Uno de los libros más interesantes que he leído es “El impostor que vive en mí”, de Brennan Manning.
El libro relata experiencias que ha vivido el autor y sus luchas con la tentación de disfrazar su identidad para aparentar que está bien. Después de este libro comprendí que todos tenemos nuestros impostores internos ¿Y esto qué quiere decir? Lo voy a estar desarrollando brevemente en este artículo.
Los impostores internos son las máscaras que nos esforzamos en mostrar para mantener las apariencias y que nuestra imagen pública exhiba lo que “debemos ser” o “lo que queremos aparentar”. ¿Qué aspecto, característica o imagen queremos enseñar a los que nos rodean? ¿Qué imagen le doy a mi familia, a mis amigos y a mis seguidores?
Cómo cada quien asume el tema de la imagen depende de la personalidad. En psicología, cuando hablamos de personalidad nos referimos a un conjunto de rasgos, pensamientos, sentimientos y comportamientos profundamente incorporados, que persisten en el tiempo y nos hacen únicos e irrepetibles. Las personas tendemos a responder de un modo similar al enfrentarnos a ciertas situaciones.
A su vez, lo que resulta inmensamente curioso es que este concepto proviene del término “persona”, denominación que se utilizaba en el latín clásico para la máscara que portaban los actores de teatro en la antigüedad. Por ende, el término “persona” está ligado al concepto de “máscara”, ¿no les resulta interesante?
Está comprobado que las personas queremos mostrar nuestra mejor apariencia, nuestra mejor versión, y en varias oportunidades anulamos nuestras debilidades, las tapamos, las maquillamos poniéndonos una máscara, es cuando aparece el impostor interno queriendo ocultar nuestras falencias. Y me pregunto, y les pregunto ¿acaso no es Pablo quien habla sobre mostrar las debilidades? ¿Y con qué fin lo hace? “Pero él me dijo: «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad». Por lo tanto, gustosamente haré más bien alarde de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo”, 2Co. 12:9 (NVI).
Mi siguiente pregunta es: ¿mostramos nuestras debilidades?, ¿nuestras fallas?, ¿realmente dejamos ver nuestras carencias? De esto se trata vivir contra la corriente. La sociedad, los medios de comunicación, la cultura de este mundo nos impone mostrar nuestra mejor máscara, pero la Palabra de Dios en la Biblia nos invita a ser humildes y comunicar nuestras falencias para que el poder de Dios se manifieste en cada uno de nosotros.
Hay una frase que dice: “Quien vive para aparentar se olvida de vivir”. Cuando las personas les dan lugar a los impostores, viven una vida siendo prisioneros del “qué dirán”, esclavos de agradar a su entorno, y ¿para qué? Para sentirse aceptados, valorados, reconocidos y, lo más importante, para sentirse amados. Sí, todo esto tiene que ver con que las personas necesitamos sentirnos amadas. Pero el costo de buscar la aprobación por medio de las apariencias déjame decirte que es alto.
¿Y por qué sucede esto? La base de las apariencias se encuentra en una profunda necesidad de ser aceptados y amados, así como de sentir que somos importantes. Cuando somos pequeños, nos damos cuenta de que los “buenos comportamientos” son premiados en forma de afecto y aceptación, de manera que comenzamos a adaptarnos al medio para obtener la aprobación que necesitamos.
Las personas que viven de las apariencias dependen de las opiniones de los demás, por lo que construyen una imagen superficial con la que tienen la intención de ganarse la aceptación que necesitan. El conflicto es que habitualmente, con el tiempo, terminan identificándose con esa imagen. Por lo tanto, lo que comenzó con una respuesta de supervivencia se convierte en una sobreadaptación; las personas deciden y actúan buscando la aprobación ajena, olvidándose de sí mismas, con el objetivo de crear una vida que se vea bien desde afuera.
La búsqueda de aprobación esconde un profundo miedo a ser rechazado y perder el afecto. De modo que estas personas creen que, si son auténticas, no las aceptarán.
“Jesús se dirigió entonces a los judíos que habían creído en él, y les dijo: «Si se mantienen fieles a mis enseñanzas, serán realmente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres». Juan 8:31-32 (NVI).
Cuando nuestro objetivo es agradar a las personas y no a Jesús, perdemos nuestra libertad. Somos esclavos de las opiniones, sugerencias y dependemos de la aprobación externa, en vez de buscar la aprobación de Dios.
Jesús murió por nosotros para que seamos libres pero nosotros nos volvemos a esclavizar cuando damos rienda suelta a nuestro impostor interno.
¿Cómo identificar al impostor? Les voy a dejar algunos tips para reconocerlo, confrontar esas creencias y entregarlas a los pies de Jesús:
- Pensar que el fracaso no es una opción enmascara “siempre soy exitoso o exitosa”.
- El valor propio depende de la mirada de los demás enmascara “quiero el reconocimiento y afecto del otro”.
- Mostrarse omnipotente enmascara “soy fuerte y puedo con todo” se esconde una seguridad superficial.
- Tratar de controlar a los otros. Enmascara “Soy poderoso, soy poderosa”.
- Esconder debilidades enmascara “soy perfecto o perfecta”.
“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados”, 1ra de Juan 4:10.
Hemos leído muchas veces sobre el amor de Dios para con cada uno de nosotros pero ¿realmente lo entendemos? ¿realmente lo aceptamos? Para ser libres de los impostores, necesitamos vivir en libertad el amor de Dios para con nosotros, aceptar su amor inagotable, un amor que sana heridas del pasado, nos limpia del “qué dirán”, un amor que desenmascara toda clase de impostor y nos permite ser nosotros mismos, sin maquillaje, sin vueltas, un amor que nos impulsa a ser libres y libres en Él.