Junto con mi esposo Paul, nos conocimos en Juventud con una Misión en el 2006, ambos estábamos buscando servir a Dios a tiempo completo y para toda la vida. Cuando nos casamos teníamos muchas metas e ilusiones. Nunca pensamos que seríamos probados y tendríamos que perseverar en fe y en servicio a Dios en medio de las dificultades de salud.
Hoy servimos a Cristo en El Salvador, allí tenemos escuelas de entrenamiento cada año, Ministerio Kids, en el que trabajamos con niños de áreas vulnerables que están rodeados de pandillas que pretenden captarlos para llevarlos de su lado. Por eso nuestra misión es llegar a los más pequeños a través de campamentos y prédicas hablando del Señor para que sea Él quien los llene y complete su propósito.
Otra de las actividades es Ministerio Amigos de la calle. Llevamos comida dos veces por semana a quienes no tienen hogar, los acompañamos y creamos amistad con ellos, les hablamos de Cristo.
Durante nuestros primeros años de casados nos decidimos servir a Dios sin límites, trabajamos en proyectos de plantación de iglesias y lideramos Escuelas de Discipulado y Entrenamiento, salimos con las escuelas en tiempos prácticos y nos sentíamos muy animados. También habíamos hecho dos viajes exploratorios a Perú con la visión de abrir una base en la zona de la cordillera. Al mismo tiempo queríamos empezar una familia.
A finales de 2011 ya estábamos esperando a nuestro primer hijo, Caleb. El embarazo estuvo lleno de alegrías, pero en la última consulta la doctora me envió directo al hospital porque necesitaban inducir el parto, ya que unas pruebas estaban demasiado alteradas y necesitaban que el bebé naciera lo más pronto posible. El bebé nació saludable y así comenzó nuestra vida como nuevos padres; pero a medida que el tiempo avanzaba mi salud se deterioraba, siempre estaba cansada y ya no podía cargar al bebé para sacarlo de la cuna.
Fue en ese punto cuando decidimos regresar a El Salvador, tomar un tiempo con la familia y hacer un chequeo médico. Pero a las dos semanas de estar en El Salvador quedé hospitalizada en cuidados intermedios, pudimos ver una vez más a Dios porque a los 4 días estaba de alta, pero el diagnóstico no fue alentador: lupus eritematoso sistémico, una enfermedad autoinmune que me seguiría afectando por el resto de mi vida y provocando crisis cada vez más severas, incluso podría llevarme a la muerte.
Sentimos que el mundo se nos venía encima, todos los planes se cayeron al suelo. ¿Cómo continuamos ahora? ¿Podríamos seguir sirviendo en la misión? ¿Qué pasó con el servir para toda la vida? ¿Acaso esta enfermedad nos apartaría del propósito de Dios?
Unos días más tarde, nuestro hijo Caleb cayó enfermo de rotavirus y tuvo que ser hospitalizado porque estaba muy deshidratado, estuvo casi una semana en el hospital.
¿Cómo seguimos?
Recuerdo una noche cuando nos sentamos a hablar con Paul, nos preguntábamos cómo debíamos seguir. Hablamos de los médicos, realmente yo no me sentía tan segura de continuar, pero nunca olvidaré las palabras de Paul: “Mari, ¿ya le preguntaste a Dios cuál es su voluntad?”.
En ese momento todas mis decisiones estaban movidas por las circunstancias. “Estoy enferma, realmente enferma y no podré continuar”, pero en el momento en que mi esposo me hizo ver que tenía que salir de las circunstancias e ir a Dios, pudimos encontrar el camino y la esperanza que va más allá de un diagnóstico.
Recuerdo también que él dijo: “Mari, yo siempre seré misionero, no importa dónde esté. Porque mi llamado no está limitado al lugar geográfico, es una cuestión de corazón”. Esa noche decidimos que las circunstancias no gobernarían nuestras vidas, y seguiríamos sirviendo a Dios a pesar de la situación. Buscaríamos formas de servirle de acuerdo a nuestra nueva situación, pero no nos íbamos a dejar derrotar.
Lo que pasa es que la prueba aún no había terminado. Un par de meses más adelante, en una consulta médica de Caleb, una doctora (por cierto, cristiana y mujer de fe) nos sugirió que le hiciéramos un chequeo neurológico. Realmente estábamos reacios, no creíamos que fuera necesario, pero lo hicimos para descartar cualquier cosa.
Ese día empezamos a enfrentar una nueva realidad con nuestro hijo. El médico dijo que había una gran posibilidad de que fuera autista, pero que eso se iba a ver en el tiempo, aunque debimos empezar terapias de lenguaje inmediatamente para que lograra hablar. El diagnóstico se confirmó un año más tarde.
En medio de todas estas situaciones, sentíamos que Dios nos estaba desafiando a servirle abriendo una base pionera de JUCUM, llamada JUCUM Conexiones El Salvador.
Recuerdo una frase que siempre me fortaleció, y que siempre repetía la pastora Isabel Ríos, “Dios no te dará una carga que no puedas soportar”. Siempre pensaba esto en los momentos en que sentía que no podía, y orábamos al Señor para que nos ayudara a ver las situaciones desde Su perspectiva. Que nos ayudara a ser sabios, a educar a Caleb, a dar la bienvenida a nuestra hija, Ana Valentina.
Aunque fuimos animados muchas veces a dejar el ministerio, sabíamos que ése no era el camino, aunque saliéramos del ministerio eso no significaba que todas las pruebas iban a acabar, más bien para nosotros era solo enfrentar la misma realidad, pero lejos de lo que nos apasionaba y nos llenaba de esperanza (el poder ver a Dios transformar la vida de personas).
Hemos podido ver a Dios obrar en todas las áreas, yo nunca más he estado grave en el hospital a pesar del diagnóstico, aunque nos habían dicho que tener otro bebé era riesgoso, Dios nos dio el privilegio de ser padres de Anita, una niña muy saludable y fuerte.
Dios ha suplido para cada etapa de tratamiento de Caleb, él ahora está en segundo grado, ya habla y se relaciona muy bien con sus compañeros, aunque aún está aprendiendo a leer. Seguimos confiando en Dios y creyendo en sus milagros.
Y en el ministerio Dios ha sido súper fiel, nos sentimos privilegiados de poder formar parte de la vida de los obreros. Ahora somos nueve en la base, más los niños, así que no importa qué digan los otros, aun si dicen que vas a fracasar, lo importante es lo que Dios dice y obedecerle a Él. No estaríamos aquí contando esta historia si no le hubiéramos creído.
“Por lo tanto, también nosotros, que tenemos tan grande nube de testigos a nuestro alrededor, liberémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo que le esperaba sufrió la cruz y menospreció el oprobio, y se sentó a la derecha del trono de Dios”, Hebreos 12: 1-2
Podemos confiar en Él, y en su fidelidad, aunque las circunstancias sean muy difíciles, Él siempre nos dará una salida.
La familia Cárdenas es una familia transcultural, Paul (peruano, 39) y Maricruz (salvadoreña, 38), también sus hijos Caleb (argentino, 9) y Anita (salvadoreña, 6). Paul y Maricruz se conocieron ee 2006 mientras entrenaban como misioneros en juventud con una Misión Puerto Madryn, en la Patagonia Argentina. Durante su tiempo en Suramérica trabajaron en escuelas de entrenamiento misionero, proyectos de plantación de iglesias y movilización evangelística. En 2013 se mudaron a El Salvador y desde el 2015 pioneran la base de Jucum Conexiones en la ciudad de Santa Ana. desde ahí entrenan, movilizan e imparten el Evangelio a niños, jóvenes y familias.