Mientras se subía en el pollino (burro), alguien se asomaba y pensaba: Esta no es la forma en que esperábamos al Rey, esta no es la manera adecuada de quien se dice ser el Mesías que gobernará. ¿Dónde está el caballo? ¿Y el ejército? ¿Dónde está la fuerza con la que se supone que nos dejaría en claro que esta es su ciudad? No se apartó de la escena y vio al grupo acercarse a las puertas.
La voz se corrió de inmediato y la gente empezó a salir de sus casas. Cualquier cosa que pudieran encontrar parecía buena para ese momento. Desde los rincones más lejanos de la ciudad, todos empezaron a abandonar lo que estaban haciendo y se acercaron a las calles por donde se creía que podría llegar a pasar Jesús.
No podría explicar el porqué, pero parecía que todos encontraban hojas de palma y en su defecto, sus mismos mantos. Esos que llevaban consigo para cubrirse, esos mismos que no hubieran soltado tan fácilmente, de repente parecían lo mejor que podían traer para esa ocasión.
La respuesta de la gente fue estremecedora. La escena de trece personas y un burro poco a poco se fue convirtiendo en algo que jamás había imaginado. La gente se agolpaba para verlo y sonaba una canción en común. “Hosanna al Hijo de David”. Hosanna, había escuchado esa palabra antes, pero jamás para un hombre como Él. Lo había escuchado para referirse a los gobernantes, ese grito de consuelo que invoca salvación, pero, ¿Para Él? ¿Para un Rey que anda sobre un burro?
Las hojas de palma sobre los mantos, los pasos de un burro sobre los mantos, un hombre con un semblante triste. Nada parece tener sentido.
Los gritos y la algarabía que a cualquiera podrían haberlo llenado de emoción, orgullo y hasta prepotencia; en Jesús causaban dolor. Momentos antes había llorado a sus puertas diciendo que no habían sabido reconocer el tiempo de su visitación. La misma multitud que en esa ocasión lo vitoreaba, días después se agolpaban en la entrada del pretorio gritando “crucifícalo”. Y es que esta escena, no tiene sentido a los ojos naturales. ¿Un Rey humilde? ¿Quién se proclama Dios en un burro? ¿No le alcanzaba para algo mejor?
“Y es que todo estaba planeado desde antes del tiempo”.
El profeta Zacarías había dicho varios siglos antes: Mira que tu Rey viene a ti, justo, salvador y humilde, y montado sobre un asno, sobre un pollino, hijo de asna. (Zacarías 9:9). Todo apuntaba a que ese hombre decía ser quien era.
La sustitución que había comenzado en la encarnación no se iba a detener ahí, no era solamente tomar un cuerpo de hombre, era morir a manos de los hombres para resucitar en manos del Padre y reconciliar a la humanidad consigo mismo. Era cambiar su gloria, por la cruz; y así, cambiar nuestra vergüenza por su gloria. Era hacer lo que nadie más podía hacer por la raza humana, darles un camino de regreso a casa, trazar la senda que los regresaba al lugar que pertenecieron siempre.
La escena de la entrada triunfal es una dicotomía, está llena de tensiones y de contradicciones. Pero algo es seguro. Jesús es Rey. Un día vino humilde en un pollino, dispuesto a morir, angustiado por la cruz y con su iglesia en mente; y un día volverá, en un caballo blanco, lleno de gloria y autoridad, con los ejércitos celestiales y una gran voz cual estruendo de muchas aguas, con su iglesia en mente. Vivamos por ese hermoso día.