocado, con la motivación encendida y los pensamientos arraigados en la verdad de las Escrituras. El equipo de la familia de la fe nos sostiene, acompaña, potencia y levanta para que juntos podamos —dirigidos por el Gran DT de todos los tiempos— avanzar hacia la meta en el cumplimiento de sus propósitos.
Entonces, es especialmente en esos tiempos donde experimentamos la tensión entre lo que Dios dijo pero aún no vemos y lo que esperamos en fe. Podemos proclamar y abrazar junto al apóstol Pablo una declaración poderosa que, por supuesto, es mucho más que palabras: “Sin embargo, gracias a Dios que en Cristo siempre nos lleva triunfantes y, por medio de nosotros, esparce por todas partes la fragancia de su conocimiento” (2 Corintios 2.14, énfasis personal).
No permitas que lo que tenés delante de tus ojos hoy, ese aparente imposible, ese proceso que parece interminable, esa noticia que te desanimó, limiten tu fe o te roben la paz. Vivimos por fe, no, por vista, y la fe no es negar la realidad: es vivir por encima de ella creyendo que el Dios que abre caminos está en control de todo.