“Porque todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe”. 1 Juan 5:4

Una enseñanza fundamental en la vida de la fe es la necesidad del ser humano de nacer de nuevo para ver y entender el reino de Dios. ¿Cómo reconozco que he nacido de Dios? ¿Cómo sé si soy una ciudadana del Reino de Dios o alguien que simplemente se acostumbró a una cultura religiosa más?

Sería imprudente dar una respuesta absoluta y simplista a algo que es espiritual y un misterio en la vida de la fe. De todas formas tenemos algunas evidencias que nos pueden ayudar a discernir la vitalidad de nuestra vida en Dios. Y una de ellas es el hambre.

Aquellas mujeres que han sido mamás, sabrán que una de las primeras evidencias de que el bebé ha nacido y está vivo es la respiración y como consecuencia el llanto. Un bebe cuando nace llora como expresión de vida, que está respirando. Pero, también por la necesidad de hambre, de comer, de ser alimentado. Y para el niño comer es todo un aprendizaje. 

Luego del alimento líquido que es la leche, debe aprender lo que es un alimento sólido. Primero se le da papilla, y esto es algo que el niño debe experimentar. Él solo tiene una certeza instintiva…el hambre. Aún no conoce sabores. Todo lo que le demos será nuevo para él. 

Y eso es diariamente para que no muera, hasta que el paladar se va acostumbrando a los sabores y discernirlos. Con el tiempo lo que era extraño, ya pasa a ser natural para él. Por eso es tan importante la alimentación los primeros años de vida. Si la mamá utiliza mucha sal o mucha azúcar se acostumbrara a la intensidad de ese sabor. Si le das sin sal o sin azúcar  estará bien también para él y se acostumbrara a que el alimento no tenga tanto sazón. Hasta aquí todo va bien. 

El problema empieza cuando aquellos que alimentamos comenzamos a poner nuestro propio criterio en el sabor del alimento que preparamos para nuestros hijos.  Cuando probamos la comida antes de dársela al niño pensamos: “esto no tiene sabor” (según nuestro criterio ya de viejos comensales) y le agregamos aditivos creyendo que así a él le gustará más.  

Quizás a usted le parecerá insípido porque ya está viciada y acostumbrada a comer de esa manera. Pero el niño no. Su paladar es virgen y está justo para ser educado a la comida sana y natural. No adulterada. Que paralelo extraordinario con la vida de un recién nacido a la vida del espíritu

“Una de las evidencias de que hemos nacido de nuevo es el hambre”

El tema es cuando nacemos de nuevo y quien nos alimenta comienza a poner aditivos a nuestra comida espiritual! Porque quizás cree que le falta sazón o porque simplemente así lo aprendió!

“Por lo tanto, desechen toda clase de maldad, todo engaño e hipocresía, envidias y toda clase de calumnia. Busquen, como los niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por medio de ella crezcan y sean salvos, si es que han probado ya la bondad del Señor”. 1 Pedro 2:1-3

Aquellos que hemos vuelto a nacer y los que nacerán necesitamos crecer de manera saludable. Por eso es tan importante que en esta nueva temporada, como niños recién nacidos anhelemos la palabra pura, no adulterada del evangelio, porque será lo único que nos preservará del tiempo que viene!

Tanto en lo natural como en lo espiritual estamos en tiempos complejos en relación a la alimentación. Todo lo que vemos expuesto en los supermercados tienen tantos aditivos que parece que fueron hechos para enfermarnos más que para alimentarnos. 

En la vida de la fe, también vivimos tiempos de mucha exposición, donde tenemos acceso a toda clase de “alimento espiritual”. Enseñanzas variadas, llenas de aditivos que pueden ser sabrosas y llamativas, pero eso no significa que nos estén nutriendo. Hoy más que nunca necesitamos tener ese discernimiento sobre qué estamos consumiendo, ya que nuestro alimento es la Palabra que es Cristo. 

¿Estamos cuidando la pureza de la Palabra que oímos?

Porque va a llegar el tiempo en que la gente no soportará la sana enseñanza; más bien, según sus propios caprichos, se buscarán un montón de maestros que sólo les enseñen lo que ellos quieran oír. Darán la espalda a la verdad y harán caso a toda clase de cuentos”.  2 Timoteo 4:3-4

Discernir la mentira y el engaño en tiempos como estos es el tesoro y la riqueza más hermosa que podemos obtener de Dios, y la herencia más poderosa que le podemos dejar a nuestros hijos. 

¿Cómo nos mantenemos en esa pureza?

Volvamos a aprender a comer. Saneemos nuestros paladares para que vuelvan a ser vírgenes en la fe. Esto puede costar al comienzo, como en una dieta. Pero luego todo se vuelve más simple, al ver el fruto en la salud de nuestro cuerpo. Desechemos las vanas discusiones y mantengamos nuestro paladar puro.

¿De qué manera? 

  • Preservando nuestro corazón limpio, en buena conciencia y en una fe sincera. 
  • Exhortándonos unas a otras en amor.
  • Entendiendo que cuidar la vida del cuerpo nos preservará de vivir aisladas, ingiriendo productos que solo alimentan nuestros propios deseos egoístas. 
  • Cuidando nuestro paladar, para formar parte vital de esa iglesia que es baluarte de la verdad. 

No satisfacer un deseo narcisista e individual. Sino manifestar más eficazmente a Dios en un cuerpo saludable. Para que todos lleguemos a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo en esta generación.