Nuestro equipo llevaba seis años invirtiendo en una ciudad de la provincia de de China, Hebei. Visitábamos orfanatos, creamos un club de inglés para universitarios, un grupo de ellos se interesaba en historias bíblicas y varios aceptaron al Señor. Teníamos programas de discipulado recibiendo, cada año, estudiantes locales y extranjeros. Las cosas iban muy bien.
Pero sentíamos que era el tiempo de expandirnos, y como equipo empezamos a orar por otra ciudad: Tianjin. Una ciudad muy importante en el país, con mucha influencia cultural, económica e importantes universidades. Hicimos varios viajes exploratorios mientras seguíamos orando por ella.
Era 2016 y pensábamos que quizás en el 2017 o 2018 podríamos expandirnos hacia allá. De repente, en diciembre de 2016 —mi esposo y yo llevábamos apenas nueve meses de casados—, la universidad donde él estudiaba dijo que no podía renovar nuestra visa por cambios en las leyes de la provincia. Fuimos a dos universidades más y ninguna podía. ¿Qué haríamos?
Las visas siempre fueron un desafío, se renovaban cada seis meses, tenías que pagar por anticipado un semestre de estudios y todos los gastos del trámite.
Y ahora nos informaban que no se podía renovar… Nosotros veníamos atravesando desafíos financieros (como pasa muchas veces a los recién casados) y por momentos sentimos que quizás era el tiempo de una pausa y volver a Sudamérica… lo pensamos.
Pero después de seguir orando junto a nuestros líderes fue otra la dirección que Dios nos estaba dando. ¿Y si este era el tiempo de dar un salto a Tianjin? ¿Y si esta situación Dios la permitía para acelerar el proceso?
Parecía una locura pensar que repentinamente había llegado el tiempo de ir. Mi esposo y yo lo oramos mucho, buscando confirmación de Dios. Él nos hizo pensar en Juan el Bautista, que vino a preparar el camino para Jesús. Y así, sentíamos que nosotros debíamos preparar el camino para cuando el resto del equipo fuera a Tianjin. Así que aceptamos el desafío.
Hicimos varios viajes en tren con nuestro líder para, intencionalmente, buscar universidad o instituto que nos diera visa, orar sobre cuál área de la ciudad sería la nuestra, dónde viviríamos. Esta es una ciudad de quince millones de habitantes, hay que recorrerla y enfocarse en una zona.
Desde el primer viaje vimos cómo Dios empezó a abrir puertas…
El primer instituto que visitamos fue fundado por coreanos cristianos. Las tres personas a cargo eran cristianas. ¡Hasta tenían versículos en las paredes de su oficina! Encontrar algo así en este país era un milagro. ¡Y nos recibían! Nos podían dar visa y ¡el costo del semestre era la mitad que el de las otras universidades!
Era febrero y empezamos los papeles para procesar la visa con este instituto. En medio de todo, otro obrero de nuestro equipo recibió la misma noticia de que la universidad no le renovaba la suya. Pero ya teníamos un plan. ¡Él se vendría con nosotros! Todavía no teníamos lugar para vivir pero hacíamos viajes para procesar la visa, y a mediados de febrero nos la entregaron.
Seguíamos viviendo en la ciudad anterior pero ya con visas en nuestro nuevo “hogar”. En marzo empezaban las clases, y decidimos vivir en un hostel hasta encontrar la casa para el equipo. El primer día de clases fue también nuestro primer aniversario.
Fue un día ocupado, no teníamos casa. No pudimos celebrar.
Mi esposo me compró flores al final del día… fue muy diferente a lo que quizás siempre quisimos pero, al mismo tiempo, estábamos tan llenos de gozo por la aventura que estábamos viviendo, por ser parte de algo pionero en una nueva ciudad, por permitir que Dios nos use así y tan agradecidos de los milagros que habíamos visto…
Habrán pasado unos días cuando nos pusimos en búsqueda de casa. Tenía que ser algo grande para nosotros, nuestro amigo, y espacio extra para visitas del resto del equipo. Empezamos a contactar agencias en la zona donde queríamos vivir. Vimos muchas opciones, hasta encontrar el correcto.
Encontramos un departamento dentro del presupuesto, remodelado, amoblado y ¡el dueño era cristiano!! No podíamos creer que las personas con quienes hicimos la visa, y alquilaríamos casa era de nuestra misma fe.
Dios tenía muchas sorpresas en esta ciudad.
Decidimos hacer el contrato y en esos días otra chica de nuestro equipo recibió las mismas noticias sobre su visa… La pasamos a nuestro instituto y para ella ¡la casa ya estaba lista! Con mi esposo hicimos varios viajes en tren para llevar nuestras cosas. Fue una mudanza lenta. Pero nos sentimos en casa muy rápido. Nos adaptamos rápido a la ciudad, la gente.
En menos de dos meses yo ya estaba enseñando inglés a dos grupos de niños, teníamos iglesia local a la que podíamos asistir.
Meses después, cuando todo el equipo se mudó, empezamos con escuelas de discipulado, nuevos clubes de inglés en universidades, talleres en iglesias, actividades para familias. Dios tenía tanto preparado allí, y nuestro privilegio fue ser parte.
Los procesos no siempre son cómodos o fáciles, pero el Señor siempre es fiel, siempre tiene un plan y nunca nos abandona. Nuestra parte es escucharlo, confiar y obedecer.
Acerca de ellos
Noah y Natalie se conocieron en China en el 2012. Noah fue a tomar su escuela de discipulado y estudiar mandarín en la universidad, ella fue de voluntaria a ayudar al equipo que realizaba la escuela de discipulado. Ambos tenían muy en claro su llamado misionero.
En 2018 su equipo se trasladó a otro país asiático y ellos, ahora desde Sudamérica, se siguen movilizando y conectando con varios ministerios allí. En 2020 estuvieron siete meses en Asia, principalmente en Camboya, liderando una escuela de discipulado. En su corazón sigue el llamado hacia Asia y el anhelo de vivir ahí, solo esperando la guía de Dios y sus tiempos.