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Me siento frustrado 

El diccionario define a la frustración como “un sentimiento de tristeza y decepción por no lograr un deseo”. Es decir, la imposibilidad de alcanzar una meta que nos habíamos propuesto. Una expectativa que depositamos en algo o alguien, pero que no logró concretarse en el tiempo. Un sueño que no llega, una situación específica que nos muestra un resultado no esperado, entre otros.

Todas estas circunstancias nos atraviesan a la mayoría de personas.

Nos enfrentamos frente a situaciones que pueden provocar frustración en nuestras vidas más de lo que pensamos. Incluso podemos planificar, pensar tiempos específicos para determinadas acciones, pero aún así hay aspectos que no podremos controlar. Intentarlo es un autoengaño que nos hace buscar cosas ideales pero no reales, lo que a fin de cuentas tiene grandes posibilidades de no ocurrir.

Por ejemplo, pensar que las personas actuarán de acuerdo a la manera en que lo haríamos nosotros, puede producir una gran frustración. Este aspecto por más que lo planifiquemos, hagamos estrategias o demos recursos, nos excede. En vez de colocar una expectativa de este calibre, podremos modificarla por una alcanzable. Una alternativa a ese ejemplo sería: «Intentaré dar todo de mí para ser más parecido a Cristo y amar a los demás como Él enseña». 

Es necesario tener un tiempo para pensar acerca de estas situaciones en nuestra vida. Conectarnos con la actualización de nuestras expectativas es una de las llaves que nos abrirá puertas en medio de la decepción. Metas diarias, a corto plazo nos impulsarán poco a poco a ir avanzando hacia las siguientes. 

Busquemos aquello que sí podamos cambiar y dejar de insistir sobre terrenos a los que no tenemos el acceso para modificar. Tampoco esperemos que el otro haga lo que Dios nos asignó a nosotros realizar. La frustración no es un lugar para hacer habitación, es un espacio para aprender y ser promovidos al siguiente nivel. Son escenarios que nos ayudan a registrar las decisiones que no son saludables. Son oportunidades para seguir ganando madurez. 

Estamos frente a uno de los obstáculos silenciosos pero más dañinos en nuestra generación. Reflexionemos en lo que esperamos detrás de cada acción, tanto de nosotros como de los demás. Si no cuidamos nuestro corazón y no encendemos nuestra pasión intencionalmente por conocer más a Jesús, este fuego puede apagarse. El amor de muchos se enfriará, personas se frustraran con otros y con Dios porque este puede que no responda en la forma y el tiempo planificado por nosotros. (Sus pensamientos son más altos que los nuestros, hay preguntas que solo Dios sabe la respuesta. Qué hacemos frente a ello, expresa lo que hay en nosotros).

Ajustemos nuestras expectativas no a lo que terminemos sintiendo sino a la lámpara que alumbra nuestro camino: la palabra de Dios. Intentemos apuntar la mirada a Jesús, el autor y consumador de nuestra fe y no a las proyecciones políticas y económicas del país que habitamos. Combatimos la frustración recordando que en Dios nuestra esperanza es firme, Él no va a defraudarnos. Su plan no está en riesgo, Su amor no cambia, Su posición no está amenazada, Él sigue en control. No dejemos de perseverar, mantengamos firmes nuestra fe, porque fiel es el que hizo la promesa.

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