A lo largo del tiempo, los cristianos han intentado lidiar con la realidad intimidante de la persona de Jesucristo. Lidiar en este sentido puede definirse como «nuestra respuesta personal de adaptación o ajuste que se produce tras un encuentro con el Cristo real».
La tendencia de muchos cristianos es a rehacer a Jesús de Nazaret, a inventar el tipo de Jesús con el que podemos vivir, a proyectar a Cristo, quien confirma nuestras preferencias y prejuicios.
Por ejemplo, el gran poeta inglés John Milton lo enmarcó como un Cristo intelectual que despreciaba a la gente común como una “multitud confundida, una muchedumbre de todo tipo que exalta cosas vulgares”.
Blaise Pascal escribió: “Dios hizo al hombre a su propia imagen, y el hombre le devolvió el cumplido”. En mis cuarenta años de ministerio pastoral, he visto a algunos cristianos dándole forma a Jesús a su propia imagen. En todos los casos, un Salvador terriblemente pequeño.
Jesucristo, en quien habita la totalidad de la divinidad, no ha de ser encuadrado, domesticado, definido, enterrado o desenterrado. No hay que volverlo verosímil ni inverosímil, ni tampoco se lo debe explicar ni justificar.
Tampoco hay que reducirlo a la polémica, ni ubicarlo dentro ni más allá de la creación, liberarlo, capturarlo ni educarlo. Como lo expresa Michael W. Smith en su canción:
«Jesús está sobre todos los poderes, sobre todos los reyes, sobre toda naturaleza y todas las cosas creadas, sobre toda sabiduría y todas las formas del hombre, Él estuvo aquí desde antes de que comenzara el mundo”.
Michael W. Smith, «Sobre todo».
Jesús está más allá del lenguaje, de la tentación, del aplacamiento, invocación, uso o mal uso. Está más allá de nuestro deseo desenfrenado o la inercia, nuestra esperanza o desesperanza, nuestra rectitud o nuestra maldad. No se lo puede arrinconar con palabras dulces ni a través de una persuasión amable ni del soborno. Tampoco se lo puede reducir a un juguete, un pájaro cantor enjaulado para la diversión de los niños.
Jesús es antes de todas las cosas, y todo fue hecho por él, en él y para él. Cristo escapa a toda definición humana, porque él es la imagen visible del Dios invisible.
«Cristo existió antes que todas las cosas, y todo el universo sigue su curso gracias a él. Cristo es la cabeza de la iglesia, que es su cuerpo. Él dio comienzo a todo y fue el primero en resucitar de la muerte. Entonces él es el más importante en todo sentido», Colosenses 1:17-18 PDT