Actualmente, vivimos en la “era del plástico”, pero en los tiempos de la Escritura, los utensilios para comer, cocinar, almacenar granos o líquidos y hasta algunos menesteres de higiene, eran de cerámica o barro, aquí hay que hacer una diferencia notable. 

La persona encargada de fabricar y vender esos artículos era el alfarero. Su labor y localización tenía algunas particularidades que hoy nos parecerían hasta irrisorias, pero que sin duda eran muy importantes en el Mundo Antiguo. Tanto, que el mismo Dios lo utilizó como metáfora de su forma de ser. 

Probablemente, Jeremías 18:6 sea el versículo más representativo del oficio de alfarero en la Biblia: “Pueblo de Israel, ¿acaso no puedo hacer con ustedes lo mismo que hace este alfarero con el barro? —afirma el Señor—. Ustedes, pueblo de Israel, son en mis manos como el barro en las manos del alfarero”.

Porcelana, cerámica o barro… ¿Cuál es la diferencia?

En tiendas de bazares, de artículos domésticos o tiendas —no sé cómo se dice donde vives— probablemente la vajilla diga en la etiqueta “plato o taza de cerámica”. Si uno quisiera comprar un juego de té de porcelana china, saldría muchas veces más caro que uno de cerámica. ¿Cuál es la diferencia? Simple: el material de origen. 

“Cerámica”, según el Diccionario Larousse, proviene del griego keramos, que significa ‘arcilla’. Todo objeto que tenga de materia prima la arcilla, se puede considerar cerámica: desde un ladrillo, un plato, una taza o un azulejo. La porcelana proviene de un material llamado caolín, más escaso y más caro. Esta proviene de China, no la conocían los hebreos. La cerámica sí. 

Cuanto más decorada y pintada estuviera la cerámica, más costosa sería. La población más humilde, tendría simples ollas o cacharros de barro cocido para comer o cocinar. Por eso, en los sitios arqueológicos, los utensilios cerámicos pueden determinar si el sitio era próspero económicamente o eran personas de humilde condición. 

Ser alfarero: vivir lejos y apartado de la población

Según el Diccionario Bíblico de Douglas y Tenney, “los alfareros vivían en asentamientos en la parte baja de la ciudad de Jerusalén en las cercanías de Hebrón y Beit Jibrin, donde abundaba la arcilla y donde probablemente estuvieran ubicadas las alfarerías reales” (Mundo Hispano, 2003)

Esa parte baja estaba ubicada en las afueras de la ciudad, no muy cerca de donde se desarrollaba la vida urbana israelita. La razón principal del porqué los talleres estaban alejados, era que debían estar cercanos a los lugares donde abundara la arcilla. Por esto en el pasaje de Jeremías 18, la orden de Dios es que “se levante y vaya a la casa del alfarero”, lo cual implicaba que el profeta saliera de su casa, de su ciudad y realizara una caminata, que le iba a tomar un tiempo considerable. 

Si bien la fabricación era extramuros de la ciudad, los productos se vendían en el mercado, donde eran los más solicitados. 

Fuente: Libro Usos y costumbres de las Tierras Bíblicas. F. White

Como si fueran panaderos, los alfareros también amasaban y horneaban

“… Como alfarero que amasa arcilla con los pies, aplasta gobernantes como si fueran barro” (Isaías 41:25). Lo primero que tenían que hacer con la arcilla era amasarla con los pies, mezclando con agua. Así podría obtener una masa homogénea, consistente, lista para ser moldeada. Este procedimiento podía tomar un par de horas. 

Personalmente, vi un proceso parecido, con arcilla rojiza, realizado por descendientes de los huarpes, los pueblos autóctonos de Mendoza. Se debía evitar que esta mezcla contuviera restos de ramas, hojas o elementos vegetales, porque al cocerse, se quemarían y dejarían la cerámica porosa.   

Como lógicamente no había electricidad, los alfareros tenían su torno compuesto de dos discos de madera, unidos por un eje, el cual giraban con el pie, mientras iban modelando el trozo de arcilla (Wight, F.: Usos y costumbres de las tierras bíblicas, Portavoz, 1953). 

Así eran los tornos utilizados por los antiguos alfareros, donde giraban con el pie uno de los discos, mientras modelaban. En ese proceso de modelado, ocurría que se deformaba o rompía la pieza, comenzándola a hacer de nuevo. Es esa referencia, la que se utilizó como metáfora en Jeremías 18. 

Ejemplo del torno que se utiliza para hacer alfarería con el pie. Crédito: EnfangArt

Como el mismo autor señala, las piezas de alfarería se cocinaban en un horno especial, aunque, previamente, se las dejaba secar (sin el contacto directo del sol) por un par de días, al aire libre. Para el horneado definitivo, se acumulaba una gran cantidad de piezas, tal cual se elaboran los ladrillos en la actualidad. El horno podía ser un hueco en la tierra o un lugar cóncavo cerrado sobre tierra. Si uno de los objetos estaba mal cocido, era de calidad inferior. 

Por ser un objeto frágil, muchos pedazos de cerámica abundaban en las zonas alfareras. Se utilizaban para mezclar, servir agua o, incluso, escribir en ellos. 

Un oficio, muchas figuras

El hecho de que seamos hechos de polvo, ya es razón suficiente para sentirnos identificados con el oficio de alfarero. Son innumerables la cantidad de veces que la Escritura nos recuerda que somos de barro. Sin embargo, el Señor eligió la figura del alfarero, alguien que tiene ingenio, creatividad e inteligencia para rompernos y hacernos de nuevo. Solo hay una diferencia: quizás el barro no llore o se lamente tanto en ese proceso.

Sin embargo «… ¿Quién eres tú para pedirle cuentas a Dios? “¿Acaso le dirá la olla de barro al que la modeló: ‘¿Por qué me hiciste así?’?”» (Romanos 9:20)

Soy de Mendoza, Argentina. Profesor de Historia y casi Licenciado en Turismo. Espero que en mis notas no encuentres respuestas, sino preguntas. Que puedas mirar al pasado para enriquecerte, no para aburrirte.