La resiliencia es uno de mis temas preferidos. Será porque es parte de mi propia experiencia de vida, o porque muchas de las personas que más me inspiran eligieron levantarse en medio de la adversidad, dejar de lado las excusas y desarrollar una fe audaz en medio de sus procesos.
Hay muchas formas de definir esta palabra. Originalmente, es un término que se utilizó partiendo del ejemplo de la resistencia de los materiales que se doblan sin romperse y que logran recuperar luego su forma original. La Real Academia Española dice que es la “capacidad para asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas”. Podemos pensar también en la resiliencia como un estilo de afrontamiento en el que salimos fortalecidas a partir de procesos difíciles.
La palabra de Dios abunda en ejemplos de hombres y mujeres que desarrollaron esta capacidad mediante la fe, que no se dieron por vencidos a pesar de estar atravesando vivencias abrumadoras, que siguieron creyéndole a Dios aun cuando no vislumbraban un horizonte claro.
Hay un ejemplo que me encanta utilizar para describir de manera más gráfica este término, no solo en cuanto a lo que significa, sino en cuanto a cómo el desarrollar resiliencia forja nuestro carácter y fortalece nuestro espíritu. En uno de mis libros, la comparo con la técnica japonesa del kintsugi, una palabra que se traduce como: ‘restauración con oro’. Consiste en el arte de reparar una pieza de cerámica o porcelana que se ha roto utilizando, para lograrlo, un metal precioso como el oro, el platino o la plata, mezclados con un adhesivo especial y muy fuerte.
Una vez que la pieza es restaurada con esta técnica, se le otorga un valor mayor al que tenía originalmente. Así que, en lugar de considerar que aquello que se rompió perdió su valor, o de desecharlo, para los japoneses, la pieza se vuelve más bella luego de haber estado rota y sido restaurada.
Cuántas veces, como mujeres, nos sentimos rotas o agrietadas, por circunstancias difíciles, por relaciones que nos defraudan, por crisis o situaciones que no esperábamos pero que aparecen de repente y nos desestabilizan física, emocional y, aun, espiritualmente. Todas pasamos por situaciones que nos dejan huellas dolorosas, grietas, agujeros emocionales, pero también todas podemos aplicar “kintsugi en el corazón”.
¡Dejame contarte la mejor parte! Hay algo más respecto a esta técnica tan hermosa. Al realizar la reparación, en lugar de ocultar las grietas, estas se acentúan y se resaltan, y al concluir la tarea, se pueden observar finos hilos de oro que recorren las partes reparadas. El resultado es que la cerámica no solo queda restaurada, sino que es aún más resistente que en su origen, ya que esas roturas, ahora llenas de oro, se convierten en la parte más fuerte de la pieza.
¡Esto mismo es lo que Dios hace cuando restaura nuestras partes rotas!
No solo nos llena de fortaleza mediante su Espíritu, sino que cada herida del corazón va siendo restaurada con el oro de su presencia, y mientras ese fino metal se va mezclando con el adhesivo poderoso de la fe, descubrimos que no hay motivos para esconder nuestra vulnerabilidad, sino que, al resaltarla, se manifiesta la gloria de Dios obrando en ella, tal como los finos y fuertes hilos de oro del kintsugi.
Entonces, ese lugar —el de la ruptura, el dolor, la angustia— llega a convertirse, luego de un proceso en el que Dios trata con nosotras, en el lugar de nuestra fortaleza. Porque, querida amiga, si hay algo de lo que podemos estar seguras, es de que cuando Dios interviene en nuestra vida, nuestro mayor dolor puede convertirse en nuestro mayor don.
Como mujeres resilientes, podemos levantarnos de tal manera que llegamos a ser fuertes donde éramos débiles y tenemos victoria donde antes nos sentíamos derrotadas. Pero, sin duda, hay procesos que atravesar, crisis que superar y batallas que pelear.
Es en esos momentos, en “el mientras tanto”, en la espera, en el proceso, que la Palabra de Dios, la presencia de Cristo en nosotras y la guía del Espíritu Santo nos direccionan a dar pasos de fe aun cuando no veamos respuesta.
La resiliencia, como elección para activar los recursos del cielo que se mueven a nuestro favor, nos impulsará a seguir adelante confiando y sabiendo que Dios tiene todo bajo control.
Querida mujer, ¡levantate en el Nombre de Jesús y llenate de la fortaleza del cielo! ¡Animate y avivá tu espíritu mediante la Palabra y la comunión con el Señor! ¡Fortalecete conectada a tu familia de la fe! Y dejame regalarte una de las más hermosas palabras mediante la cual el Señor me enseñó resiliencia y me sostuvo personalmente en tiempos de adversidad:
Cuando pases por aguas profundas, yo estaré contigo. Cuando pases por ríos de dificultad, no te ahogarás. Cuando pases por el fuego de la opresión, no te quemarás; las llamas no te consumirán.
¡Tomá para vos esta promesa! En tus días malos, el Señor te sostiene, y en momentos donde las circunstancias te doblan, no solo no te quebrarás, sino que saldrás fortalecida, con una nueva revelación de Cristo y una nueva visión de tu propósito en Él.