En 1 Corintios 15, el apóstol Pablo se mete de lleno en uno de los temas principales de la época respecto de Cristo: su resurrección.
“Porque ante todo les transmití a ustedes lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado, que resucitó al tercer día según las Escrituras” (vv. 3-4),
Recomiendo leer el capítulo completo para entender la dimensión del debate y también la importancia del asunto en el que Pablo decidió embarcarse. El apóstol brinda argumentos desde todos los ángulos. Testifica acerca de las evidencias humanas, respalda teológicamente y nos llena de esperanza mirando el futuro desde la puerta de la tumba vacía.
Cristo resucitado es central en nuestra fe. Si no lo creemos y abrazamos en este aspecto, caminamos en una fe inservible. Así de fuerte suena, así de real es.
Por eso debo saber lo que realmente sucedió. Primero que nada: la resurrección no es una metáfora ni una figura poética. Fue algo que pasó y sigue pasando, como un presente continuo.
El Resucitado venció la muerte y la sigue venciendo. Lo hizo aquella mañana de piedra corrida y sepulcro abierto, pero lo sigue haciendo cada día, a cada momento, en la vida de miles de creyentes.
En todo el mundo sucede que personas salen de sus tumbas cuando la piedra del sepulcro es removida y el Libertador los lleva de la mano a la vida eterna. Tal hecho poderoso se convierte, al igual que ese domingo de Pascua, en un testimonio para que el mundo crea.
¡Cuánto disfruto encontrarme con personas que te cuentan acerca de cómo Dios transformó sus vidas!
Entiendo que el Resucitado sigue con su oficio y no puede parar de dar vida y sacar gente de la muerte.
Debo saber qué sucedió y sigue sucediendo
No se ha acortado su mano para salvar; Él sigue siendo el mismo, ayer, hoy y siempre.
Los terapeutas y psicólogos dicen que la raíz de todos los temores es el miedo a la muerte. Ahora, estando en Cristo, sé que puedo batallar con el mensaje de que la vida es finita y, sin embargo, por su vida vencer. Es maravilloso. Ya no pertenecemos a la finitud sino a la eternidad.
Sé que para muchos la batalla no se torna nada fácil, pero es posible obtener la victoria, y si estás leyendo esto, en medio de luchas con el asunto, levantá la mirada y busca los ojos del Victorioso. Jesucristo te extenderá su mano, te llamará con voz fuerte y saldrás. Acércate a algún hermano, no andes como alma solitaria; ya lo dijo Dios en el principio: “No es bueno que el ser humano esté solo”.
Debo saber qué está sucediendo y sucederá:
El Rey está regresando.
La resurrección es un evento de ayer, el cual sigue sucediendo hoy y lo viviremos todos a pleno mañana. Pero el Poderoso, quien no puede ser contenido ni siquiera por los cielos, regresará victorioso y ante los ojos de todos. Y lo primero que hará es levantar gente de la mismísima muerte.
Señales, trompetas, voz de mando —y lo que quieras agregar que Jesucristo hará— apuntan a poner de pie a los hijos que en aquel día estén dormidos. Será glorioso.
Algunos de nuestros hermanos, a lo largo de los siglos, lo han dado todo y han visto muerte por el nombre de Jesús; otros fueron afectados por enfermedades o simplemente el paso del tiempo. Pero da igual, pues a todos los llamará y todos los hijos serán levantados.
Cuando me pidieron esta reflexión (si es que le cabe el título), pensé primero en hacer un poco de teología del asunto y compartir una buena enseñanza (dentro de mis posibilidades). Comencé a hacerlo, y creo que iba bien, pero salí al parque y me crucé con una nena de la iglesia que me empezó a preguntar acerca de todo lo que hacemos en Semana Santa, predicando a toda la ciudad.
Entendió bien el asunto de la última cena y me dijo que esperaba ansiosa el Vía Crucis del viernes 7. Pero ella, muy entusiasmada, de lo único que me preguntó fue de la resurrección.
¿Qué es la reunión de Resurrección?
Así me preguntó, y necesité enseñarle lo que quiere decir. Estaba preocupada por su abuelo, uno de nuestros líderes que hacía unos meses había partido a la patria celestial de nuestro Rey, y le conté que algún día lo volverá a ver.
Luego, pensé más sobre este asunto y se lo recordé a mi corazón también, y me dije, según las palabras del salmista: “No te preocupes alma mía, a veces hay luchas y a veces aun el justo cae, pero a todos los levantará el Señor”.
Adoré al Rey de reyes y al Señor de señores. De un momento a otro, se me encendió en el espíritu una esperanza inapagable y eterna. Entonces grité “¡Maranatha!” [‘Cristo, ven’], y recordé que porque Él vive hoy, lo veré plenamente mañana.
Debo saber que una gran esperanza nos habita. Mi Señor Jesucristo no pudo ser retenido por la muerte, está vivo y volverá.
No hay declaración mejor.