Este título proviene de una nota de opinión publicada por Infobae en la que se hace una crítica a la adaptación de una obra de teatro pero que abre el debate a la percepción de ciertos sectores a nuestra fe.
El pasado domingo, el abogado y profesor de Derecho en UCASAL José Durand Mendioroz desarrolló una crítica sobre Theodora, un oratorio creado por el compositor alemán Georg Friedrich Händel y recreado en el Teatro Colón. El letrado comienza su columna expresando “esta adaptación resultó una ocasión superlativa para insultar de manera escandalosa los símbolos más sagrados del cristianismo, por extensión fue un insulto a los cristianos”.
Con esta declaración se abre el espacio a reflexionar bajo qué valores se está “deconstruyendo» esta sociedad y, a decir verdad, esta era postmoderna levanta el estandarte de la libertad de expresión y tolerancia hacia las distintas ideologías que van surgiendo como olas, pero no demuestra tener ese mismo respeto que exige.
Durand, de manera acertada, escribió “si se hubiera agraviado a cualquier expresión religiosa minoritaria en la Argentina, sin duda los autores serían tachados de intolerantes, pero como se agravió a la religión estadísticamente mayoritaria, los intolerantes son los ofendidos”.
Este tipo de descalificación lo podemos observar desde los asuntos macro de interés social y público hasta las pequeñas conversaciones cotidianas, en el lugar de trabajo, estudio, con amigos o la propia familia. Durand plantea, “¿acaso una persona debe pasar por un control de descristianización para ser aceptable como interlocutor?”. Y el profesor de Derecho pone el claro ejemplo de lo que sucedió en las sesiones informativas en el debate sobre el aborto realizadas en el Congreso de la Nación, en las que “esta forma de descalificación se convirtió en un caballito de batalla”.
Este tipo de situaciones se suelen ver cada vez más seguido y de manera recurrente en debates mediáticos y en las mesas familiares, con expresiones recurrentes, como “mejor no opines, vos sos cristiano”, menospreciando la opinión por el mero hecho de profesar una creencia con determinados valores morales y éticos en las que se construyeron las sociedades modernas y que trajeron culturas más equitativas, justas y democráticas. Muy por el contrario de aquellos países que optaron por una ideología de izquierda en donde se persigue a todo aquel que se opongan a la ideología oficial que impone cierto régimen, sin importar las minorías o mayorías.
Sin embargo, la hipocresía de la sociedad occidental se ve descubierta una vez más cuando, en nombre de la libertad y del progresismo, se quieren imponer prohibiciones, desprestigiar y ridiculizar los ideales cristianos. Y Durand lo expone muy bien en su artículo, “desde la Modernidad surgieron en la historia ideologías que buscaron contestar preguntas cuyas respuestas estaban a cargo de las creencias religiosas. Por eso se las llamó ideologías totalitarias, o ideologías de la muerte de Dios, al decir de Eric Voegelin”.
José reflexiona y expresa “de allí, me parece, que debemos ampliar el concepto de creencias religiosas incluyendo a estas ideologías que si bien, en apariencia, niegan las religiones, en la realidad pretenden sustituirlas proporcionando las respuestas alternativas a los interrogantes fundamentales del ser humano. En definitiva, nadie deja de manejarse en base a determinadas creencias básicas sobre el sentido último de las cosas. Aunque se trate de ‘religiones a la carta’, de sincretismos religiosos, y en la mayoría de los casos se mantengan en la esfera de la intimidad. El mismo que hoy descalifica a un cristiano para opinar en asuntos políticos, posiblemente profese la creencia de que el espíritu es una forma sutil de la materia, si es marxista; o que peregrine al cerro Uritorco allá por Traslasierra en busca de energía cósmica o se abrace al árbol más cercano a su domicilio. O pensará que el cuerpo es la cárcel del alma, si es que adhiere a cualquier religiosidad de tipo gnóstico”.
Pero algo que no podemos dejar pasar por alto es que en nuestro país, según cifras del INDEC, somos una sociedad en la que más del 80% se identifica con la fe cristiana, sea católica, evangélica o protestante. Aún así, pareciera haber una marcada agenda, muchas veces mediática, cultural y hasta política en callar la voz de esa mayoría, en nombre de la lógica y la razón, subestimando la inteligencia y la capacidad de criterio que pueda llegar a tener una persona que profesa el cristianismo como fe.
Durand aconseja “por tales motivos, las ofensas a la religión no deben tolerarse, ni la descalificación de los creyentes, aunque al principio pudiere parecer algo inofensivo”, y concluye: “Y aunque en ocasiones se debata sobre ciertos aspectos puntuales dejando de lado los argumentos religiosos; se trata de una decisión prudencial; pero no debe ser a costa de ocultar nuestra identidad cristiana”.
Así como nadie se atrevería a poner en duda los aportes significativos que trajeron científicos, filósofos y escritores cristianos como Luis Pasteur, Blas Pascal, René Descartes, Nicolás Copérnico, C.S Lewis, Raoul Bott, Richard Smalley, Arthur Peacocke, C. F. von Weizsäcker, Stanley Jaki, Allan Sandage, Ian Barbour, Charles Hard Townes, Richard Bube, J.R.R Tolkien, Chesterton, entre cientos que quedan fuera de esta pequeña lista. De la misma manera, sea que nos toque ser alguien que deje una huella en la historia o no, tenemos el mismo derecho de vivir nuestra sacralidad de manera real, digna y poder expresar toda nuestra facultad de raciocinio, lógica, ética y moral sin esconder la evidencia de una vida que manifiesta nuestra creencia y valores.