Cuando nos acercamos a un tema tan importante como este, tan debatido, tan discutido, debemos hacerlo con mucha humildad, con mucha mansedumbre, sabiendo que en temas como éste hay diferentes enfoques, perspectivas u opiniones.
Así que ya no pretendo en esta nota ampliar esa brecha ni escoger una o la otra. Simplemente, compartir lo que nos ha servido como experiencia, lo que nos ha funcionado en el servicio a Dios a lo largo de estos años.
Vivimos en una generación donde se valora más el entretenimiento que la formación. Vivimos en una época que algunos llaman de la post-verdad, es decir, que las aseveraciones dejan de basarse en hechos objetivos para apelar a las emociones, creencias o deseos del público. Y tristemente en muchos ámbitos o de muchas maneras eso se ha trasladado a la vida de la iglesia.
Lamentablemente la iglesia en este tiempo de la post-verdad es una iglesia que responde a los ideales de una sociedad del espectáculo. Convivimos con una iglesia que cada vez más se identifica con el espíritu de la época, con un evangelio espectacular donde lo verdadero se desvanece en el efímero momento de la manifestación de lo falso.
Donde tenemos espectadores impacientes por ver los posteos que su estrella favorita evangélica suba en YouTube o en Facebook, lo último de lo último, que lo haga sentir bien, que lo haga sentir contento, que lo anime a seguir viviendo su vida. Donde tenemos shows estelares, donde Cristo brilla, pero por su ausencia.
Estamos en medio de una generación donde se sirve un evangelio fast-food, un evangelio on-demand, un evangelio con comida chatarra, donde necesitamos recobrar con urgencia la orden que el Señor nos dio:” Id y hacer discípulos”, que no es más ni menos que formar a Cristo en las personas.
No pretendo descalificar el entretenimiento, ni la recreación, ni las herramientas que son positivas ya que ayudan a llegar a este tipo de generación, altamente visual, con altos índices de déficit de atención.
“Necesitamos contar con herramientas como puede ser el entretenimiento, pero eso no debe desviarnos de nuestro objetivo”.
Como líderes, como pastores, como discipuladores estamos asignados a la vida de las personas para formar a Cristo en ellas, esto es lo que el apóstol Pablo dice en Gálatas 4:19 “…otra vez, vuelvo a sufrir dolores de parto hasta que Cristo sea formado en ustedes”.
Por lo dicho, las herramientas no son el fin, son eso, herramientas que nos ayudan a cumplir un fin. ¿Cuál es el fin de nuestra tarea ministerial? El objetivo de nuestra tarea ministerial es formar a Cristo en los santos. Entonces, a la hora de definirla, debemos guardar tres cosas: la motivación, el enfoque y la meta.
Para lo cual debemos hacernos las preguntas de rigor. ¿Adónde conducimos a las personas? No se trata de llevarlos a pasear. Se trata de llevarlos a un destino, llevarlos a Cristo.
La respuesta a esta interrogante determinará nuestra predicación, determinará nuestras actividades, nuestra forma de hacer iglesia. Porque nuestra tarea como ministros es llevar a las personas a encontrarse en Cristo.
“La tarea ministerial es múltiple y abarca diferentes áreas, pero, sin duda, nuestra labor está enfocada en conducir a las personas y posicionarlas en Cristo”.
Motivación
Retomando la idea de la motivación, yo te invito que leas Gálatas 6: 11-18, donde el apóstol Pablo presenta cuál es nuestra motivación correcta a la hora de ministrar, servir o formar en Cristo a los santos. Y eso nos lleva a enfrentar tres peligros: el peligro del legalismo, del egocentrismo y de perder la brújula.
- 1.-El peligro del legalismo es el que solo trabaja en los cambios externos sin un cambio de naturaleza, y aquí uso un gran dicho popular que dice: “aunque la mona se vista de seda, mona queda”. La meta de Dios con nosotros no es que cambiemos nuestras obras en primer lugar o que cambiemos nuestras acciones externas, sino que cambie nuestra naturaleza.
- 2.-El segundo peligro que el apóstol Pablo describe en este pasaje es el del egocentrismo, es el que busca hacer las cosas por vanagloria o por reputación personal o por deseo de ser conocido. Nosotros no estamos para encontrar nuestro beneficio personal en la obra de Dios, sino para servir al Dios de la obra.
- 3.-El tercer peligro es perder la brújula, la razón de lo que hacemos. Definir nuestra motivación es lo primordial. Tener claro que no buscamos llevar a las personas a nosotros mismos, sino llevarlas a Cristo.
Mantener el enfoque
En segundo lugar, tenemos el enfoque, dónde está puesta nuestra mirada a la hora de formar a Cristo, a la hora de compartir un mensaje, una enseñanza, desarrollar un tema. Porque el enfoque correcto te permite tener alegría en medio del sufrimiento, te permite servir según el plan de Dios, te permite determinar a qué Cristo predicas.
No solo el Cristo que la gente quiere oír sino el Cristo que la gente necesita oír. Todos sabemos la diferencia entre lo que quiero y lo que necesito. El enfoque te permite definir tu tarea. ¿Cuál es nuestro enfoque a la hora de servir, de ministrar? Porque eso va a determinar las herramientas que vamos a utilizar a la hora de ministrar.
Definida la meta
¿Cuál es nuestra meta? No podemos perder la brújula, no podemos perder el camino que nos lleve hacia la meta. La meta es que Cristo sea formado en las personas. Si las herramientas colaboran y ayudan, bienvenidas sean, pero no hacemos de las herramientas nuestra meta. Nuestra meta es que Cristo sea visto en nuestros discípulos, en nuestros hermanos, en aquellos que Dios asignó a nuestras vidas.
Así que te animo a no entrar en la contradicción de si entretenernos o formarnos, ¿qué es mejor? Te animo a no participar de un evangelio espectacular. Te animo a creer que el Evangelio tiene el poder de utilizar las herramientas de nuestra generación con el fin, meta y propósito de que Cristo sea formado.
Gracias por tu tiempo al leer esta nota. Es mi deseo que te genere más preguntas que respuestas. Espero también que te genere esa incomodidad que viene de Dios, de llevarnos a pensar ¿Estamos formando a Cristo en lo que Él nos dio?
Un abrazo grande.