El pastor, teólogo, misiólogo, biblista e historiador, Pablo A. Deiros, continúa con su recorrido por la historia del avance del evangelio en la región, si te perdiste las notas anteriores podes leerlas haciendo click en: PARTE I / PARTE II / PARTE III
Hace ya más de un siglo que el protestantismo ha sido implantado en América Latina. Obviamente, la Iglesia católica romana consideró siempre como una penetración injustificada y peligrosa todos los esfuerzos de establecimiento de iglesias evangélicas. Pero hubo también resistencias desde el mismo protestantismo hacia las misiones en esta región, misiones que fueron consideradas como producto de grupos fanáticos y poco cultos.
Muchos protestantes estimaban que, bien o mal, la Iglesia de Roma había evangelizado al continente y que no era necesario consumir recursos aquí cuando había tantos lugares todavía paganos que había que alcanzar con el Evangelio. Por otro lado, los católicos eran celosos de una región que durante siglos habían considerado como una especie de coto de caza privado.
Este celo por conservar la influencia religiosa ostentada desde los días de la conquista no les permitía ver las reales condiciones espirituales y morales de las masas, totalmente ajenas a la luz del Evangelio. Tuvieron que pasar muchos años antes que una actitud más liberal, progresista y renovadora trajera una visión más realista, que superara la estrechez de la intransigencia y el monopolio religioso. Pero esta nueva actitud recién alcanzó cierta madurez en la Iglesia católica romana con el Concilio Vaticano II.
Por el lado protestante, hubo que esperar hasta el Congreso Evangélico de Panamá en 1916 y el de Montevideo en 1925, para que se legitimaran los esfuerzos misioneros realizados y se alentaran nuevas empresas.
En las cinco décadas que van de 1880 a 1930, se estableció la mayor parte de los grupos protestantes de mayor importancia.
Pablo A. Deiros, pastor, teólogo, misiólogo, biblista e historiador.
Es cierto que algunos lo hicieron en el curso del medio siglo previo y otros en los años que siguieron a 1930. Pero por sus características este período puede ser considerado como el del establecimiento de las iglesias protestantes históricas y misioneras.
Los primeros esfuerzos misioneros
El protestantismo tardó mucho en adquirir conciencia de su deber de testimonio al mundo y de manifestar un profundo celo misionero conforme a la Gran Comisión. Como ya hemos visto, recién a finales del siglo XVIII aparece con gran fuerza este espíritu dentro del protestantismo.
Durante el siglo XIX, el celo misionero fue característico de la mayoría de las denominaciones protestantes que desarrollaron una extraordinaria obra misionera por todo el mundo. Este fenómeno es el que llevó a Kenneth S. Latourette a llamar al período entre 1815 y 1914, «el Gran Siglo».
Pero no eran muchos los que durante este siglo pensaban en América Latina como campo misionero. Muchas iglesias establecidas consideraban a este continente como evangelizado y cristiano por la obra de la Iglesia católica romana, y sus sociedades misioneras preferían realizar su obra en los territorios «paganos» de Asia, África y Oceanía, donde el catolicismo u otro tipo de cristianismo jamás habían llegado.
Esta tendencia duró mucho tiempo y se expresó incluso en la Conferencia Misionera Mundial de Edimburgo, en 1910, donde no se incluyó a América Latina en la agenda a discutirse.
Los pioneros
Además de las sociedades bíblicas, algunas denominaciones protestantes manifestaron su inquietud de misionar en América Latina. Tales inquietudes se concretaron a partir de la cuarta década del siglo XIX. Los nombres de sus actores principales simbolizan las tres tradiciones diferentes que han ejercido una influencia permanente en la vida espiritual de América Latina.
El primero de estos pioneros fue un oficial de la marina inglesa, el capitán Allen Gardiner. Su sacrificio abnegado y su martirio señalan uno de los episodios más conmovedores de la historia de las misiones. Gardiner fue uno de los misioneros más intrépidos y tenaces, a pesar de que todos sus esfuerzos terminaron en frustración y acabó su vida en forma trágica. Su ministerio abarca un período que va desde 1835 hasta 1851.
Después de haber recorrido como misionero África del Sur, Nueva Guinea y las islas del archipiélago Índico, pasó a Chile, pero todos sus intentos fracasaron. Volvió a Inglaterra en 1839. Ese mismo año salió nuevamente para evangelizar. Pasó por Australia, Nueva Guinea y Argentina, hasta que regresó a Inglaterra para organizar, en 1844, la Sociedad Misionera de América del Sur.
La primera empresa de la flamante Sociedad la realizó Gardiner en la Patagonia, pero se vio forzado a regresar a Inglaterra ante la hostilidad de los indígenas. Retornó para nuevos intentos misioneros en Chile y Bolivia, pero sin resultados positivos. Llegó a Bolivia en 1846, donde procuró alcanzar a los aborígenes. En La Paz obtuvo permiso oficial para hacerlo.
Dejó a un colaborador en Potosí mientras él regresó a Londres para reclutar más ayudantes. La Sociedad Misionera de América del Sur se aprestaba a enviar a un español, cuando el gobierno boliviano cambió repentinamente de actitud frenando el proyecto. Fue este el primer intento por establecer un testimonio permanente en Bolivia.
En 1850 llegó a Tierra del Fuego acompañado por otros seis ayudantes. Llevaban provisiones para seis meses, luego de los cuales un barco pasaría a recogerlos. Pero ese barco no llegó. Cuando en octubre de 1851, una expedición salió en su búsqueda, solo encontró sus cadáveres.
El escorbuto y el hambre habían terminado con ellos y con los planes misioneros de Gardiner.
Pablo A. Deiros, pastor, teólogo, misiólogo, biblista e historiador.
El segundo pionero fue un estadounidense, David Trumbull, que llegó a Chile en 1845 enviado por la Sociedad de Amigos del Marinero y por la Unión Evangélica Foránea. Le cabe a él el título de ser el verdadero fundador de la obra protestante chilena en lengua castellana. Durante algunos años su trabajo se limitó a satisfacer las necesidades religiosas de los inmigrantes y marinos de habla inglesa.
En 1855 se construyó el primer templo protestante de Chile que, debido a la oposición del clero, fue rodeado de un muro. Trumbull procuró lograr mayores concesiones legales y supo aprovechar el creciente sentimiento liberal de las clases intelectuales. Primero consiguió mayor tolerancia para los extranjeros no católicos residentes en el país.
Así, por fin, pudo comenzar la predicación en castellano, de modo que la primera iglesia protestante de habla castellana quedó fundada en 1868, con cuatro miembros chilenos. Mientras tanto, ya habían llegado otros misioneros para colaborar con él. En 1876 la obra de la Unión Evangélica Foránea pasó a manos de la Iglesia presbiteriana.
Para identificarse completamente con su país de adopción, Trumbull renunció a su ciudadanía estadounidense y se hizo chileno.
Cuando Trumbull murió en 1889, la nación chilena lloró a uno de sus hijos más grandes.
Pablo A. Deiros, pastor, teólogo, misiólogo, biblista e historiador.
El tercer pionero fue el Dr. Roberto R. Kalley, médico escocés que en 1855 llegó al Brasil procedente de la isla de Madeira, de donde se vio forzado a huir a causa de la persecución religiosa. A él se deben los primeros resultados permanentes de la predicación protestantes en Brasil. Se instaló en la capital brasileña, donde se granjeó la amistad del emperador Pedro II y logró algunos convertidos entre la aristocracia imperial.
Kalley poseía un tipo de espiritualidad evangélica que no se encasillaba en ningún credo confesional. Era presbiteriano de origen, se casó en segundas nupcias con una joven darbista (hermanos libres), mientras que la comunidad por él constituida en 1858, con el nombre de Iglesia Evangélica Fluminense, adoptó un sistema eclesiástico congregacionalista, con la peculiaridad de no aceptar el bautismo infantil.
Inicialmente, el grupo estaba compuesto en su mayoría por ingleses y portugueses, pero no tardó mucho en ganar adeptos en la población local. La congregación tuvo que soportar actos de violencia, pero Kalley siempre conseguía el amparo de las autoridades, incluso parece que tuvo alguna parte en conseguir del gobierno la regularización de los casamientos no católicos (1863).
Antes de regresar a su tierra natal, Escocia, en 1876, este gran misionero dejó organizada otra gran comunidad evangélica en el estado de Pernambuco. Kalley es el precursor del misionero evangelizador que procuró llevar el mensaje a los nacionales por sobre todas las cosas.