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El pecado del otro siempre es peor

El apóstol Juan retrata en su evangelio una historia sorprendente. Tal vez para nuestros tiempos, y como personas de occidente, la veríamos como una especie de serie turca de esas que ponemos al horario de la cena. 

Este suceso narra cómo un grupo de hombres sorprenden a una mujer teniendo relaciones sexuales con alguien que no es su esposo, la toman a la fuerza en medio de un acto vergonzoso y la arrastran públicamente hasta llevarla a Jesús. 

Bueno, tal vez es muy conocida la historia para nosotros los cristianos. Aquí vemos de manera extraordinaria la sabiduría, gracia y misericordia de nuestro Salvador. Pero antes, quiero detenerme en algunos otros detalles. 

Si vemos cuadro por cuadro, podremos analizar comportamientos que hoy siguen sucediendo en nuestras congregaciones. A la hora de tratar con el pecado ajeno, todo religioso pide justicia, pero con el propio, ruega misericordia. ¿Por qué? Tal vez porque nos sentimos más dignos de ser amados y perdonados. Dicho de otra manera, el pecado del otro, aunque sea el mismo que el mío, siempre se oirá peor. Simplemente porque el otro no soy yo. 

1- Los religiosos tienen una obsesión con invadir la privacidad del otro.

Los maestros de la Ley le dicen a Jesús: “Maestro, a esta mujer la sorprendimos en el mismo acto de adulterio”. Pero si prestamos atención, estos personajes le tendieron una emboscada a la dama de compañía. Lo interesante es que no esperaron a que terminaran sus “asuntos”, sino que, habiendola espiado y seguido, invadieron su intimidad para que, en sí, la vergüenza de la condena sea más grande. 

La religiosidad también es pecado, porque suplanta a Dios con algo que se parece a Él pero tiene otra sustancia, condena, y dependiendo de cuán religiosos somos, es el nivel de morbosidad que maneja nuestro corazón para justificarlo en nombre de mantener el celo santo hacia las leyes sagradas a cumplir. 

Cuando estamos más pendientes de buscar, oir, enterarnos y condenar el pecado del otro, es porque la señora religiosidad ha tomado nuestro corazón por las fuerzas y ahora es un ocupa que debe ser desalojado por el Espíritu Santo. 

En Lucas 22.3 dice “Entonces Satanás entró en el corazón de Judas Iscariote, uno de los doce discípulos, y le puso la idea de traicionar a Jesús”.

No ande buscando demonios ajenos, preocúpese de que Satanás no haya entrado de manera sigilosa a su corazón. No traicionemos a Jesús por la religión. 

2- La religión elige quien es el verdadero pecador

Supuestamente esta mujer era conocida por su oficio. Muchos teólogos afirman que se trataba de María Magdalena. Sin embargo, la acusan de adúltera a ella, la exponen ante el Rey de Reyes y piden que se cumpla la ley de muerte impuesta por Moisés. La pregunta acá es ¿Y el cliente? ¿No era digno de muerte, igual que la prostituta? ¿Por qué no aparece en la historia? 

Podemos manejar algunas hipótesis: Tal vez pertenecía a la casta religiosa, y por eso lo encubrieron, o quizás utilizaron a una carnada para emboscarla, o simplemente el hecho de ser mujer merecía menos misericordia que un hombre. Cualquiera sea el caso, podemos ver que la religiosidad tiene preferencias o indultos convenientes. 

Esto es visible cuando vemos hoy en día por qué son denunciables ciertos tipos de pecados en personas y en otras no. Lo que nos lleva a pensar es que alguien estableció hace mucho tiempo qué tipos de personas son repudiables y cuáles son perdonables. Sea porque nos agrade más un hermano, o tenga cierta posición de poder, dinero o status. Mientras, Jesús escribe en la arena.

 3- El tamaño de tu piedra te acusa

Esta parte, tal vez es nuestra favorita, es donde interviene Jesús y le responde “El que esté libre de pecado, lance la primera piedra”. Dice el relato, que los más viejos soltaron sus piedras primero hasta el más joven. 

A más edad, más pecados acumulados dirían por ahí. ¡Pero, qué maravillosa esta imagen! Porque cuando vamos a lapidar a alguien, esa misma crítica, juicio o condena, nos apunta a nosotros, al punto que si está Jesús presente, nos desarma. El juicio hacia el otro es el juicio hacia mí mismo que no me animo a enfrentar. 

Gracias al Padre, tenemos un abogado que puede liberarnos de seguir cascoteando a otros por eso que reprimimos dentro nuestro. Recordemos que el pecado no es un acto. Jesús clasificó al adulterio como tal simplemente con el hecho de codiciar a alguien en nuestro corazón. 

Muchas veces no llegamos a cometer un acto físico, un insulto, una piña, una estafa, un mal pensamiento, un adulterio, etc. Pero sí está boyando en nuestros pensamientos de manera seductora. Eso que queremos matar en el otro es lo que nos acecha internamente. 

Pero Jesús nos proveyó un lugar donde dejar eso. Participar de su Cruz. Allí se terminan las condenas. Jesús levanta la mirada.

4- Todos somos “la prostituta”, todos “somos los religiosos”

Este relato quedó asentado, no solamente para demostrar la misericordia que tuvo Jesús con esa pobre mujer, sino para recordarnos que todos somos esa miserable dama que prostituye lo más preciado que tiene, pero que también somos aquellos religiosos que nos olvidamos que alguna vez rogamos misericordia. 

Lo maravilloso es que Jesús sigue escribiendo en la arena, tu nombre y el mío, en el libro de la vida. 

¿Dónde están los que te condenaban? 

Ve y no peques más. 

Redacción
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