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Dios no nos necesita

Hace unos días, estaba preocupado por un viaje que se me aproximaba, pero aún no contaba con el dinero para los pasajes. El domingo de esa misma semana, estaba en la reunión de mi iglesia y en mi corazón sentí súbitamente el deseo de ofrendar más dinero del que suelo dar; y eso hice, sin pensarlo mucho, olvidando que con ese dinero iba a pagar ese viaje. Unos días después, nuevamente en una reunión, me llegó una notificación de que alguien había depositado dinero en mi cuenta bancaria, un monto superior al que necesitaba para ese viaje. En ese momento, oí que el Señor me decía: “Yo no te necesito para hacer que las cosas sucedan”.

Dios no nos necesita. Suena fuerte, ¿no? Pero es así. Dios no necesita de nosotros para hacer algo en nuestra vida, debido a que Él es todopoderoso. El profeta Isaías dijo: “¿Quién ha sostenido los océanos en la mano? ¿Quién ha medido los cielos con los dedos? ¿Quién sabe cuánto pesa la tierra, o ha pesado los montes y las colinas en una balanza?” (Isaías 40:12, NTV). Aquel que es el sostenedor de los cielos y la Tierra, que alimenta y cuida a cada ser vivo, no necesita ayuda de nadie para obrar.

El Creador del universo no tiene necesidad, pero, entonces, ¿por qué nos usa? ¿Te lo preguntaste alguna vez? ¿Por qué ese mismo Dios todopoderoso manifiesta su poder a través de nosotros, siendo innecesario para Él? La respuesta es porque nos ama, y ese amor desea hacer todo con nosotros, pues somos sus amados, y Él es nuestro. Desde el primer día de la creación, Dios estuvo entre los humanos, haciendo todo con ellos. Aun hoy, a través de Jesús, Él sigue haciendo todo compartidamente con nosotros, por amor. La Biblia narra en Génesis 18:1-15 el momento en el que Dios le promete a Sara y a Abraham el nacimiento de un hijo. Las Escrituras dicen: 

Abraham y Sara eran muy ancianos en ese tiempo, y hacía mucho que Sara había pasado la edad de tener hijos. Así que se rio en silencio dentro de sí misma, y dijo: “¿Cómo podría una mujer acabada como yo disfrutar semejante placer, sobre todo cuando mi señor —mi esposo— también es muy viejo?”. 

Génesis 18:11-14

Sara primero se vio sí misma, y por verse, no pudo creer. Todo lo que pensó era verdad: ella era incapaz humanamente de dar a luz un hijo. Su esposo era demasiado anciano y su tiempo estaba pasado. Pero Dios le respondió: “¿Existe algo demasiado difícil para el Señor? Regresaré dentro de un año, y Sara tendrá un hijo”.

Cuando nos miramos a nosotros mismos, la palabra que Dios nos da no encuentra un corazón como hogar para poder habitar y, desde allí, comenzar a obrar. Pero siempre Dios nos dice: ¿Existe algo demasiado difícil para mí?”. Lo que Dios le estaba diciendo era que Él no necesitaba las capacidades humanas y biológicas de Sara y Abraham para darles un hijo; Él solo quería compartir ese proceso con ellos, porque los amaba mucho. Esto mismo le pasó a Tomás que, al ver a Jesús resucitado, no podía creer que lo que había oído estaba ocurriendo, porque miraba todo lo que sucedía desde el punto de vista humano. Lo que él sabía era verdad; Jesús había sido crucificado y enterrado; pero, por encima de esa verdad, estaba escrita la promesa de que su Maestro resucitaría. Tomás no creyó, porque en su corazón la palabra nunca encontró un hogar. Jesús le dijo a la incredulidad de Tomás: 

—Pon tu dedo aquí y mira mis manos. Acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino hombre de fe. 

—¡Señor mío y Dios mío! —exclamó Tomás.

—Porque me has visto, has creído —le dijo Jesús—; dichosos los que no han visto y sin embargo creen.

Juan 20:27-29, NVI

Jesús hizo que Tomás lo tocara, porque lo amaba, y deseaba que él creyera.

Tenemos dos maneras de vivir. Una centrada en nosotros mismos, en la cual dependemos de ver para creer. O una centrada en Dios, en la cual no necesitamos ver para creer; ya que Él nos hace vivir por su fe, que es perfecta. ¿Qué vida estás viviendo? ¿Quién es tu centro? Si tu centro sos vos, jamás vas a poder creer; y vas a pensar que Dios necesita algo tuyo para hacer que su voluntad sea cumplida. Pero si estás enfocado en Él, simplemente te entregás, confiando en que, aunque no veas, Él está obrando. Tal vez, mientras estás leyendo, te das cuenta de que sos el centro de tu vida; no podes creerle a Dios, porque necesitás ver.

Ahora mismo te invito a que hagas la siguiente oración: “Tú eres el centro, Señor. Reconozco que hasta ahora vivía una vida centrada en mí, que estaba esperando una muestra de tu poder, porque necesito ver para creer. Mas ahora abandono el centro, y te dejo tomar tu lugar en mi vida; te hago mi centro, Jesús, aceptando la invitación que me hace tu gracia para compartir todo con vos. Acepto tu amor. Amén”.

Jesús no nos necesita; simplemente desea tener una relación con nosotros, en la cual Él quiere hacer todo con nosotros, por puro amor. Él te ama; y quiere compartir cada instante de tu vida con vos.

Acepta su amor.

Marian Garcia
Marian Garcia
Creo contenido en redes sociales para ayudar a las personas a vivir su vida con Jesús. Trabajo con adolescentes en el ministerio Presencia de Dios. Escribo y Diseño para llevar el amor de Dios a quien lo necesite.

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