Luego de consultar con decenas de mujeres que debido a la pandemia están realizando Home Office, me animo a decir que para la mayoría existía una idea romántica acerca de las virtudes de esta modalidad en el contexto actual. Creo que no reparamos en que nos llevaría a sumergirnos en un multitasking despiadado que no nos da respiro.

Aunque muchas confiesan que tenían la fantasía de combinarlo para que el tiempo les rindiera más, estar cerca de los chicos, dejar atrás el estrés de viajar en hora pico, manejar los tiempos, no pensar en la ropa, trabajar en pantuflas y dormir más horas, en estos últimos meses la virtualidad laboral desde casa, dejó de ser una opción para pocas y pasó a transformarse en un dolor de cabeza para muchas.

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Pero el Home Oficce no es el problema principal por el cual miles de mujeres luego de más de seis meses de llevarlo adelante se encuentran al borde del colapso (o sumergidas en él). Probablemente coincidas conmigo, en que en otro contexto sería una modalidad muy beneficiosa y productiva.

Entonces ¿cuál es el punto? Las múltiples tareas que siempre están, ésas que vamos piloteando al mejor estilo Lewis Hamilton en las carreras de Fórmula 1, conociendo el recorrido, manejando los tiempos, acelerando en los tramos correctos y bajando un cambio cuando es preciso, pero que hoy nos llevan a volcar y estrellarnos contra el guardarrail de la realidad que nos supera.

Esas actividades cotidianas que hacíamos de taquito, que no presentaban mayores inconvenientes y estábamos acostumbradas a resolver sin sobresalto -aún si llegaban a complicarse- se convirtieron en barreras insuperables, en senderos ríspidos.

Las cuestiones sencillas del día a día se levantan como amenazantes montañas de estrés

Esto sucede donde se cortan los caminos y cuando encontramos un resquicio y por fin parece que adelantamos algo, nos encontramos observando perplejas una nueva ruta llena de baches de ansiedad y cansancio.

En definitiva, lo simple se convirtió en muy difícil. Las interrupciones constantes que se generan por diversos motivos, el universo de demandas que pretenden respuesta inmediata desde todos los flancos, la nueva normalidad de un trabajo 24/7 que nuclea ámbitos antes impensados de fusionar (y funcionar), se convierte por momentos en una trama extraña, impersonal, intermitente. Una y otra vez nos encontramos retomando la tarea, tratando de reenfocar, de no perder el hilo de nuestros pensamientos, intentando avanzar mientras descubrimos que hacerlo nos lleva el triple del tiempo habitual.

Una encuesta realizada por el Centro de Estudios de Relaciones Interpersonales de la Universidad Austral, en la sección referida a la distribución de las tareas cotidianas durante la pandemia, señala que: “en las tareas del hogar, se mantienen y reproducen estereotipos de género” y que “el cuidado de los miembros de la familia que lo requieren, tiene un protagonismo mayoritariamente femenino.

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Son las mujeres quienes tienen a su cargo con mayor frecuencia las tareas de cuidado de los más vulnerables. Así, el cuidado de niños, adultos mayores y personas con discapacidad lo realizan 5 mujeres por cada 3 hombres. Mujeres al cuidado de niños: 46,66%; de adultos mayores: 53,13%; de personas con discapacidad 52,67%).La educación en casa está a cargo de mujeres adultas en 54,23% de los casos, mientras que 26,99% está bajo responsabilidad de los adultos varones. El 6,63% recae sobre adolescentes mujeres y 1,35% sobre las abuelas”.

¿Resultados? Más allá de los números que estamos considerando, podemos arribar a una conclusión certera sin necesidad de mucha estadística, con solo observar el panorama propio y el de la mayoría de las mujeres que nos rodean: hiperactividad, mucho estrés, poco descanso, poca paciencia (aunque teniendo en cuenta los más de doscientos días de rutina impuesta ¡tenemos un Master en Tolerancia!).

El trabajo de la casa y el externo, la familia y el jefe, los pacientes y la comida, la escuela y el ministerio, los libros y el zoom, los WhatsApp con grupos insufribles pero necesarios, las decisiones importantes y el desgano, la responsabilidad y la apatía. Se combinan en un mismo espacio y horario formando un combo inestable con la capacidad de detonar en una explosión emocional cuando escuchamos el “maaaaaaa” número mil quinientos cuarenta del día.

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Y así, todo ese vértigo de la multifuncionalidad sin resto, continúa, y seguimos atascadas en la misma página en blanco, o desesperadas intentando deshacer el envío del mail que salió disparado cuando unos deditos pequeños y mágicos oprimieron el mouse mientras nos dimos vuelta para estirar las articulaciones entumecidas por horas de pantalla.

Y la ropa que quedó en el lavarropas desde ayer sin colgar. Y la heladera que pide a gritos una reorganización de tappers. Y las ganas de salir corriendo a que el sol nos pegue en la cara mientras Dios nos ministra en nuestra vulnerabilidad.

¿Y la punta del ovillo? Enmarañada del otro lado de la gestión emocional. Enredada en la profundidad de una hiperexigencia implacable, de un “deber ser y hacer” que no nos da tregua. ¿Lo bueno? Que siempre hay maneras de abrir posibilidades aún cuando las múltiples tareas nos exceden. Espero que la descripción exhaustiva te haya robado siquiera una sonrisa. Que te haya hecho sentir alivio sabiendo que nos pasa a casi todas.

Y entonces, ahora más relajadas, ensayemos juntas algunas propuestas prácticas que pueden ayudarnos aunque más no sea como un disparador y herramienta de activación para que el multitasking del que no podemos deshacernos por el momento- se ponga a nuestro favor, se convierta en el combustible que nos impulse y deje de ser el motor que nos está fundiendo.

Mejor hecho que perfecto:Tareas mínimas que no son relevantes y se inmiscuyen en lo cotidiano robando tiempo y llenándonos de peso. Identificá las tuyas.

Más, no siempre es mejor. Más horas de trabajo en un contexto de poco descanso y mínimo disfrute, no aseguran nuestra productividad, la limitan.

La agenda es amiga: Uno de los efectos negativos del multitasking, es que nos genera olvidos que casi siempre cuestan caros. Planificar y respetar horarios, aunque hoy parezca inalcanzable, es una elección revolucionaria en tiempos de pandemia, una estrategia sencilla y poderosa que nuestra mente, cuerpo y espíritu agradecerán, y que hará una enorme diferencia en positivo, especialmente, en el entorno familiar.

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Disfrutar es una decisión. Este verbo que para muchas está conjugado siempre en pasado y parece perderse entre los recovecos del multitasking, es un canal de activación en sí mismo. Podemos elegir ser intencionales en recuperar este valor del disfrute que la exigencia nos niega, pero la excelencia nos impulsa a establecer. Disfrutar no es perder tiempo, es ganar salud integral. implica, como dice su definición: “Experimentar gozo, placer o alegría con alguien o algo. Tener o poseer una cosa buena o gratificante”.

¿Qué “cosa buena” poseemos o tenemos? La primera que se me ocurre es la vida que aún respiramos, transpiramos y transitamos, con pandemia y todo. Y mientras escribo -un poco tarde hoy- con el cuerpo cansado pero la mente fresca, siento ese gozo, placer, alegría y me digo: “esta sí que es una cosa buena”, me doy permiso para disfrutarla aún en medio del cansancio, y decido que ningún multitasking amenazante me va a impedir lograrlo.

Licenciada en Orientación Familiar, Coach Ontológico y escritora. Mediante sus libros, conferencias y talleres, capacita, potencia y activa a mujeres y familias desde un abordaje integral para desarrollar ser su mejor versión y vivir en plenitud. Es mamá de tres hijos y, junto a su esposo, pastorea la iglesia Tierra de Avivamiento, CABA.