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La última cena y una cita pendiente con Jesús

El último encuentro antes del Gólgota, la última cena, nos relata un detalle de amor que olvidamos. 

La mesa está servida, todo está preparado; el Maestro acomoda los últimos elementos, le gusta estar en los detalles, es una ocasión especial. Última cena antes de la crucifixión. Mateo 26:26-29, y sus pasajes paralelos, nos relatan este encuentro en el cual podemos hallar mucho más que un sacramento, un mandato, una regla para los primeros domingos de cada mes. 

Jesús lideró compartiendo la vida, compartiendo momentos, generando comunión. Llegaba la hora más oscura, Él era el verdadero cordero pascual; pero todavía quedaba esa última cena, que no solo conmemoraba la salida de Egipto, sino que profetizaba el acto más sublime que en horas acontecería. 

La Pascua era una de las fiestas más importantes del pueblo judío. Cristo, la verdadera Pascua (1 Corintios 5:7), cumplía esa noche con la costumbre de la celebración. Habían sido libres por la sangre de un cordero en el dintel de sus puertas; pronto serían verdaderamente libres todos aquellos que creyeran en el sacrificio de la cruz. 

Esa noche Jesús realiza un acto profético, “Tomen y coman; esto es mi cuerpo. Después tomó la copa, dio gracias, y se la ofreció diciéndoles: —Beban de ella todos ustedes. Esto es mi sangre del [nuevo] pacto…”. Su cuerpo sería quebrantado como sacrificio por los pecados de todos. 

Su muerte y resurrección abrirían la puerta a un nuevo tiempo, aquel en que lo real llegaría para que las sombras y figuras quedaran disueltas (Hebreos 9:23-28). El pecado ya no sería cubierto sino quitado. Jesús era el mediador de un pacto nuevo, establecido sobre mejores promesas (Hebreos 8:6).

Un velo rasgado daría libre ingreso a la presencia de Dios (Mateo 27:51). ¡Y tanto más!

Esta es la razón de la cena. El evangelio de Lucas nos relata que Jesús les dijo “hagan esto en memoria de mí(22:19), un acto de conmemoración de su sacrificio, ¡pero también de su victoria! Es aquí donde surge el inconveniente; ya que, en la institucionalización de la práctica, con base en 1 Corintios 11:23-34, lo que Él realizó se transformó más en un exhaustivo examen de conciencia que en celebración conmemorativa. 

Antes de seguir preparándonos para la conmemoración, necesitamos aclarar esta cuestión. Es sabido que Pablo establece una costumbre. El pasaje de Corintios es el más leído en todas las celebraciones de Cena del Señor, incluso la pascual. 

Ahora bien, ¿hemos entendido correctamente?

Una mala exégesis tal vez nos ha llevado a una mala praxis. ¿Es lo más importante de todo este suceso hurgar en nuestros pecados para no ser condenados? ¿No es en memoria de Él? ¿No debería ser el centro Él y su obra? Claro, es correcto ponernos a cuenta, Pablo lo advierte. Dice en el versículo 28 del pasaje en cuestión que debemos probarnos, pero ¿acerca de qué? ¿De qué se trata esto de comer y beber indignamente? 

La respuesta está en el versículo 29; comemos “juicio” si no “discernimos” el cuerpo del Señor. Teniendo en cuenta el contexto del pasaje, y de la última cena, se trata de tener en poco el sacrificio de Jesús.

Discernir es comprender, entender, elucidar de qué se trata lo que hacemos. No se trata de indagar en los pecados de la semana…

Esta mala praxis nos ha llevado, en muchos casos, a perder de vista el sentido original de la conmemoración: “en memoria de mí”. Jesús esa noche les pedía: “cada vez que participen, que Yo sea el centro, recuerden mi obra, mi cuerpo partido, mi sangre derramada que dio acceso al nuevo pacto. Todas las veces… háganlo en memoria de mí”.

Mateo nos cuenta un detalle olvidado, maravilloso, esperanzador, único. Jesús sentencia: “les digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con ustedes en el reino de mi padre”. Él les dice “los espero, no disfruto esto otra vez, hasta que esté con ustedes”. 

Jesús conocía el final de la historia. La cena profetizaba su muerte, pero Él declaraba con peso de eternidad ¡una cita como ninguna! ¡Ese último encuentro anticipaba la gloria de otro!

El novio espera a la novia, no solo con una morada, sino con una cena. Qué historia de amor…

En esta Pascua, cuando participemos de la Santa Cena, hagámoslo realmente en memoria de Él, dándole toda la gloria por su obra consumada, porque Pascua es muerte, pero también resurrección. Y sobre todo recordemos que el Rey aguarda, que el Cordero espera, que el Libertador nos anhela, anticipa en su corazón ese momento —en que lo beba nuevo con nosotros, en el Reino de su Padre—, ¡aleluya!

Adriana Ocampo de Llano
Adriana Ocampo de Llano
Ministro Licenciado de la UAD. Lleva adelante una labor docente en el Instituto Bíblico Río de la Plata; Institutos externos e IETE. Forma parte del Equipo Nacional de Escuela Bíblica Sub departamento del DEC, UAD. Es parte del cuerpo docente de la ONG Mujeres por la Nación.

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