El fundamento de la fe y la vida cristiana deseable ante Dios, del establecimiento y desarrollo de la ecclesia como organismo y comunidad de fe —expresiva de la voluntad, el propósito y diseño de Dios para sus criaturas— debe ser enmarcado en los principios y proposiciones de Jesucristo y sus apóstoles, el fundamento de la ecclesia.
El propósito de Dios, expresado en las palabras de Cristo, ha sido establecer su ecclesia como testigo mediante su Evangelio, vigente hasta su segunda venida. Los apóstoles han sido instrumentos usados por Dios para expandir el entendimiento y la sabiduría espiritual con respecto a su naturaleza, su propósito y sus funciones. El Cuerpo de Cristo —edificio de Dios y morada del Espíritu— ha sido dotado con personas que han provisto un marco de referencia que define al ser y sus relaciones, la vida personal de cada discípulo y la comunidad de fe.
Las doctrinas fundamentales registradas en las Escrituras figuran en las cartas apostólicas. La carta de Pablo a los Romanos representa un tratamiento sistemático delineado en términos ascendentes (“desde abajo hacia arriba”); como punto de partida, la condición depravada del ser caído en pecado es descrita (hamartiología); como punto final, su glorificación en Cristo es afirmada (escatología). Entre estas polaridades, figuran las doctrinas de la justificación por la fe, la sustitución, la expiación, la redención, la santificación, el altercado entre las dos naturalezas del ser —caída y redimida—, la vida en el Espíritu, la transformación del ser —su carácter y conducta— y las relaciones entre Israel y los gentiles en el plan de Dios, unidos en un mismo Cuerpo, la ecclesia. Pablo dedica once capítulos (1 al 11) a los aspectos doctrinales, para luego exponer la aplicación de tales principios en la vida práctica de la comunidad de fe (capítulos 12 al 16).
Por otra parte, en Efesios, el aspecto doctrinal es trazado «desde arriba hacia abajo»: Pablo comienza colocando al ser redimido en la presencia de Dios, sentado en lugares celestiales (escatología), y luego desciende al plano natural, en el cual, el ser se encuentra muerto en delitos y pecados (hamartiología). La trama teológica retoma el cauce de la redención y sus efectos positivos, expresados en la Iglesia y en la vida personal de los seguidores de Cristo. Efesios dedica tres capítulos al establecimiento de las bases doctrinales y los principios operativos de la Iglesia y sus componentes, y luego, otros tres capítulos a las enseñanzas aplicativas a la práctica de los principios derivados de las bases teológicas.
En el proceso de impartir y compartir los aspectos formativos del carácter y la conducta de los discípulos, es necesario establecer estos criterios bíblicos, animados del énfasis de sentar primeramente las bases doctrinales al formar vidas semejantes a la desplegada por Jesucristo. Acatar la Gran Comisión incluye el proceso de “enseñar todas las cosas” que Jesucristo ha mandado y de impartir la verdad que ha vertido en sus enseñanzas, en su carácter, su conducta y sus relaciones interpersonales (Mateo 28). Estas enseñanzas han sido vertidas en la doctrina de los apóstoles y ejemplificadas en sus caracteres en el libro de Los Hechos.
La tarea de hacer discípulos no ha sido legada a personas neófitas, carentes de conocimiento, entendimiento y sabiduría espiritual. Jesús, antes de partir al Padre, no nos dejó como huérfanos privados de conocimiento, poder y recursos, sino que nos proveyó de su propio ser, mediado por el Espíritu Santo, enviado para actualizar su propósito en sus seguidores y a través de ellos. Para lograr el propósito de «hacer discípulos de todas las naciones», es imperativo contar con la persona, la presencia y el poder del Espíritu Santo, el Paracleto enviado luego de la glorificación de Cristo, llamado a nuestro lado para energizar, enseñar, redargüir, recordar, guiar y usar a los ministros de un Nuevo Pacto en sus tareas como siervos de Jesucristo. Su presencia y poder actúan mediante las personas ejemplares dedicadas a servir a los discípulos en necesidad de formación espiritual. Además, Jesucristo ha dado personas dotadas a la ecclesia para perfeccionar su edificación (Efesios 4:11-16).
El liderazgo de los grupos de discipulado debe captar este paradigma dinámico y reconocer la necesidad de ser versado en las Escrituras, así como contar con la persona, la presencia y la dinámica del Espíritu Santo para realizar sus tareas ministeriales. Al abordar el proceso de impartir la verdad de Dios —el Evangelio del Reino, las enseñanzas de Jesucristo— vertida en la doctrina de los apóstoles, es necesario adoptar una perspectiva metacognitiva que traza bien la Palabra de Dios. Para ello, cabe establecer ciertas guías en el proceso informativo y formativo. Toda doctrina derivada de la Palabra y enunciada en sus términos teológicos —bíblicos, sistemáticos— debe ser enmarcada y delineada racional y espiritualmente:
- Dios, la Trinidad (teología propiamente definida); su diseño y propósito eterno cumplido en Cristo y su ecclesia.
- La creación del cosmos y del ser humano y su estado original (cosmología y antropología bíblica-teológica); el ser formado a la imagen y semejanza de Dios.
- La condición humana natural, resultante de la desobediencia a la voluntad de Dios (el ser deformado por el pecado; hamartiología).
- La redención del ser (soteriología); la sustitución, la propiciación, la expiación, la redención, la regeneración; el estado regenerado (re-formado) del ser.
- La santificación (el ser transformado por el Espíritu, mediante la renovación de su entendimiento); el ser conformado a la imagen de Jesucristo.
- La lucha entre las dos naturalezas: la caída (natural) y la regenerada, renovada (espiritual); el viejo hombre y la nueva creación en Cristo en pugna, empoderada por el Espíritu Santo y animada para vivir según la voluntad de Dios, para su gloria.
- El destino final del ser, glorificado en Cristo, gozando de la eterna comunión con Dios (escatología, teleología).
- La Iglesia: su naturaleza como organismo viviente; su expresión universal y local; sus aspectos organizacionales; sus estructuras y funciones.
- La realidad espiritual: ángeles, Satanás, demonios; el conflicto espiritual y sus efectos en el ser natural en oposición al ser redimido; la armadura de Dios que enviste al ser redimido.
Toda doctrina «etiquetada» conceptualmente debe ser abordada de una manera comprehensiva; por ejemplo, al tratar con un concepto, un principio, un constructo abstracto —la justificación la expiación, etc.—, es necesario que la persona que imparte/comparte tal concepto doctrinal se haga preguntas que guíen sus esfuerzos informativos y formativos al efectuar el proceso interactivo del discipulado:
- ¿Puedo definirlo? (semiótica, semántica, empleo de exégesis, hermenéutica)
- ¿Puedo explicarlo? (pedagogía)
- ¿Puedo defenderlo? (apologética)
- ¿Puedo experimentarlo en mi ser? (praxis personal)
- ¿Puedo ver sus efectos en la(s) persona(s)? (evidencias reales, empíricas, testimoniales)
De este modo, el proceso dialógico interpersonal —informativo y formativo— del discipulado no es efectuado al azar, sino enmarcado a consciencia plena en un servicio racional-espiritual. Debe ser animado con un sentido de dirección y de cadencia, teniendo en mente y respetando la capacidad de las personas de captar, entender, digerir, encarnar y consolidar las enseñanzas doctrinales y prácticas suministradas.