“Si ustedes son sabios y entienden los caminos de Dios, demuéstrenlo viviendo una vida honesta y haciendo buenas acciones con la humildad que proviene de la sabiduría (…). Sin embargo, la sabiduría que proviene del cielo es, ante todo, pura y también ama la paz; siempre es amable y dispuesta a ceder ante los demás. Está llena de compasión y del fruto de buenas acciones. No muestra favoritismo y siempre es sincera. Y los que procuran la paz sembrarán semillas de paz y recogerán una cosecha de justicia”.
Hoy me encontré leyendo este pasaje de Santiago, y me llevó a reflexionar bastante en el concepto que tengo acerca de la sabiduría, pero sobre todo, de qué significa ser sabio.
Generalmente, cuando pensamos o vemos imágenes de una persona “sabia”, nos imaginamos a un viejito canoso. Alguien muy estudioso, que tiene mucho conocimiento sobre distintas áreas.
Al ver alguna película o serie, notamos que, generalmente, una persona sabia es representada como alguien mayor, solitario, de mal carácter, con quien no se puede dialogar demasiado porque generalmente tiene la razón. No le interesa mostrarse cercano o abierto, sino evidenciar lo que sabe y hacer callar al otro.
Pero dejando un poco de lado la imaginación y lo que nos muestran las series/películas, realmente me puse a pensar en las veces que me topé con personas “sabias y entendidas” o cuando yo misma me encontré creyéndome sabia por tener más conocimiento que el otro sobre algo.
Ahora, volviendo al pasaje de Santiago, al comenzar a leer los versículos en la versión NTV nos encontramos con el siguiente título: “La verdadera sabiduría proviene de Dios”. Esto me hace pensar en dos cosas. La primera es que si hay una verdadera sabiduría, es porque existen otros tipos de sabiduría que son falsas; y la segunda es que sí aclara que proviene de Dios, implica que hay otros tipos de sabidurías que no provienen de Él. Y cuando continúo leyendo las características de la sabiduría, comienzo a darme cuenta de que todo lo que a mi alrededor se considera o cree sabio no tiene nada que ver con la sabiduría de Dios.
Cuando comenzamos a ser absorbidos por la religión, las formas y los parámetros humanos de la sabiduría, llegamos a creer que somos personas sabias y entendidas y que, por lo tanto, nos diferenciamos del resto. No podemos compartir con otros porque “no nos entienden”, no comprenden nuestra sabiduría. Así, muchas veces comenzamos a aislarnos y formar grupos donde “sí entienden la verdadera sabiduría”, y proclamamos la verdad. Nuestro tiempo comienza a gastarse más en estudiar, investigar o refutar, que en estar con otros.
Mi carácter se torna más rígido, me cuesta compartir con el que piensa distinto y todo aquel que no entiende o piensa como yo es un hereje o no guarda la sana doctrina. Con mayor frecuencia, me involucro en discusiones, en lugar de escuchar a otro que lo necesita. Muchas veces, termino llevando más confusión o discusión, que sembrando paz.
Qué fuerte, ¿no? Mientras escribo, puedo recordar una etapa de mi vida donde fui exactamente así; vienen a mi mente también amigos y compañeros que se hundieron en esta supuesta sabiduría y hoy se encuentran en comunidades reducidas, enfocadas en reproducir su verdad y en criticar todo lo que no entra en su doctrina, pero, lamentablemente, muy lejos de reflejar a Cristo. La sabiduría se convirtió solo en conocimiento.
Solo quiero terminar mencionando y recordando (especialmente, a mí misma) cuál es la verdadera sabiduría, esa que Dios desea, que proviene directamente del cielo; una que no es teórica, sino práctica, siempre cercana, que se demuestra no solo hablando sino viviéndola. La verdadera sabiduría no es acumulación de conocimiento que me lleva a la soberbia, sino una certeza espiritual que produce en mí buenas acciones, que cambia mi carácter y lo moldea a la imagen de Cristo. Es una sabiduría que desborda humildad; pura, amable, amante de la paz. Es sincera, llena de compasión, no muestra favoritismos. Pero lo que más me llamó la atención es que la verdadera sabiduría que proviene del cielo está dispuesta a ceder ante los demás.
Entonces, ¿cuán lejos o cuán cerca estoy de ser una persona realmente sabia y entendida? ¿Hablo más de lo que vivo o vivo más de lo que hablo? ¿Cómo es mi carácter? ¿Soy una persona amable, que busca la paz, sincera, llena de compasión hacia al otro?
Ojalá podamos vaciarnos de nosotros mismos, de las formas y de lo mal aprendido, para comenzar a buscar y a vivir la verdadera sabiduría, aquella que no es solo conocimiento, discusiones y habladurías, sino que se demuestra viviendo una vida de humildad, amor y paz en Cristo.