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Dios está en el tiempo: Un cambio de perspectiva del cristianismo

Cuando tenía 18 años, llegue por primera vez a Argentina. No era la primera vez que salía de mi casa, pero si la primera vez que lo hacía para quedarme por un tiempo, hasta el momento, indeterminado. Con un objetivo en la mente y un sueño en el corazón. Quería estudiar música.  Luego de despedirme de mi papá, me dirigí a la terminal de buses donde tomaría un autobús que me llevaría a la ciudad donde viviría los siguientes cinco años y que se volvería, no solo una casa física, sino un lugar lleno de memorias, amistades y encuentros con Jesús.

Cuando llegue a la ciudad y me baje del taxi en la dirección que tenia, toque la puerta y me recibe un rostro que solamente había visto por fotos. El amigo de un amigo, que estaba dispuesto a recibirme durante algún tiempo en lo que lograba empezar mi vida en este nuevo lugar, donde a la única persona que conocía estaba en el espejo.

Los primeros días pasaron y mis intentos de encontrar un lugar que se adecuara a lo que necesitaba y a mi presupuesto (sobre todo a mi presupuesto) eran infructuosos. Al cúmulo de intentos fallidos, se le sumaban horas de hablar con este nuevo personaje en la película de mi vida. Un tipo amable, muy hospitalario y dispuesto a enseñarme los primeros pasos en la navegación de ese lugar al que ahora llamaba casa. Donde comprar y donde no, que lugares visitar y cuales evitar, entre otras muchas cosas. A eso, sumémosle los encuentros culturales, el ritual del mate, la sagrada siesta y las cenas a altas horas de la noche, que eran todo, menos usuales para mí.

Al cabo de un par de semanas vimos que la amistad florecía, que las charlas daban resultados positivos y que compartir el apartamento funcionaba de maravilla para los dos. El amigo de un amigo dejaba ese título para tener nombre, o bien, solo mi amigo. Mariano se convertiría en uno de mis mejores amigos en ese lugar, alguien a quien quiero mucho e intentamos seguir en contacto a pesar de la distancia y los quehaceres de la vida.

Toda esta historia tiene un propósito

Hasta antes de la llegada de Jesucristo, todos los pueblos tenían asociado un lugar con la devoción y la comunión con sus dioses. Incluso los judíos tenían el templo como “El lugar de adoración a Dios». No se podía disociar el lugar físico con la devoción. Dios y el templo estaban unidos, nadie se atrevía a separarlos. Muchas de las construcciones de la antigüedad que se mantienen hasta el día de hoy son justamente lugares dedicados a la adoración de una deidad, vemos ahí la importancia que le daban a estos sitios. Estos funcionaban como puentes, como mediadores entre el dios y el pueblo.

Jesús se encuentra con una sociedad focalizada tanto en el rito, como en el templo. Los fariseos juraban por el templo y sus contenidos para hacer sus promesas (Mateo 23). Jesús señala esas prácticas y finaliza profetizando la destrucción del templo. Esto significaba una catástrofe para la religión.

El lugar de devoción, la pieza central del culto, lo que mantiene todo junto alrededor de los ritos, un día no muy lejano a ese, dejaría de ser.

Nuestro Señor, por el contario, en lugar de poner el foco en el templo como la pieza que sostiene todo el rompecabezas, hace un giro extraordinario y lo pone en el tiempo. Las enseñanzas de Jesús no anulan la necesidad de un lugar físico, pero acentúan una devoción mucho más profunda que se sostiene solamente a través del tiempo, de pasar tiempo con Él.

Jesús dice, en lugar de que los vean en el templo, el lugar de la atención y las multitudes, pasen tiempo en lo secreto, donde solamente su Padre que está en los cielos los ve. De repente no es quien va más al templo, o quien vive más cerca, sino quien pasa más tiempo en comunión.

Más adelante, el apóstol Pablo nos diría en 2 Corintios 6 que nosotros somos el templo del Espíritu Santo. Ahora bajo esta luz podemos comprender que la intención de Dios nunca fue deshacerse del templo, sino solamente establecerlo en nosotros. El lugar no era lo importante sino el tiempo de nuestro cuerpo, de nuestra mente, de nuestro ser, ese es el lugar que Dios quiere habitar. Él no quería una casa hecha por manos de hombres, él quería habitar en un templo hecho por Él mismo.

Ahora bien, con esto no quiero decir que el lugar donde nos reunimos no sea importante. La palabra Iglesia en griego quiere decir asamblea. Es necesaria la asamblea de los santos, a lo que me refiero es que no podemos sobreestimar el lugar físico cuando lo que Dios quiere no es un templo hecho de manos, sino tiempo. Dicho de otra forma, hoy no encontramos a Dios en un templo, lo encontramos en el tiempo. Los ritos sin la comunión son vacíos. El templo sin el tiempo, es vano.

La única forma en que un extraño se podría convertir en un gran amigo era a través de pasar tiempo juntos, de compartir comidas, caminatas, películas y experiencias. La única forma en que vamos a poder conocer verdaderamente a Dios va a ser pasando tiempo con Él. 

Rodrigo Hernández
Rodrigo Hernández
Cantante, compositor, músico y amante del café. Actualmente desarrolla un proyecto como cantante solista presentando canciones de su autoría con un enfoque cristocéntrico sin dejar de lado un sonido fresco y moderno. Licenciado en Composición Musical con Orientación en Música Popular; Máster en Terapia de la Voz. Dedicado a la música y el ministerio, ha participado en propuestas musicales y artísticas a lo largo del continente. Pertenece a la iglesia Fresca Presencia en su natal ciudad de Guatemala.

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