Bajemos la voz a los estereotipos del pasado para tomar las riendas de nuestro futuro. Las mujeres tenemos múltiples roles en la vida, y muchas veces nos exponemos a falsos dilemas creyendo que hay que elegir entre ellos. ¿Soy madre o soy emprendedora? ¿Soy esposa o soy profesional? ¿Colaboro en la iglesia o me capacito en la universidad?
Sin duda la administración del hogar, la maternidad, la capacitación y las responsabilidades laborales, sumadas al servicio que podemos hacer en nuestra comunidad de fe, nos demandan enormes desafíos en la administración del tiempo. Llevar adelante distintas tareas, con los numerosos imponderables que emergen de cada una de ellas, requiere de planificación, adaptación, velocidad de respuesta y hasta resiliencia. Esa es la realidad de una mujer del siglo XXI. Pero no siempre aceptamos el desafío, y no precisamente por elección propia.
La cultura y nuestros propios paradigmas nos ponen en una encrucijada, haciéndonos creer que estamos frente a un falso dilema: ¿qué camino elijo, este o aquel? Parece que las mujeres no podemos elegir todos ellos.
“Vos tenés que pensar que querés, si desarrollarte en esta empresa o formar tu familia”, nos pueden haber dicho en varias ocasiones. El lenguaje no es inocente, y detrás de las buenas intenciones hay un mensaje claro: no vas a poder hacerlo todo. ¿Acaso un hombre no tiene también conflictos de tiempo, demandas que lo exceden y obligan a gestionar lo que hace?
No podemos ignorar que los estereotipos de género influyen en nuestra manera de percibir aquello de lo que somos capaces. La revista The Science publicó un estudio donde muestra cómo las niñas empiezan a verse a sí mismas como menos talentosas que los niños a partir de los 6 años.
Esto se debe a que la cultura les dice que los hombres tienen más posibilidades de desarrollar con éxito las tareas o profesiones que requieren de mucho talento. Por esta razón, cuanto mayor es la percepción de que para seguir una carrera en particular hay que ser un genio —como para la física— menor es el número de mujeres que se inscriben a ella.
Creer que “no es posible hacerlo todo” será entonces un paradigma desde el cual podemos proyectarnos, o confrontarlo y animarnos a pensar que quizás sí podemos. Será hora de abrazar la capacidad que tenemos de lograrlo todo, como aquella increíble mujer virtuosa que describe el capítulo 31 del libro de Proverbios.
Hoy hablamos del empoderamiento de la mujer y al mencionar dicha palabra cada cual le ofrece la connotación propia de los referentes que, a su juicio, la representan. Podemos adjudicarle los aspectos negativos del feminismo, podemos imponerle una rebelión contra el sexo masculino o podemos simplemente tomar la palabra desprovista de género. Empoderarse, seas hombre o mujer, responde a dónde ponemos el poder; es decir, nos empoderamos o le damos el poder a otros.
Para aquellas mujeres que estamos dispuestas a empoderarnos, un nuevo equilibrio se asoma a la puerta de nuestra vida. Se trata de bajarle la voz a los estereotipos del pasado, decidir no cargar las mochilas de otros, deshacernos de todo peso y correr libres y con paciencia la carrera que tenemos por delante. La nuestra. Con los ojos puestos en Jesús, pero libres de toda carga que no viene de Él.
No deberíamos salir del estereotipo de mujer-mamá-ama de casa para pasar a otro de mujer- multitasking o mujer-profesional… eso sería un gran error.
Solo debemos romper los moldes que nos condicionan, que nos hablan de nuestros supuestos límites y abrazar nuestra capacidad de crecer, disfrutar, soñar y proyectarnos.
El desafío es soltar lo que no nos sirve, aquellos moldes que nos encierran, y animarnos a creer que un futuro distinto está a una decisión de distancia.
¿Con qué soñamos? ¿Cuántas cosas dejamos atrás porque pensamos que no era correcto querer tantas cosas en la vida? Hoy es nuestra oportunidad para creer que, aunque los desafíos estarán, encontraremos la manera de organizar nuestro tiempo y recursos para alcanzar ese futuro deseado que podemos atrevernos a soñar.