En un mundo sin electricidad, anticipándose varios siglos, Cristo utilizó la metáfora de que Él es la Luz del Mundo. En el libro de Juan, usa muchas analogías de lo que Él es: el Buen Pastor, la Vid verdadera, la Puerta, el Camino, la Verdad, la Vida.
La luz es una de las más importantes a las que se refirió, debido a que otras religiones proponían alcanzar la iluminación como algo externo, algo que provenía de la práctica de diversas actividades o tras una prolongada disciplina. En un mundo oscuro, tanto en lo físico como en lo espiritual, Jesús dijo que Él es la luz del mundo, un ejemplo que debemos seguir y procurar mostrar a otros.
Un mundo a oscuras
Hasta no hace mucho tiempo, solo había luz eléctrica en las grandes ciudades o zonas urbanas. En las zonas rurales más alejadas, hasta hace medio siglo, no existía la electricidad como servicio doméstico. No son pocas las historias que mis padres y abuelos cuentan acerca de tener que acostarse temprano, iluminarse con apenas algunas velas o con candiles a kerosene o petróleo.
Aún en esa situación, que pudiera parecer desventajosa, nuestros abuelos tenían ciertos “privilegios”, debido a que contaban con mayores recursos que en los tiempos de Jesús. Por ejemplo, podían acceder a velas de cera, candiles y otros utensilios, además de hidrocarburos.
Las personas contemporáneas a Jesucristo sólo podían optar por la iluminación a base de aceite, sobre todo, aceite de oliva. Quizás los más pobres se iluminaban quemando grasa de animales en tazones. Por lo tanto, la vida cotidiana estaba organizada en torno a las horas de luz solar, con días más breves en invierno y más largos en verano.
Iluminación artificial: humo, olores y poca luz
Como dijimos antes, las lámparas eran las más utilizadas tanto en las casas y templos como en los palacios. Lógicamente, dependía del lugar si éstas eran de metal, de cerámica o de barro. Al tener una combustión incompleta, es decir, que las llamas que emitían no eran azules (como las que produce el gas en nuestras cocinas), ocasionaban un humo permanente, que podía llegar a manchar la ropa, los utensilios y hasta el techo de las habitaciones. Un hecho así, por contaminación, es lo que cuenta la historia en el libro de Hechos, donde un oyente del apóstol Pablo se desmayó al inhalar demasiado humo:
“Estábamos todos en el piso de arriba y había muchas lámparas en el cuarto. Un joven llamado Eutico estaba sentado en una ventana. Pablo hablaba y a Eutico le dio mucho sueño hasta que se quedó dormido y se cayó por la ventana desde un tercer piso. Cuando fueron a levantarlo, ya estaba muerto. Pablo bajó a donde estaba Eutico, se arrodilló, lo abrazó y les dijo: —No se preocupen, él está vivo”, Hechos 20:8-10.
Afortunadamente, y para testimonio del Evangelio, el hecho terminó en un milagro. Pero, aún así, no se puede negar el ambiente tóxico que creaban estas iluminaciones artificiales.
Igualmente, era tal la importancia de la iluminación, que la misma Palabra de Dios se compara con las lámparas: “Lámpara es a mis pies tu palabra, Y lumbrera a mi camino”, Salmos 119:105.
También en la recordada visión de Juan escrita en el Apocalipsis, donde la presencia de Dios es representada mediante las siete lámparas -o candeleros- que simbolizaban las siete iglesias de Asia (Diccionario Bíblico Ilustrado, Caribe: 1979).
Además de esto, la Biblia hace referencia a los candeleros, en la simbología de los dos testigos -descritos en el capítulo once de Apocalipsis– y en Mateo, para representar a la prudencia y la paciencia en la parábola de las vírgenes imprudentes.
Ego sum lux mundi
Antes de terminar, me gustaría dar un dato curioso: durante los siglos once y doce, cuando se construyeron las grandes catedrales de Europa -como Notre Dame de París-, la luz era un elemento primordial. Tanto era así, que se construían teniendo en cuenta la ubicación, cómo variaba la luz dependiendo de la estación y cuánta intensidad tenían estos rayos de luz. Se mandaban a construir diferentes vidrieras de distintos colores. En algunas de esas vidrieras se colocaba en latín, el idioma que se utilizaba en cuestiones religiosas, la frase: EGO SUM LUX MUNDI -o EGO SVM LUX MVNDI- lo cual hacía referencia al versículo que expresa “Yo soy la Luz del Mundo” (Juan 8:12). Así se relacionaba la figura de Cristo con la luz que se proyectaba dentro de los templos (Breve Historia del Gótico, Carlos Javier Taranilla, 2017).