Uno de los grandes temores que los padres solemos tener, a medida que nuestros hijos crecen, es esa distancia que, poco a poco, se va generando con ellos.
Con mucha frustración, empezamos a darnos cuenta de que ya no quieren salir tanto con nosotros, les damos vergüenza, prefieren a sus amigos, los horarios cambian, las actividades se intensifican, comienzan a salir solos y planificar las vacaciones se complica porque lleva trabajo ponerse de acuerdo.
En realidad, es una distancia saludable que debe ocurrir para que nuestros hijos formen su identidad individual, y nosotros como padres debemos generar y acompañar ese proceso. Pero, ¿cómo hacer para seguir teniendo una relación cercana y acortar distancias a medida que ellos van creciendo?
Esta pregunta me la hice desde que mis hijos eran muy pequeños, porque para nosotros siempre fue una prioridad la conexión con ellos, aunque no siempre resultó de la mejor manera. Aprendí que, para adquirir experiencia y tener éxito, muchas veces primero se fracasa. Pero vale la pena seguir intentando.
“Él hará volver el corazón de los padres a sus hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y castigue la tierra con maldición”, Malaquías 4:6.
Algo que este versículo me enseñó y tuve presente en cada situación compleja de relación y conexión con mis hijos, en el largo camino de aprender a ser mamá, es cómo comienza, “Él hará volver el corazón de los padres a los hijos”; sí claro, primero los padres hacia los hijos. Primero yo mamá, primero yo adulto; no es responsabilidad de mi hijo a acercarse a mí.
Es nuestra responsabilidad como mamás hacer ese trabajo desde que son pequeños, acercar nuestro corazón al de ellos. Una vez que, por largo tiempo, generemos estrategias para acercarnos en cada etapa de sus vidas, vamos a lograr que ellos se acerquen a nosotros.
Las relaciones con nuestros hijos se construyen con mucha intencionalidad. Como con cualquier otra relación, debemos comprender que cada hijo es diferente y no podemos tratarlos ni criarlos a todos de la misma manera, no todos necesitan los mismos límites, ni las mismas responsabilidades, ni libertades, por eso es importante conocerlos, saber qué necesidades tiene cada uno para suplirlas correctamente.
Muchas veces escuchamos la frase “no sé qué pasó con este o el otro hijo, si los crié a todos igual”. Justamente ese es el punto, mamá, no podemos criar a todos nuestros hijos de la misma manera, cuando Dios tuvo la intención de hacernos únicos e irrepetibles con propósitos diferentes.
“El señor te dice -Te guiaré por el mejor sendero para tu vida, te aconsejaré y velaré por ti y tu familia”, Salmo 32:8. Cada vez que me sentía perdida como mamá, en los puntos de encuentro con mis hijos, declaraba esta palabra y las estrategias venían.
Entonces aprendí que para hacer crecer una relación saludable y acortar distancias es bueno generar puntos de encuentro con nuestros hijos. Lo primero que tengo que saber es que “los contextos no se esperan, se generan”; tengo que esforzarme por generar contextos donde pueda acercarme al corazón de mis hijos, de forma grupal pero también individualmente.
Uno de los puntos de encuentro que hemos generado es ser parte de su mundo, aprender a compartir sus espacios. Nuestros hijos suelen acompañarnos en todas nuestras actividades, los llevamos con nosotros para que no se queden solos y es muy válido, pero ellos también tienen que tener sus propios espacios donde disfruten y se desarrollen.
Es importante que como mamás les hagamos saber que para nosotras lo que ellos hacen también importa, que podemos estar con ellos, no solamente llevarlos a sus actividades sino que podemos divertirnos con ellos, que podemos hacer algo de lo que ellos disfrutan, pueden invitar a sus amigos a casa y como mamás podemos ser cómplices de ayudarlos a preparar el espacio.
Nos encanta saber que a los amigos de nuestros hijos les gusta venir a casa, queremos que se sientan a gusto, que sepan que son bien recibidos, y en ese contexto hemos disfrutado de conversaciones increíbles.
Nuestro propósito y llamado nos pertenece a nosotras, no a nuestros hijos, por eso tenemos que ser intencionales en ser parte de su mundo para que ellos descubran el suyo.
Mientras nosotras, como mamás, validemos sus espacios les estamos enseñando a validar los espacios de los demás y hacer respetar los suyos. ¿Sabemos lo que a nuestros hijos les gusta, ellos saben lo que a nosotras nos gusta?
“En cambio, dejen que el Espíritu les renueve los pensamientos y las actitudes”, Efesios 3:16-18 NTV .
Podemos usar los principios de la Biblia para aprender a tener puntos de encuentro con nuestros hijos. En la palabra de Dios encontramos las respuestas para nuestra cotidianidad. “Pues la palabra de Dios es viva y poderosa”, Hebreos 4.12 NTV.
Otro punto de encuentro es entender que así como nuestros hijos cambian, nosotros también tenemos que cambiar con ellos, no podemos ser los mismos padres que cuando nacieron. Nuestra manera de ser nos tiene que alcanzar para llegar a ellos. Nuestra manera de ser nos trajo hasta acá, pero si queremos llegar más lejos en la relación con nuestros hijos, tenemos que cambiar.
Si yo soy la primera en cambiar, mi mundo cambia, mis hijos cambian, mi relación con ellos cambia, no podemos seguir hablándoles de la misma manera, dirigirnos de la misma forma, ni dándoles las mismas oportunidades, tenemos que tener la capacidad de hacerlos sentir que han superado cosas, que pueden tener más responsabilidades, que vemos que se van convirtiendo en adultos, que confiamos en ellos, que podemos correr los límites, que no necesitamos seguir teniendo nuestro “tono de dar órdenes” constantemente, que podemos reflexionar con ellos, validar lo que sienten, escucharlos, dialogar, llegar a un acuerdo y aprender de sus miradas.
Una frase que escucho mucho es “deseo que mis hijos lleguen más lejos que yo”. La pregunta sería ¿nuestra manera de ser como mamá me alcanza para acompañarlos a ese lugar?
Es nuestra responsabilidad como adultos acercar nuestro corazón a nuestros hijos, ser parte de su mundo, entrar a su mundo (vale entrar a su mundo y no solo ellos al nuestro), cambiar para acompañar sus cambios y que nuestra manera de ser nos alcance para alcanzarlos.
Te dejo mi oración: Señor, que mis hijos te amen, te sirvan, te teman y sean lo que vos quieres que sean. Amén.