Las Escrituras nos concientizan por un lado de nuestra precariedad humana y, por el otro, de la gracia de Dios y su investidura, que nos conforma a su voluntad para ministrar como líderes.
Zacarías 3:1-5 presenta una visión dialéctica: el sumo sacerdote de Israel vestido de harapos viles aparece parado a un costado de un altar; al otro lado, Satanás aparece como su acusador ante Dios. El libro del profeta Zacarías data del tiempo del imperio persa (520-534 AC), dirigido a los judíos que retornaron de la cautividad babilónica y se dedicaron a reedificar la ciudad de Jerusalén, sus muros y su templo. Los que retornaron del cautiverio (un castigo debido a su desobediencia) estaban desanimados, hostigados por sus enemigos locales, dependían de sus líderes para restaurar su condición devastadora.
El mensaje de Zacarías apuntó a la prioridad de volver a Dios y a restablecer sus valores originales; se dirigió a la necesidad de consagración de los sacerdotes (ministros, líderes) quienes, a causa de haber sido desterrados y cautivos, menguaron en su fe, su carácter y conducta ministerial. El llamado al arrepentimiento, a la consagración y restauración ministerial son temas apropiados y aplicables a nuestro tiempo y nuestro liderazgo.
Es factible que, debido a su éxito en el ministerio, los líderes –reconocidos y alabados por las personas a las cuales ministran– puedan llegar a desarrollar una imagen elevada de sí mismos, considerándose más de lo que en realidad son.
El texto de Zacarías ofrece un cuadro interesante: considera al ministro que ha sido liberado de su cautiverio como un tizón arrebatado del fuego (una brasa que, habiendo perdido su verdor y vigor, ha estado quemándose en una hoguera). Como tal, no es de utilidad alguna aún cuando no ha sido consumido totalmente; carece de fuerza, ha perdido su vitalidad y función.
El texto nos lleva a reflexionar sobre quiénes somos ante Dios como líderes, de pie ante su presencia: «tizones arrebatados del incendio», rescatados, cubiertos y santificados por Dios para ministrar; a su vez, expuestos a las acusaciones constantes de Satanás, quien figura a la mano derecha del ministro para exponer sus vestiduras viles y acusarlo ante Dios. Como adversario de los fieles, el divisor y destructor del pueblo (Apocalipsis 12:10) enfoca su acusación hacia las vestiduras viles del ministro, señalando sus faltas, sus manchas –su estado humano carente de justicia– las cuales lo descalifican como indigno e inapto para ser un siervo de Dios.
El sacerdote proveniente del cautiverio, de pie ante la presencia de Dios, aparece vestido con ropas viles (en hebreo, un atuendo innoble, sucio, inmundo, repugnante), descriptivas del estado del ser natural en necesidad de redención. Sin embargo, actuando en gracia soberana, Dios remueve la iniquidad e ignominia de la persona sacerdotal, tapándole la boca a Satanás (Zacarías 3:4-5). Dios justifica al impío que cree en Él; remueve su vileza pecaminosa e indignidad, y lo cubre.
La cobertura de Dios (propiciación y expiación) es un tema que corre desde Génesis (3:7) hasta el Apocalipsis (7:13-14). El turbante sacerdotal (parte de su vestimenta cuya frente tenía una placa de oro con la inscripción «Santidad a Jehová» Éxodo 28:36-38), es renovado, indicando que la culpabilidad e ignominia del sacerdote fueron reemplazadas por la pureza intachable y la santidad otorgada por Dios.
De la misma manera el llamado, la consagración y la efectividad del ministerio del Nuevo Pacto dependen de la gracia soberana de Dios y de la obediencia en fe de las personas que se rinden como sacrificios en su servicio al Señor de la Casa.
El liderazgo es expuesto a un adversario que hará todo lo posible para obstaculizar, hostigar y destruir, no solo su desarrollo espiritual, sino también su servicio a Dios.
El propósito de Satanás es antagonizar y acusar a todos los fieles, apuntando a las fallas en su carácter, motivación y conducta ante Dios. No podemos ignorar sus maquinaciones (2 Corintios 2:11), sino ser súper-conscientes de la necesidad de ser sobrios y velar, porque el adversario permanentemente busca a quién devorar (1 Pedro 5:8). Debemos aferrarnos a la verdad de haber sido provistos de la seguridad de contar con la intercesión de Jesucristo y de estar persuadidos de que Dios está por nosotros (Romanos 8:31-34), y que es el mismo Dios quien reprende a Satanás.
La persona líder, al cerciorarse del hecho de ser acusado constantemente por Satanás y expuesto en su estado precario ante Dios, llega a ser redargüida en su consciencia, a condenar, autocastigar y sentirse indigna de servir a Dios. Su sentido de culpa, vergüenza y derrota moral lo hace vulnerable y fomenta una mengua en su eficacia ministerial.
Sin embargo, sin negar su estado natural, puede reconocer sus fallas, confesar y apelar a la abogacía de Jesucristo; esto le permite afianzar su ser y su ministerio, y confiar en la cobertura de Cristo (1 Juan 1:5-10; 2:1). Dios remueve la ignominia, las manchas de la persona que reconoce, se arrepiente y confiesa sus pecados; limpia su estado, remueve sus vestimentas viles y las reemplaza con su justica, interponiéndose como escudo contra los avances del acusador.
Aun cuando en su designio Dios permite a Satanás tentar y hostigar a los fieles, mantiene el poder soberano y la autoridad absoluta para contrarrestar sus acechanzas y propósitos destructivos.
Como ejemplo, Jesucristo le advirtió anticipadamente a Pedro que Satanás quería «zarandearlo como al trigo» (Lucas 22:31-32), pero que Él ya había rogado al Padre para que su fe no caiga y que su comunión con Dios no sea destruida. Es necesario visualizar que Jesús intercede por sus fieles (Hebreos 7:25); presenta su sangre como el medio de limpieza (1 Juan 2); reviste a sus fieles (Romanos 5:1) con su justicia divina, y adorna sus cabezas con su empoderamiento espiritual y la renovación de sus mentes. La pregunta paulina cobra vigencia en nuestra experiencia: «¿Quién acusará a los escogidos de Dios?» Dios es el que justifica» (Romanos 8:33).
Dr. Pablo Polischuk es argentino, está casado con Frances, con quien tiene dos hijos, una hija y muchos nietos. Es PhD. en el área de psicología y recibió su doctorado en el seminario teológico Fuller, en California. Tiene más de 40 años ejerciendo en psicología y enseñanza. Ha impartido por 30 años en el seminario teológico Gordon-Conwell, EE.UU., integrando teología y psicología. Tiene una larga trayectoria pastoral en varias iglesias hispanas en los EE. UU. y fundó seminarios en diferentes lugares del mundo. Ha publicado libros y artículos sobre la integración de teología y psicología. Hoy es rector y uno de los fundadores de la Facultad de Teología Integral de Buenos Aires (FTIBA).