Hoy Argentina es un país que sangra con dolor. Algunas de las armas invisibles pero tangibles, que en muchos casos provocaron las heridas, son filosas dagas que nacen en los corazones endurecidos y se traducen en palabras que dañan y dividen. Mucho de eso hay en diferentes sectores de la sociedad, en torno al debate que se ciernen sobre el cuestionable proyecto de ley del aborto.
Este contexto, en el que en los medios y las redes sociales no se mide el impacto negativo de los comentarios insidiosos (¿o se conoce y se avanza sin filtro?), nos da la posibilidad de elegir ser sagaces al comunicar nuestras convicciones. Somos desafiados y es imprescindible situarnos un paso adelante siendo “mansos como palomas y astutos como serpientes”.
Es preciso desmutearnos, expresarnos, defender nuestros derechos y valores, hacer oír nuestra voz. Y tenemos que lograrlo desde un lugar de sanidad y reconciliación porque, si somos sabios en lo que decimos, nuestras palabras pueden funcionar como la asepsia necesaria previa a la sutura de un asunto que nos hiere profundamente.
¿Qué recursos son los que tenemos para elevar el argumento? Es una pregunta que debemos hacernos para cuidar lo que decimos cuando levantamos nuestra voz, porque el enojo que nos provocan las injusticias que nos agobian como Nación puede convertirse en combustible para nuestro interior, que explota ante la primera chispa de discrepancia.
La asertividad es una respuesta posible para el interrogante anterior, aunque por supuesto, no la única. Ésta es una de las habilidades sociales más útiles para comunicar nuestro pensamiento y convicciones de manera clara, efectiva, madura y firme, eligiendo situarnos en el punto medio entre la pasividad y la agresión.
Ser asertivos implica hablar con respeto y empatía, sin ceder a las presiones y sosteniendo nuestros “no”, sin sucumbir frente a la manipulación o las provocaciones. Es la capacidad de comunicarnos defendiendo los propios derechos e ideas de manera contundente, abierta y precisa, haciendo uso de la gestión emocional en momentos de tensión.
Cuando en medio del hostigamiento, los detractores de Jesús le tendieron una trampa pretendiendo usar sus palabras como lazo, poniéndolo en la disyuntiva de responder una pregunta capciosa, él fue asertivo en su respuesta. La Biblia dice que “se acercaron con la intención de tenderle una trampa con sus mismas palabras”. Ellos esperaban que reaccionara negativamente, que dijera algo que lo dejara expuesto y vulnerable, que “pisara el palito” como decimos en Argentina. La respuesta de Jesús dejó maravillada a la gente: “Den al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”.
Ni pasividad ni agresión. Ni silencio, ni explosión emocional. Una respuesta inteligente y certera que dio en el blanco, dejando desactivados los planes malvados de sus perseguidores. Al recorrer los evangelios no me cabe duda de que Jesús fue el mejor comunicador de la historia. No le tembló la voz cuando tuvo que poner límites, enfrentó con altura a los fariseos, desafió los pensamientos estructurados y limitantes de quienes lo rodeaban, y confrontó sin vueltas al mismo diablo. También eligió hacer silencio en momentos clave: “Cuando proferían insultos contra él, no replicaba con insultos; cuando padecía, no amenazaba, sino que se entregaba a aquel que juzga con justicia” (1 Pedro 2.23 NVI).
Al profundizar en lo anterior y prestar atención al contenido y tono de sus palabras poderosas, desafiantes, sanadoras, se agiganta la necesidad de introspección y cobra nuevo sentido un texto que desde hace tiempo resuena en mi corazón:
“Habla a favor de los que no pueden hablar por sí mismos; garantiza justicia para todos los abatidos.” Proverbios 31.8 NTV
Otra versión dice: “Levanta la voz por los que no tienen voz; ¡defiende a los indefensos!”
¿Cómo llevarlo a la práctica sin despojarme de mis argumentos, y al mismo tiempo considerando el contenido y el tono a la manera de Jesús? Muchas veces resulta difícil despegar el significado, de la emoción que éste nos genera, precisamente porque las palabras no son inocentes. Por lo tanto, creo que cuanto más grande es la causa a defender mayor asertividad y sabiduría serán necesarias para “hablar a favor”, en este caso de la vida, con todo lo implica.
Las palabras crean realidades. Las palabras generan climas, modelan pensamientos, sociedades y cambian contextos. Precisamente, no es solo lo que decimos lo que impacta, sino lo que impartimos al pronunciarlo.
Trayendo lo anterior a la actualidad que nos sacude, en este tiempo de “aborto”, “grieta”, “pandemia”, “miedo”, “muerte”, todas expresiones con una fuerte carga emocional, puede resultar valioso plantearnos cómo nos expresamos para que las palabras que proferimos, en este marco tan delicado y hostil, abran posibilidades, tiendan puentes, sean conectores y acerquen corazones aunque las ideas sean opuestas.
En la práctica existen algunos pasos consistentes, para desarrollar la asertividad, utilizándola como una herramienta que potencie nuestra comunicación, modelando e influyendo desde el amor, mediante palabras que transforman ambientes y van acompañadas de acciones que generan cambios. Veamos algunos:
-Preguntar en lugar de suponer.
-Hablar temas puntuales y de a uno a la vez.
-Evitar etiquetar a las personas.
-Mostrar congruencia entre el lenguaje hablado y el corporal.
-Comunicarnos en un tono cálido.
-Mantener el contacto visual al hablar.
-Escuchar con apertura y disposición.
-Argumentar con respaldo.
En medio de la “densa oscuridad que se cierne sobre los pueblos” (Isaias 60:2) será necesario brillar, superando ciertas trampas de los medios y las redes sociales en las que muchas veces caemos y se transforman en peleas a través de comentarios y reacciones.
Tenemos la misión de alumbrar el camino con palabras que edifican, realizar aportes valiosos que se gestan desde un clima de respeto, que es el que se respira cuando somos capaces de comunicar lo que pensamos de manera asertiva, manteniéndonos firmes en nuestras convicciones, levantando los valores del Reino y defendiendo a los indefensos.