“Cualquier momento del día o de la noche es bueno para decir ‘basta’ y poner fin a una etapa de tu vida que hubieras deseado no vivir”. Raimunda de Peñaflor Lorente
La mayoría de las personas y de las instituciones religiosas tienen actitudes, ideas y creencias equivocadas acerca de la violencia en la familia, se basan en conceptos erróneos sobre lo que se trata y a quiénes afecta. La mejor de las herramientas para terminar con mitos y estereotipos es informarse, de ese modo poder hacer prevención y ser parte activa de la erradicación de la violencia contra las mujeres, niños, niñas y adolescentes.
La violencia contra las mujeres en Latinoamérica y, específicamente, en nuestro país ha ido en aumento y se ha multiplicado en tiempos de COVID-19. Estos son los datos de la Oficina de Violencia Doméstica.
El aislamiento que hemos tenido que hacer para bien de la salud ha sido el martirio para miles de mujeres que se han visto obligadas a estar con su pareja todo el día, con pocas posibilidades de solicitar ayuda externa.
Malena Manzato
Estamos asistiendo a un problema que hoy en día es catalogado como de salud pública, de violación de derechos humanos y una barrera para el desarrollo económico. Son muchas las campañas que se realizan en torno al tema, pero estamos lejos de encontrar una solución.
¿Qué puede hacer la iglesia?
La forma más común de violencia experimentada por las mujeres es de parte de sus parejas, de parte del hombre que “han elegido para toda la vida”, “del padre de sus hijos/hijas”, “del hombre por el cual han orado” o “Dios les ha dado”, sin embargo, miles viven un verdadero infierno dentro de sus propios hogares.
Frente a esta problemática, la reflexión dentro de nuestras comunidades de fe debería ser llamada a buscar salidas que no solo permitan tomar conciencia de la dimensión del problema, sino que ayuden a encontrar algunas pistas de solución. Pistas que nos llevarán por una serie de interrogantes al interior de la Iglesia.
En ella tratar de criticar una serie de estructuras patriarcales que han perpetuado una falsa visión de superioridad de los hombres sobre las mujeres y que les permite sentirse casi con el “derecho” de maltratarlas por el solo hecho de ser mujer, usando muchas veces textos bíblicos descontextualizados que permiten seguir “sometiendo” a muchas de ellas al maltrato.
¿De qué hablamos cuando hablamos de violencia?
En Argentina contamos con una de las leyes más completas para el abordaje de la violencia contra la mujer basada en derechos y tratados internacionales, la Ley 26 485: “Ley de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales”, donde podemos encontrar definiciones y tipologías con sus respectivas definiciones. El texto de puede consultar en este enlace.
Pero las palabras solas no toman dimensión si no las ponemos en práctica, si no atesoramos nuestros derechos como mujeres y exigimos lo que nos corresponde.
Estar en situación de violencia de parte de la pareja u otro integrante de la familia No es el plan de Dios.
Malena Manzato
Este tipo de violencia es un ejercicio de poder que un hombre ejerce sobre una mujer; y quienes los rodeamos y sabemos, si no denunciamos, nos convertimos en cómplices.
Denunciar no solo significa ir a una Comisaría de la Mujer o a la OVD. Denunciar significa intervenir, acompañar a las personas en situación de violencia, creerles, no dar “sugerencias” al azar que revictimizan, por ejemplo: “Es la voluntad de Dios”; “Es una prueba”, “Él es el hombre que Dios te ha dado”, etc.
Debemos romper el silencio en las familias, en las iglesias, con amigos y amigas y, si es necesario, con la justicia. No hacerlo es ser parte de ese ciclo de violencia que se transita con mucho dolor y soledad, a veces por muchos años. Romper el silencio es permitirles a las mujeres y varones dejar de vivir el infierno que conlleva una situación de ejercicio de violencia en las familias.
Sin distinción
Soy fundadora de la Asociación Pablo Besson, también estamos en este WhatsApp: +54 911 4948-2807, donde un equipo de profesionales trabajamos con mujeres en situación de violencia, con niños, niñas y adolescentes víctimas de maltratos y abusos sexuales, e intervenimos con hombres que ejercen violencia, desde lo psico-socio-legal-espiritual.
Un 80% de la población asistida proviene de diferentes comunidades de fe. Muchas veces me preguntan: “¿Ustedes son profesionales cristianos/as?”. Y yo me pregunto: “¿Qué tendrá que ver?”. Es como si nos hiciese diferentes al resto de la humanidad, es como si yo preguntara: “¿Ustedes son víctimas cristianas?”, “¿Ofensores sexuales cristianos?” u “¿Hombres que agreden cristianos?”. La realidad es que los equipos intervinientes son todos “especialistas” en la temática de violencia familiar, y eso es lo más importante, lo que una persona que pide ayuda debe tener en cuenta.
Creemos en un Dios de paz y amor, que dé sabiduría para encontrar caminos asertivos para salir de la violencia en las familias, rompamos los silencios. La violencia y los abusos sexuales a los niños y niñas están en todas partes, también dentro de nuestras comunidades de fe, tal vez sea la hora de “ensanchar nuestras tiendas”, para abordar estas problemáticas. Al decir de Desmond Tutu “Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor”.
Por último, un mensaje alentador para las mujeres que transitan esas situaciones: siempre, siempre se puede salir, solo se trata de pedir ayuda idónea, no se sale sola del ciclo de la violencia. Y a los hombres decirles que el ejercicio de violencia no es una enfermedad, es una conducta aprendida y así como deciden ejercerla, bien pueden buscar ayuda y aprender a relacionarse de manera diferente. No violentar también es una decisión.