Hemos hablado mucho acerca de los abusos de las Escrituras. Pero queremos destacar algo muy importante a estas alturas. Bajo ningún punto tenemos la intención de minimizar lo que dice la Biblia, escribió Juan Carlos Ortiz en este material inédito.
Las Escrituras on indispensables para nosotros de principio a fin. Son la imagen, la sombra que nos guía a la realidad de Dios. Pablo dice que la Palabra de Dios es un maestro de escuela que nos brinda el conocimiento del Único que vive en nosotros. ¡Qué maravilloso! Un niño de tercer grado puede decir: «Tengo a la mejor maestra del mundo; ¡no quiero pasar a cuarto grado!». Sin embargo, esto podría apenar a su maestra, no lo querría.
“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios” (Romanos 8:14).
Aquí las Escrituras nos confirman la forma en que el Espíritu nos guía. No hay mayor gozo para un maestro que ver a su alumno crecer y vivir por completo la vida para la que la escuela lo estuvo preparando. Luego puede convertirse en amigo, confidente y consejero de ese alumno que tuvo una vez y pueden reírse juntos de las cosas que sucedieron en la escuela. No está mal estar en la escuela, pero sería triste quedarse por siempre en tercer grado.
Pablo dice: “La ley fue nuestra tutora hasta que vino Cristo… Y ahora que ha llegado el camino de la fe, ya no necesitamos que la ley sea nuestra tutora” (Gálatas 3:24-25, NTV).
El significado original de la palabra maestro se relaciona con la palabra tutor, que también es un palo en el suelo junto a un pequeño árbol. El árbol está atado al tutor para que el viento no lo doble. Pero cuando el árbol crece, ya no necesita que lo sostengan. Al principio, el tutor sostiene al árbol, pero después de todo, ¡el árbol sostiene al tutor!
Bajo la ley, el pueblo de Israel tenía que hacer lo que la ley decía. En el antiguo pacto, las Escrituras hacían al pueblo. Como he dicho antes, la gente del nuevo pacto, llenos del Espíritu, hacen las Escrituras. Lo que intento decir es esto: ahora buscamos con alegría al espíritu detrás de la ley más que a la ley en sí misma.
David estaba en contacto con Dios. Él tocaba el arpa, hablaba con Dios en canciones y en conversaciones. Él conocía la ley y también conocía al Autor. David decía: “¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación” (Salmo 119:97, RVR). Pero también tenía conflictos con Dios: “¿Por qué me has olvidado?” (Salmo 42:9), “Respóndeme pronto, Señor, que el aliento se me escapa. No escondas de mí tu rostro”(Salmo 143:7).
La culpable no es la biblia, ella es el registro inspirado de la revelación de Jesucristo, pero debemos conocer a su Autor, tener comunión con Él y vivir cerca de Él para entender lo que nos quiso decir.
Cuando recibes un telegrama que no está claro, puede haber muchas interpretaciones. Pero, si conoces lo suficiente al remitente y toda la situación, puedes entender con toda seguridad lo que quiso decir. Puede haber muchas interpretaciones de la Palabra escrita, pero la Palabra viva tiene una sola. Yo sé cuándo Dios me dice que no, no lo puedo explicar, pero lo sé. Cuando Dios dice que sí, también lo sé, es cuando tengo su paz.