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¿Cuál es el Cristo que vive en nosotros?

El regalo de vida que Dios nos ofrece no viene desnudo: está envuelto. A lo largo de las Escrituras, descubrimos que este envoltorio fue primero la Ley del Antiguo Testamento, luego el cuerpo físico de Jesús, y finalmente, tras la cruz y la resurrección, fue quitado para dar lugar a lo esencial: el Espíritu Santo habitando dentro de nosotros. Esta revelación transforma por completo nuestra comprensión del propósito eterno de Dios.

Durante su paso por la Tierra, Jesús cargó con un velo: su carne. Aunque fue Dios hecho hombre, todavía había algo en Él que no se había manifestado por completo. Su muerte en la cruz no solo trajo perdón para nuestros pecados, sino que también quitó el envoltorio de su humanidad, revelando así al Cristo eterno. Y el día de Pentecostés fue el momento en que ese Cristo se volvió accesible para cada creyente, cumpliendo la promesa del Padre: “Pondré mi Espíritu dentro de ustedes” (Ezequiel 36:26-27).

La Ley: una sombra del verdadero propósito

Muchos creyentes aún viven como si el velo no se hubiese roto. Así como la Ley fue dada como un anuncio del Mesías por venir, muchos hoy siguen detenidos en la antesala de lo que ya ha sido revelado. Usando una analogía teatral, el autor del texto compara la Ley con un cartel que anuncia la obra: necesaria, pero no el espectáculo en sí. Adorar la Ley es como quedarse en la entrada, maravillados con el cartel, sin entrar al teatro.

Jesús mismo fue claro: “La Ley dice esto… pero Yo les digo…”. Él vino a cumplirla, pero también a superarla. Al declarar que convenía que se fuera (Juan 16:7), Jesús anunciaba que otro velo sería quitado: su cuerpo. Solo así, el Espíritu Santo podría venir y habitar dentro de los creyentes, guiándolos en una vida nueva, no basada en reglas externas, sino en la transformación interna.

¿Qué Jesús conocemos?

El texto también plantea una pregunta profunda y desafiante: ¿A qué Jesús conocemos? Muchos han quedado anclados al Jesús histórico, al del pesebre, los milagros y la cruz. Pero Pablo fue claro: “Aunque antes conocimos a Cristo según la carne, ya no lo conocemos así” (2 Corintios 5:16). El Jesús encarnado fue parte del plan, pero no el destino final. El verdadero propósito es conocer al Cristo eterno, revelado en nosotros por medio del Espíritu.

El apóstol Pablo no conoció a Jesús en su humanidad. Su primer encuentro fue glorioso, y casi letal: camino a Damasco, Jesús se le manifestó con tal intensidad que lo dejó ciego. Luego, Pablo tuvo visiones celestiales donde conoció al Cristo glorificado, más allá de cualquier imagen terrenal. Y eso, lejos de ser una desventaja, lo llevó a una comprensión más profunda del Evangelio.

No quedarse en la entrada

El problema no es que se nos enseñe sobre el Jesús terrenal, sino que nos quedemos allí. Muchos creyentes repiten año tras año el mismo recorrido: el pesebre, el bautismo, la cruz, la resurrección… y vuelta al pesebre. Es como instalarse en el cartel de “Oregón, 200 millas”, sin llegar nunca al destino. La vida de Cristo no se reduce a 33 años; su vida continúa hoy en nosotros por el Espíritu.

Así como el tabernáculo tenía atrios, Lugar Santo y Lugar Santísimo, nuestra vida de fe está llamada a avanzar. Ya no necesitamos quedarnos en los atrios, ni siquiera en el Lugar Santo: el velo fue rasgado. Podemos entrar confiadamente al Lugar Santísimo, al Espíritu.

Adorar en espíritu, no por emociones

En este contexto, se redefine incluso la adoración. Jesús enseñó que los verdaderos adoradores lo hacen “en espíritu y en verdad” (Juan 4:24). Eso no depende de música, ambiente ni emociones. Es posible adorar a Dios en una cárcel, con la espalda herida, como hicieron Pablo y Silas. Porque la adoración verdadera no está limitada al cuerpo ni al alma, sino que nace del espíritu, donde el Espíritu de Dios mora.

Una fe viva en el Espíritu

El texto concluye con una reflexión urgente: a pesar de que el velo se rompió hace casi dos mil años, muchos cristianos siguen viviendo bajo una nueva forma de ley: una religiosidad que reemplaza al Espíritu. Así como el Libro de la Ley se perdió en tiempos de Josías y fue redescubierto por accidente, también el Espíritu ha sido marginado en muchas comunidades. Pero Dios está restaurando una comprensión renovada de su propósito eterno: formar una Iglesia llena del Espíritu, que no depende de reglas, sino que vive por la gracia.

Jesús no vino solo a caminar entre nosotros, sino a vivir dentro de nosotros. No basta con saber sobre Él; debemos conocerlo en el Espíritu. Esta es la esencia del nuevo pacto: Cristo en nosotros, la esperanza de gloria.

Extracto sacado de:

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Título: Él Nos Dio Su Corazón

Páginas: 156

Año: 2023

Autor: Juan Carlos Ortiz

Redacción
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