El regalo de vida que Dios nos da viene con un envoltorio especial. Cuando Jesús caminó en la tierra, su cuerpo funcionaba como el velo o envoltorio de este regalo.
Su muerte en la cruz, no solo fue para expiación de nuestros pecados, sino para deshacerse de la carne y revelar así su Espíritu, el Señor eterno. En la cruz, se quitó el envoltorio. En el día de Pentecostés, el Espíritu de Jesús vino para estar en nosotros, cumpliendo «la promesa del Padre». El Espíritu de Dios vino a habitar dentro de cada ser humano que lo reciba.
La ley del Antiguo Testamento era un velo delante de Jesucristo y fue deshecha cuando Él se reveló. Detrás de la ley, estaba la realidad. Cuando vamos al teatro, lo primero que vemos es el título de la obra en el cartel que está en la entrada, pero es cuando se abren las cortinas que comenzamos a ver la obra en sí. La ley simplemente dice: «¡Ya llega! Va a suceder. ¡Espera!».
Sin embargo, podemos mantener a Jesús detrás de las cortinas, o cubierto, como alguien puede decidir guardar un regalo envuelto porque el papel y el moño son lindos. Si nos preocupamos mucho por la ley y no miramos más allá de ella, nos perderemos a la verdadera Persona y seremos adoradores del velo, de la cortina.
La Palabra hecha carne no es el fin. Aun mientras Jesucristo caminaba en esta tierra, algo en Él seguía sin ser revelado. El autor de Hebreos dice que tenemos libertad para entrar al lugar santísimo a través del velo, su cuerpo (Hebreos 10:19-20). Por lo tanto, la carne también era un velo. En realidad, el regalo tenía doble envoltorio.
Primero, Jesús dijo: «La ley dice esto… pero yo digo…; porque yo soy el Autor de la ley y soy mayor que ella». Dicho esto, se quitó un envoltorio.
Juan Carlos Ortiz
Luego, dijo: «Les conviene que me vaya» (Juan 16:7). Otro envoltorio estaba a punto de ser quitado.
¿Qué harás tú? ¿Adorarás al envoltorio? La verdad sigue allí dentro, la promesa del Padre: «Les daré un nuevo corazón… Infundiré mi Espíritu en ustedes, y haré que sigan mis preceptos» (Ezequiel 36:26-27). Esa es la verdad.
Por eso, Pablo les escribió a los corintios: «Así que de ahora en adelante no consideramos a nadie según criterios meramente humanos». Tal vez eso fue para Pedro. «Aunque antes conocimos a Cristo de esta manera, ya no lo conocemos así» (2 Corintios 5:16).
¿Qué quiere decir con esto? De una forma, está diciendo que está feliz de no haber visto al Jesús encarnado, tenía algo menos que desaprender, un problema menos. ¿Problema? No es que conocer al Jesús humano sea un problema, no me malinterpretes. Pero, conocer más acerca de su vida terrenal que del Dios eterno es peligroso.
Ya sabes cómo vio Pablo a Jesús por primera vez, nunca vio al Jesús de sandalias y barba. La primera vez que tuvo contacto con Él, casi muere. Jesús estaba en el cielo y Pablo iba hacia Damasco. En ese momento, Jesús dijo: «Oh, ese hombre está yendo a Damasco. Le diré algo». Así que abrió las puertas del cielo y fue un poco descuidado. Dejó que su gloria brillara tanto a través de esa ventana que casi mata a Pablo. Jesús cerró la ventana rápidamente, pero Pablo cayó al suelo y quedó ciego por tres días.
Luego, Pablo se encontró con Jesús de nuevo cuando fue llevado al tercer cielo. Pablo vio a Cristo en su oficina central del tercer piso del edificio de Dios. ¡Ah! ¿Pablo no conocía a Jesús? Sí, pero no al Cristo velado, él conocía al Cristo revelado, al íntimo, al Señor eterno con la gloria que tenía desde el comienzo de los tiempos.