(Romanos 7:22–8:2)
Por Dr. Pablo Ra (Facultad de Teología Integral de Buenos Aires)
Cada ser humano vive guiado por un anhelo y la búsqueda de satisfacción. Dios nos creó así. Nadie puede vivir de forma constante en contra de sus deseos más profundos. Podemos resistirlos por un tiempo, pero tarde o temprano terminamos siguiendo aquello que consideramos nuestra mayor fuente de gozo. Alcancemos o no esa satisfacción, nuestras decisiones siempre reflejan lo que más valoramos. El problema es que, en su estado natural, el ser humano busca la satisfacción en lugares equivocados.
El dominio del anhelo y la satisfacción
Un claro ejemplo de esto es la historia de la modelo coreana Sora Choi. Desde joven, soñaba con ser modelo. En 2012, ganó el programa Korea’s Next Top Model, lo que la llevó a debutar en París con la colección de Louis Vuitton. En una entrevista, confesó:
“Durante la semana de la moda, no como nada. El evento dura más de cuatro semanas, y solo bebo agua. Si me siento extremadamente débil, como media banana. Sé que esto es muy perjudicial para mi cuerpo… Durante este período, mi sistema inmunológico se debilita y aparecen manchas rojas en mi piel. Mi piel se seca, sufro de colitis por estrés, y mi boca se llena de llagas. Me desmayo varias veces durante la temporada de desfiles”.
Perdió peso y salud
“Después del desfile, trato de volver a comer poco a poco, pero mi cuerpo ya no acepta la comida. Un cuerpo que ha sido privado de alimento no se recupera fácilmente”.
Con 1.79 m de altura y un peso de solo 47 kg, concluyó su entrevista con una advertencia:
“No adelgacen como yo”.
Sin embargo, cuando se le preguntó si seguiría en la industria de la moda, respondió que sí:
“En la siguiente temporada, volveré a hacer lo mismo. Por más duro que sea, cuando me paro en la pasarela, todo se olvida. Cuando suena la música y las cámaras empiezan a parpadear, mi corazón se acelera y me invade una emoción indescriptible… Eso es lo que quiero seguir haciendo”.
Aquí vemos con claridad la naturaleza del ser humano:
su vida está guiada por lo que considera su mayor tesoro.
Aunque era consciente del daño que se estaba haciendo, su anhelo por la gloria fugaz del modelaje era más fuerte. No podía simplemente “dejarlo”, porque en ello había encontrado su satisfacción. Jesús dijo:
“Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:21).
En este caso, su tesoro era la gloria efímera de la pasarela, y su corazón la seguía sin importar el costo.
La lucha del corazón humano
Pablo describe este mismo dilema en Romanos 7:18-19:
“Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago”.
El corazón humano está corrompido y nos engaña. Nos hace creer que la verdadera satisfacción está en algo distinto a Dios. El corazón caído cree en esta mentira y nos arrastra como una corriente imparable. Juan dice que la razón por la que las personas no vienen a Jesús es porque aman más las tinieblas que la luz. Pablo afirma en Romanos que los hombres no quieren retener a Dios en su conocimiento. Jeremías lo expresa así:
“Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua” (Jeremías 2:13).
El problema del ser humano no es solo que peca, sino que su corazón se aferra a lo que cree erróneamente que lo satisfará.
El Evangelio transforma el anhelo del corazón
El Evangelio no solo nos dice qué debemos hacer; transforma nuestros deseos desde la raíz. Cristo se convierte en el tesoro incomparable hallado en el campo, aquel por el cual el hombre vende con gozo todo lo que tiene para adquirirlo (Mateo 13:44). Esto cambia todo. Ahora la obediencia no es un mero esfuerzo externo, sino la expresión natural de un corazón satisfecho en Dios.
La lucha descrita en Romanos 7 no es una señal de derrota, sino de transformación. En Romanos 8:1-2, Pablo nos da la clave de su gratitud:
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús… porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte”.
Por eso, la vida cristiana no se trata solo de renunciar a ciertos deseos, sino de recibir un gozo mayor en Cristo, un gozo que eclipsa todos los demás anhelos.
Conclusión
Dios nos creó para vivir según nuestro deseo y satisfacción. No podemos vivir en contra de ellos de manera constante. Pero en nuestro estado caído, buscamos ese gozo en cisternas rotas que nunca podrán saciar nuestra alma.
El Evangelio nos transforma al darnos un nuevo corazón. Cristo se convierte en nuestra satisfacción suprema, en el gozo que nos impulsa a vivir para Él. Cuando Dios es nuestro deleite supremo, la obediencia deja de ser una carga y se convierte en un gozo. Por eso, la vida cristiana no consiste solo en modificar conductas, sino en que nuestro corazón sea cautivado y transformado por el mayor de los tesoros: Cristo mismo.