Tantas veces hablamos y escuchamos acerca de la importancia de ser asertivas, desarrollar una escucha activa, tomar la iniciativa en perdonar y desarrollar empatía, todas actitudes necesarias que abren posibilidades y son clave para edificar relaciones interpersonales sanas.
Pero ¿y hacia adentro? ¿Podemos decir que lo anterior forma parte de un ejercicio personal cotidiano e intencional que nos desafía a ser nuestra mejor versión y a vivir en buenos términos con nosotras mismas? Desde mi experiencia profesional y pastoral me atrevo a decir que no.
A las mujeres nos cuesta esta dinámica de “autorreflexión para el empoderamiento”.
Sin generalizar, creo que muchas de nosotras nos movemos en el marco de la “autorreflexión para el remordimiento”. Cuando una mujer se convierte en su peor crítica, el autoboicot se abre paso como un poderoso terrateniente que enseguida ocupa la amplia geografía de sus pensamientos y coloca cercos limitantes que la mantienen atrapada en patrones negativos.
Lo anterior nos aleja de una mirada introspectiva equilibrada y en ocasiones nos impide el desarrollo de la autocompasión necesaria para una autoestima sana.
Tratarnos bien no puede ser una materia previa para ninguna mujer que desea desarrollar su potencial al máximo, caminar en el propósito para el cual fue creada y vivir en plenitud. Pero para superar esta instancia es preciso remitirnos a lo que podríamos considerar en muchos casos la raíz.
Miles de mujeres crecieron en ambientes donde fueron desvalorizadas, desestimadas y ninguneadas. Otras en ámbitos donde la necesidad de competir, de demostrar y de “ganarse” el respeto, era moneda corriente. Al respecto tengo presente los testimonios de tantas que conocí en conferencias y talleres y otras que abrieron su corazón en la consulta profesional o en la consejería pastoral, compartiendo historias similares.
Muchas de ellas, entradas en años aún luchaban con el automaltrato, desencadenado frecuentemente en palabras y declaraciones descalificadoras durante su infancia o adolescencia, que les atravesaron el corazón dejando un campo minado cubierto por las arenas del tiempo, pero latente.
Resulta complejo desprogramar ese chip de incompetencia, inseguridad y vergüenza inoculado y reforzado en ocasiones por quienes tenían la responsabilidad de brindar aliento e impulsar mediante palabras de afirmación. Sin embargo es posible.
“Nadie puede hacerte sentir inferior sin tu consentimiento”.
Frase célebre de Eleanor Roosvelt
Adhiero, pero creo que es una elección que requiere trabajar con enfoque y perseverancia de adentro hacia afuera y cuyos efectos se traducen, entre otros, en una relación de amor y estima propia, que nos permite entonces una sana proyección hacia afuera.
Tratarnos bien implica identificar qué tipo de relación mantenemos con nosotras mismas
Desde la perspectiva de la inteligencia emocional, la invitación es a valorarnos y aceptarnos reforzando la inteligencia “intrapersonal”, que incluye desarrollar un mayor nivel de autoconciencia y autoconocimiento para avanzar en observarnos y crecer desde una perspectiva integral.
Tratarnos bien comienza en nuestra mente
Los mayores límites están allí y sin duda esto no es un cliché. Nuestros pensamientos son el área principal de trabajo en este arte. Será por eso por lo que en las Escrituras se nos desafía permanentemente a “cambiar nuestra manera de pensar para que cambie nuestra manera de vivir” (Romanos 12:2). Se nos aconseja “renovarnos en el espíritu de nuestra mente” como la primera opción para deshacernos de nuestra vieja manera de transitar la vida (Efesios 3:23).
Tus pensamientos te expanden o te limitan, te impulsan o te frenan, te habilitan o inhabilitan.
Ser indiferentes a lo anterior es como querer ganar, sin esfuerzo, un partido en el cual el arquero fue expulsado, los defensores están lesionados y los delanteros no tienen buen respaldo. Un juego extremadamente complicado. Pero aun así, mientras se está en la cancha, siempre es posible darlo vuelta.
La pelota está de tu lado. La decisión de abrirle paso al consejo sabio del apóstol Pablo, que dirigido e inspirado por el mejor DT de la historia, nos invita a “concentrar” para ganarle a esos pensamientos negativos que decantan en maltrato interno, es un buen punto de partida para un gol de media cancha inolvidable:
“…Concéntrense en todo lo que es verdadero, todo lo honorable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo bello y todo lo admirable. Piensen en cosas excelentes y dignas de alabanza” (Filipenses 4:8, NTV)
Tratarnos bien es tomarnos tiempo para preguntarnos y respondernos
¿Qué te dices habitualmente? ¿Cómo son tus diálogos internos? ¿Preponderan las palabras de fe, impulso y activación, o esos diálogos te hacen dudar y mantenerte en tu zona de confort? ¿Qué adjetivos usas para definirte, especialmente cuando las cosas no salen como esperabas?¿Te hablas constantemente en “modo reproche”? ¿Te dices habitualmente palabras esperanzadoras y amables o esas las dejas para los demás y te las regalas muy de vez en cuando y con culpa incluida?
Tratarnos bien requiere renunciar a la autocrítica destructiva, dar paso a la aceptación y al “hacernos cargo” de la parte que nos toca
Naturalizar la autocrítica destructiva, esa que lejos de ayudarnos a reflexionar y mejorar nos mantiene paralizadas machacando en el error, centradas en la frustración y con la mirada fija en el pasado, nos lleva a sumergirnos en el autorechazo. Como señala el Dr. José Batista (2014):
“Cuando una persona tiene una confesión negativa, se desestabiliza todo su sistema neurológico. ¿Por qué? Porque se trata de culpa atrapada, de falta de esperanza disfrazada y de temor que gobierna la vida”. Y refiriéndose a la necesidad de desaprender hábitos, actitudes y palabras limitantes e incorporar nuevas, concluye: “Dios no reemplaza tu responsabilidad, Él te ayuda en tu debilidad cuando tratas y no puedes, pero no cuando no haces nada y esperas que Él haga todo”. ( Batista, José: Dile adiós a la T.I.A , Bs. As.: Ed Peniel, 2014).