Cuando conocí de Jesús y empecé a participar en la iglesia y las actividades de la congregación, pensé que eso era lo máximo.
Tenía 15 años y pensé que al fin había encontrado personas con un estilo de vida que se parecía al mío. Sabía bien lo que quería a futuro, y no me llamaba la atención la “rebeldía” propia de la etapa adolescente. Cuando asistí a la primera iglesia, recuerdo mucho que la gente siempre estaba feliz, y sin mucho conocimiento de Dios, yo no entendía con exactitud la razón por la cual siempre se mostraban alegres.
Pasaban los años y ya participaba en las reuniones de oración, ministerios de danza, intercesión y liderando jóvenes, en Uruguay, donde nací. Pero siempre tenía la sensación de que faltaba algo. Cuanto más conocía a Dios, más me atraía hacer cosas para Él, y mi manera era sirviendo a las personas a mi alrededor.
Me apasiona hacer cosas por las personas, no solo lo que ellas necesitan, sino también lo que les gustaría. Pero llegó una etapa en que le pregunté a Dios si servirle a Él era solo participar de las actividades dentro de la iglesia. A mis 25 años empecé a cuestionarme muchas cosas que había aprendido, leído, pero no las veía en la práctica.
Ya había participado en algunos viajes misioneros a Paraguay enseñando danza en una iglesia. En una semana enseñábamos también cómo alabar y adorar a Dios, y cómo la adoración debía ser un estilo de vida. Pero cuando volvía a casa, sentía que eso no era suficiente, que Dios quería algo más.
Empecé a estudiar lo que Jesús decía en la Biblia de cómo debía ser nuestro estilo de vida. “Hacer discípulos”, “sanar a los enfermos”, “libertad a los cautivos”; pero ¿cómo se hacía todo eso? Me cuestionaba si debíamos ir por la calle orando por las personas, diciéndoles que Jesús les ama, y eso me estaba quemando por dentro. Nadie lo hacía, conocía a muchos cristianos, pero esto no ocurría, ni aun en las salidas de evangelismo. No dejé de pensar en eso por meses.
Servir en la iglesia ¿y qué más?
Después de un tiempo le pregunté si el servicio en la iglesia lo era todo, y para mi sorpresa no, eso no lo era todo. Dios me mostró que había más por hacer. Él estaba esperando más de nosotros. En ese tiempo conocí a quien hoy es mi esposo, y la sorpresa fue que alguien más pensaba como yo, que las cosas debían hacerse de otra forma, manifestando que Dios está vivo.
Cómo la gente le conocería si no les mostrábamos que Dios está vivo. Fue así que llegué a una escuela de Evangelismo Extremo, también en Paraguay, con muchas expectativas, pero también con mucho miedo. Allí conocí a Dios de una manera “práctica”, aprendí a escuchar su voz claramente, a orar por sanidad. Ya lo había hecho una vez, y Dios había sanado a mi mamá, pero yo quería que el resto de las personas también lo vivieran.
La Escuela de Evangelismo fue todo un desafío: un mes completo compartiendo casa por casa de Jesús, orando por las personas, viendo milagros, pero más que nada aumentando mi fe. Le pedía al Señor experimentar todas esas maravillas que siempre escuché y de las que quería ser parte.
Yo también quería manifestar a Dios
Cuando regresé a Uruguay sabía muy bien que viviría orando por las personas, iba a graduarme, trabajar y el resto del día iba a hacer a Dios conocido… Pero Dios tenía otros planes, tenía pensado para mí ser misionera.
Conocía misioneros, me impactaba su trabajo, pero no lo esperaba. En 2020 viajamos con mi esposo a Estados Unidos, a la base de Ywam Kansas City a hacer nuestra Escuela de Entrenamiento y Discipulado (EDE) y un enfoque de Messenger Intership. Debíamos estar un año, pero por la pandemia estuvimos seis meses, Dios estaba al control así que volvimos a Paraguay y empezamos a trabajar como staff a tiempo completo en la base de Ywam Asunción.
Más que una base, es una familia. Ha sido más fácil hacer amigos aquí que en todo mi tiempo pasado, es que compartimos la misma pasión, hacer a Jesús conocido.
Ywam Asunción comenzó a formarse y ahora tenemos nuestra base, un lugar en el centro de la ciudad que puede albergar a más de 70 alumnos, grupos misioneros y staff. Cuando en la pandemia todos perdían cosas, nosotros estábamos abriendo una base, un lugar que fue remodelado casi por completo, con 15 estudiantes que decidieron hacer su EDE.
En enero de 2021 comenzó nuestra primera Escuela de Discipulado y Entrenamiento. No puedo describir la emoción al ver cómo estos alumnos dieron a conocer a Jesús en las calles, en su tiempo libre elegían salir a encontrar personas por quienes orar. Ellos eran asombrosos, y sin darme cuenta ya estaba viviendo ese estilo de vida que Dios me mostraba años atrás, y me habló sobre como desde niña Él me estaba preparando para estar aquí.
También teníamos noches de oración por Paraguay. Los alumnos no sólo participaban de las clases, también elegían un enfoque en el cual profundizar. Aprendieron distintas formas de compartir de Jesús, salieron a practicar, vieron cómo celebrar a Jesús a través de la alabanza, la oración y la adoración. Estos chicos hicieron su fase práctica en ciudades de Paraguay y Bolivia.
Me encanta ver la transformación que Dios hace en las personas, en cada alumno. Ahora, en nuestra segunda escuela, seis chicos más siguen preparándose para salir y hacer a Dios conocido, ahora con enfoques en las redes sociales y en deportes.
El 15 de agosto fue nuestra primera conferencia anual, ahí confirmamos que el avivamiento estaba comenzando sobre Paraguay, no había dudas, estaba llegando. Este país no ha experimentado un avivamiento hasta entonces, pero sabemos que se comenzó a gestar y va en aumento, sentimos la presencia de Dios de una manera asombrosa, y sabemos que se extendió a cada participante.
La segunda escuela está a pocas semanas de salir a su fase práctica, y si bien mandamos a casa a los 15 estudiantes de nuestra primera EDE, 9 de ellos volvieron a entrenarse como staff. Dios ha sido muy bueno. En el primer semestre, más de cinco mil personas fueron alcanzadas con el mensaje de salvación, más de mil tomaron la decisión por Cristo, se repartieron más de 600 biblias, se visitaron más de 380 casas, se iniciaron más de 30 grupos hogareños y experimentamos más de 90 sanidades.
No puedo esperar para ver lo que va a seguir pasando aquí, pero estoy segura de que Dios está moviéndose donde hay personas que están dispuestas a darle a conocer.
Hace muchos años Dios me dijo que viviera sus sueños, no los míos. Hoy puedo ver que éste es el sueño de Dios para Paraguay; y aunque ha cumplido los míos también, los de Dios siempre serán mayores.
Melody Piriz, 31 años, Nacida en Uruguay. Staff de Ywam Asunción, docente, esposa y madre. Ama ver a las personas cambiadas por Jesús.