“El primer día de la semana, muy de mañana, las mujeres fueron al sepulcro, llevando las especias aromáticas que habían preparado” (Lucas 24:1).
Iban por un camino que nunca hubieran querido transitar. El corazón conmocionado, los pensamientos acelerados, probablemente revisando una y otra vez la historia que no les cerraba por ningún lado en su mente: “No puede ser”. “Pero yo creí que iba a ser diferente”. “Esto no puede estar pasando”. “¿Y ahora cómo seguimos?”. “¿Por qué…?”.
Experiencias, sentimientos, interrogantes que nos rondan cuando vivimos momentos fuertes, inesperados, inexplicables. ¿Te sentiste así alguna vez? ¡Qué difícil resulta mantener en cause el torbellino emocional que se genera en situaciones de dolor e incertidumbre! Qué desafío de fe se plantea en nuestro interior cuando todo aquello en lo que habíamos depositado nuestra expectativa o esperanza, se desvanece.
Del otro lado de la historia, en un contexto sociocultural en el que las mujeres eran consideradas de segunda categoría, Jesús se ocupó especialmente de abrirles camino.
Él era el agua de vida en medio de la sequía emocional y espiritual, era el aire fresco en medio del desierto del rechazo.
Mayra Djimondian, pastora de la iglesia Tierra de Avivamiento.
Mientras el Señor caminaba con ellas, fueron destinatarias de una honra y dignidad que nunca habían recibido de parte de un rabí. Se sintieron valoradas, apreciadas, escuchadas, comenzaron a caer los velos de la religión y la cultura que las mantenían sojuzgadas, y pudieron verse a sí mismas como protagonistas de un nuevo tiempo en el que todo era posible si tan solo se disponían a creer.
Una de ellas fue salvada de ser lapidada cuando la intervención de Jesús dejó a sus verdugos sin respuestas y en vergüenza. Otras que en la pequeña aldea de Betania, se sentaban a la mesa con el Maestro y conversaban sin filtro, en una época en la que solo los hombres tenían acceso a esos espacios.
Allí mismo, María disfrutaba a sus pies seminarios intensivos, desafiando paradigmas que señalaban a las mujeres como indignas de ese tipo de educación. Mujeres sanadas de enfermedades. Mujeres libres de ataduras, de etiquetas, de pecado. Mujeres felices y plenas mientras él estuviera allí.
Y de pronto, la cruz. Días oscuros que nublan promesas. Y entre el dolor y los recuerdos, entre las lágrimas y el asombro, ellas van llegando. Ya no a la casa, ni a la mesa, ni a la charla cálida sino al lugar del silencio. El símbolo de que no hay vuelta atrás, la tumba donde esperaban encontrarlo.
La Iglesia debe impulsar el rol protagónico de las mujeres, tal como Jesús lo hizo
Aunque conozco el final de la historia, este relato siempre vuelve a fascinarme. Un terremoto, el estruendo, la piedra removida, un ángel sentado en ella, los guardias en shock, las mujeres desconcertadas: “… Vayan pronto a decirles a sus discípulos: ‘Él se ha levantado de entre los muertos y va delante de ustedes a Galilea. Allí lo verán’. Ahora ya lo saben” (Mateo 28:7)
¡Ellas de nuevo! Elegidas para ser portadoras de la mejor noticia del universo en un mundo en el que la mujeres debían guardar silencio.
Mayra Djimondian, Licenciada en Orientación Familiar, Coach Ontológico y escritora.
“Así que las mujeres se alejaron a toda prisa del sepulcro, asustadas pero muy alegres, y corrieron a dar la noticia a los discípulos. En eso Jesús les salió al encuentro y las saludó. Ellas se le acercaron, le abrazaron los pies y lo adoraron. —No tengan miedo —les dijo Jesús—. Vayan a decirles a mis hermanos que se dirijan a Galilea y ahí me verán” (Mateo 28:8-10).
¡Ellas otra vez! Frente a Jesús que les sale al encuentro, que es intencional en elegirlas como mensajeras para mostrarles confianza, la misma que se les negaba como testigos por el solo hecho de ser mujeres. Las sorprende, las saluda, les imparte paz y nuevamente propicia ese espacio de aceptación y cercanía que todas necesitamos cuando nos sentimos abatidas, sin respuestas, frustradas o tristes: Su presencia.
¡Las primeras que lo vieron resucitado! ¡Las primeras que pudieron acercarse y tocarlo! ¡Las primeras en adorar al Rey de gloria mientras postradas se abrazaban a sus pies! ¡Las primeras en ser enviadas por Jesús a compartir las buenas noticias de su resurrección!
Jesús es el mismo ayer, hoy y por los siglos, y sus palabras de activación, ánimo e impulso para las mujeres que lo seguían y servían en aquel tiempo siguen vigentes para nosotras hoy.
Él nunca hizo acepción de personas, ni divisiones por sexo, por edad o nacionalidad.
Mayra Djimondian, pastora de la iglesia Tierra de Avivamiento.
La primera evangelista fue samaritana, uno de los diálogos más profundos que se revelan en las Escrituras, lo tuvo con ella, otro con una mujer sirofenicia. Jamás se avergonzó de que lo vieran enseñando a una mujer, ni de tener discípulas que lo seguían o que apoyaban financieramente el ministerio.
En este mundo complejo que por un lado levanta la bandera de la igualdad pero que por otro sigue alimentando una cultura que muchas veces desestima, invalida e invisibiliza a las mujeres, la Iglesia, como agente de cambio y como portadora del mensaje transformador del Evangelio, es, o debería ser, la primera encargada de impulsar el rol protagónico de ellas tal como Jesús lo estableció con su ejemplo.
A su vez, cada una de nosotras somos responsables, como lo hicieron las mujeres en ese momento, de alejarnos a toda prisa del sepulcro que mantiene atrapada la esperanza, los dones y el propósito de tantas y correr en sentido contrario, con toda libertad, siendo portadoras de noticias y acciones revolucionarias que cambian la historia para siempre.