Nací en la ciudad de Guatemala, una de las zonas más violentas del país, con actividad de narcotráfico, sicariato, grupos de crimen organizado como las maras, grupos que asaltan en las calles y reclutan niños para robar y repartir drogas, un lugar donde todos los días escuchaba disparos en la calle, realmente una zona donde sobrevive el que pertenece a la pandilla más fuerte.

Recuerdo que un chico que era narcotraficante me ofreció un “trabajo”; debía entregarle un teléfono a un chofer de colectivo, para que después las pandillas lo extorsionaran. Confieso que lo pensé bastante; era dinero fácil, rápido y era algo muy común en el barrio. Al final, rechacé la propuesta, porque se sabe que una vez dentro del “negocio” no puedes salir tan fácilmente.

Un día al colectivo se subieron 3 pandilleros con armas y empezaron a sacarles las billeteras y los celulares a las personas, tuvimos que entregar todo, o si no, nos mataban. Aunque suene extraño, no era algo nuevo, pasaba todos los días, y había que estar preparado para entregar tus pertenencias o para pelear y perder la vida.

Crecí en una familia con mucha violencia intrafamiliar. Mi papá constantemente golpeaba a mi mamá y la única manera de detenerlo era hacer un escudo humano con mis tres hermanas, cuando yo tenía 12 años mi papá se fue con mis tíos y primos a vivir a Estados Unidos en busca del “sueño americano”, una práctica muy habitual en Centroamérica, lo hizo pensando en enviarnos dinero para mejorar nuestras posibilidades, y si bien era triste que papá se fuera, realmente para la familia fue un respiro no ver más golpes y conflictos.

Cuando tenía 15 años, conocí un grupo de bailarines de break dance en mi barrio, se llamaban The King Dancers, eran bailarines cristianos que habían conocido a Jesús a través de la organización misionera Jucum Guatemala. Me apasionaba bailar, mi corazón latía cada vez que entrenaba con los chicos, muchos de estos misioneros oraron por nosotros y Dios nos dio palabra, pero después de un tiempo me fui alejando de Jucum y dejé de ir a visitarlos.

Seguí bailando, pero alejado de Dios, empecé a fumar, a ir a fiestas, tomar alcohol, buscar bailar en competencias solo para ganar fama y poder viajar, empecé a usar drogas y alejarme cada vez más y más de Dios.

A mis 20 años no estaba bien. Había dejado de bailar, tenía problemas con mi familia por los vicios, era un caso perdido. Una noche todo cambió, me encontré con un amigo de Jucum que me invitó a ver una batalla de break dance, le dije que sí, aunque bastante desganado, pero algo dentro de mí estaba emocionado por volver a ver break dance.

Ahí conocí a un grupo llamado Urbata que, para mi sorpresa, era el mismo grupo con el que empecé a bailar, pero había algo diferente en ellos, sus rostros brillaban, recuerdo que la última vez que los vi estaban igual que yo, hundidos en las drogas, de fiesta en fiesta, eran otro caso perdido. Cuando los vi bailar sentí una voz dentro de mí que me dijo “vos vas a estar en ese grupo”.

Conocí a su líder, se llamaba Fredie Jhonson, un americano que era misionero y bailarín. Urbata se juntaba todos los martes a la noche para entrenar en la sede de Jucum, ellos le llamaban “noche de adoración”; bailaban, pero también oraban y adoraban a Dios, y eso me rompió la cabeza… bailar y adorar al mismo tiempo, era impresionante ver a cada uno siendo rescatado de lugares oscuros.

Había dos de ellos que Dios restauró junto a su familia e hijos, otros habían sido rescatados de las drogas y pandillas.

Una noche me invitaron a ir con ellos, recuerdo que Freddie se acercó y me dijo ¿conoces a Jesús? y le dije que sí, al instante sentí como un velo cayó de mis ojos, en ese momento dije dentro de mí, “esto era lo que estaba esperando”, cambiar y dejarlo todo, Jesús es la clave para poder cambiar mi vida. Esa misma noche tomé la decisión de entregarme al Señor y dejar todos mis vicios atrás.

Ese mismo año salió la oportunidad de venir a Argentina para hacer una escuela de arte, llamada AME (artistas en su máxima expresión). Con mucho esfuerzo y fe, emprendimos el viaje hacia Argentina 12 guatemaltecos y un estadounidense, viajando por tierra. Recorrimos Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá.

En cada lugar pudimos compartir de Cristo y de su poder, y a la vez bailábamos y pasábamos la gorra para poder comer, siempre esperando por un milagro para llegar a Argentina.

En Honduras tuvimos un accidente de auto. Eran las 3.00 de la mañana, íbamos en un auto para 9 personas, pero éramos 15, una llanta explotó a causa de los baches y recuerdo que en segundos estábamos dados vueltas y girando, gritos, miedo, y en medio de todo, dos de los chicos salieron disparados por la ventana, yo solo podía escuchar un zumbido, el olor a caucho quemado con el pasto era terrible, tenía todas las maletas sobre mí, mientras hacía fuerza con los brazos porque mis amigos estaban saliendo por el techo del auto, era una escena trágica.

Una vez todos afuera, nos dimos cuenta de que estábamos todos, los que habían salido disparados por la ventana cayeron sobre la suave hierba, sin un rasguño, en ese momento hicimos un círculo y nos arrodillamos para alabar a Dios y afirmar nuestra decisión de seguirlo y continuar con el viaje.

Cando estábamos en Panamá nos quedamos sin dinero, y Dios les habló a los misioneros de Jucum en Buenos Aires para proveer los primeros boletos de avión, después de 19 días de viaje, pudimos volar 4 a Argentina, para sumarnos a la escuela de Artes, y de a poco, al pasar las semanas fueron llegando los otros.

Dios me habló muchísimo en esa escuela, me habló sobre su amor, carácter de padre, y fidelidad, me mostró que había muchas cosas que Él quería tratar en mi vida.

Hace 7 años que vivo en Argentina, estoy casado con una chilena llamada Paula y tengo un hermoso hijo argentino llamado León Andrés. Sigo bailando, doy clases de baile para niños y adultos en la compañía de arte AME, voy a las competencias y comparto del amor de Jesús, y sirvo como misionero a tiempo completo en la base de Jucum Rosario.

El baile, una excusa para acercarme a Jesús

Puedo ver cómo Jesús usó el baile para encontrarse conmigo, puso amigos bailarines que amaban a Dios y que hablaban de Él, grupos de Jucum dándonos espacios para bailar, aconsejar o dar una palabra de Dios para darme ánimo, abriendo nuevos lugares y países, con la excusa de bailar, pero el verdadero interés del Señor era mostrarme su amor y su fidelidad. Ahora voy a las competencias de break dance y hablo de Jesús a los bailarines, les doy mi testimonio de cómo Dios cambió mi vida.

El baile es una excusa para hablar con niños, familias y otros bailarines, una herramienta para dar a conocer al artista mayor, Dios, soy un agradecido de Dios, por su rescate y por darme el privilegio de crear junto con Él a través del baile. Solo puedo decir y testificar que” todo es de Él, por Él y para Él”.

David Alvuzures Solares nació el 12 de marzo en ciudad de Guatemala. En septiembre del 2014 llegó a Buenos Aires para hacer su escuela de artes (AME). Actualmente vive en Argentina. Está casado desde el 2017, y tiene un hijo de 11 meses. Baila break dance desde hace 15 años. Es misionero a tiempo completo junto a su familia en Jucum.



Juventud Con Una Misión es una comunidad misionera de cristianos provenientes de diferentes trasfondos, culturas y tradiciones cristianas, dedicados a servir a Jesús alrededor del mundo. Servimos principalmente de tres maneras: a través del entrenamiento, la proclamación del Evangelio y al preocuparnos por aquellos en necesidad. Actualmente trabajamos en más de 1,200 lugares en alrededor de 180 países.