Cuando tenía 12 años, en un culto de jóvenes pasaron un video que enviaba la familia Sosa Gómez sobre un orfanato donde a los niños, en su mayoría, los afectó la irradiación de Chernóbil. Mi hermana Flavia estaba junto a ellos ayudándoles y, al ver que esos niños tenían poca esperanza de vida, sentí en mi corazón una gran carga, fue allí cuando hice una oración y fue la siguiente: “Señor, si de algo te sirve mi vida, donde quieras y como quieras”.
Antes de un año de haber hecho esta oración salía con mis padres al norte de Argentina, en la frontera con Bolivia, donde servimos por cuatro años y medio. Allí me formé en muchos aspectos y sobre todo mi corazón aprendió a amar a los demás a un nivel superior a lo que lo había hecho hasta entonces.
Luego mis padres fueron llamados a Perú y me costaba volver a dejar todo y empezar de nuevo en otro lugar, los amigos, la iglesia, el colegio, la casa… todo de cero otra vez.
Mi papá me dijo que ore, y entonces pude sentir que sí tenía que ir, ya no solo por la obediencia que le debo a mis padres, sino que Dios me llevaba con un propósito de bendecir a muchos niños. Así fue que salimos y viajamos en diferentes colectivos, buses por 3 días y medio hasta llegar a Lima.
Estuvimos allí solo 18 días y luego partimos a Trujillo, en el norte de Perú, sobre la costanera. Lo que inicialmente sería un periodo de 3 a 4 años se hicieron para mí 20 años.
«Entregué 20 años de mi vida en esta nación sirviendo en muchas áreas, pero sobre todo a la niñez, así como Dios me lo dijo».
Pude movilizar a la iglesia a interceder por la niñez en riesgo. Como fruto de esa oración y por la perseverancia de creer que Dios escuchaba nuestro clamor, pude ser parte de trabajos con niños de la calle, también participé en la formación de voluntarios en una ONG donde colaboré desde sus inicios, formé maestros, realicé materiales para clases bíblicas y desafié a la iglesia a involucrar a los niños en misiones.
Así, en medio de trabajar de manera intencionada en alcanzar a la niñez y despertar a la iglesia a comprender que no podíamos perder tiempo, Dios puso en mi corazón la necesidad de llegar a niños en extrema pobreza y en lugares alejados hablándole de Su amor, pero a la vez hacerlo con acciones palpables.
Así nació la ONG “Por la Sonrisa de un Niño”, con la que a lo largo de 19 años pudimos alcanzar a más de 56 mil niños en la cordillera, costa y selva peruana. Viajamos a muchísimos pueblos alejados, con accesos muy complicados y distantes de las zonas urbanas.
Durante todo este tiempo usamos la excusa de la Navidad para llegar a ellos. En los meses de noviembre y diciembre hacíamos programas y viajes sin descansar. No hay mejor regalo que Jesucristo y eso queríamos darle a la niñez.
No había límites para llegar a ellos. Hemos usado camionetas, buses, camiones, autos, mulas, canoas, avión y hasta hemos caminado por 4 días, 12 horas diarias, para llegar a esos caseríos donde encontraríamos a los niños.
Nuestro mayor anhelo era poder decirles que Dios los ama, y lo hicimos.
Hacíamos actividades infantiles con música, juegos, títeres, mimos, zancos. Llevábamos alegría y mucha diversión; todo el programa estaba centrado en el amor de Dios, que no solo los amaba, sino que no se olvidó.
Junto al programa les entregábamos juguetes, caramelos, ropa, útiles escolares, material bíblico, útiles de aseo personal, un pan dulce pequeño y todo tipo de donaciones que consiguiéramos para que ellos lo disfrutaran y, sobre todo, se sintieran amados.
Dios me permitió ver con mis ojos lo que un día puso como un sueño en mi corazón, no hay nada más hermoso que poder dedicar nuestra vida para servir a Aquel que nos amó primero.
Hoy estoy en Argentina, y estoy como coordinadora nacional de Manos Chiquitas y GIMI y como coordinadora para Latinoamérica de CIONA, con la responsabilidad ante Dios de movilizar la iglesia argentina a ser intencionales en la formación espiritual del niño, sabiendo que desde pequeños ellos pueden asumir la responsabilidad y ser parte de la historia global de Dios.
Creo que Dios está levantando la generación de relevo y no podemos descuidar esta responsabilidad tan grande, hoy están en nuestras manos y toda huella que dejemos en ellos será difícil de borrar.
“Bendecirá a los que temen a Jehová, a pequeños y a grandes”, Salmos 115:13.
Jesica Ramello
Fue misionera en el norte de Argentina y Perú, desde pequeña está involucrada en las misiones y la niñez. Hoy es coordinadora nacional de Manos Chiquitas y GIMI del DNM y coordinadora para Latinoamérica de CIONA (Cadena de Oración por los Niños y Adolescentes).