Podríamos comenzar con la siguiente imagen: un apagón repentino a mitad de la noche. La penumbra es total. No hay restos de sol que puedan colarse por la ventana. La cena recién preparada sobre la mesa desaparece, y simplemente quedan indicios de su existencia a través del aroma y el calor.
La casa que conocemos se vuelve hostil. Cada esquina, borde, mueble u objeto se convierte en un enemigo secreto que se interpone en el camino y sirve de tropiezo. ¿Cómo es posible quedar completamente indefensos ante la ausencia de luz? Esta es la pregunta que Abel Ballistreri se hace, e intenta responder a través de su libro. Una revelación fresca, reiterativa y vitalmente necesaria. Superadora y confrontativa. Con los ojos del espíritu pone en palabras aquello que es difícil de decir, pero es logrado sencillamente.
“Nuestra vida en el cuerpo temporal nunca debe ser concebida como una mera espera de la muerte o de la venida del Señor; antes bien, los planes de Dios para nosotros incluyen acciones diarias coherentes con sus intenciones.”
A partir del hecho natural, en ocasiones, es posible encontrar verdades sobrenaturales ocultas. Pero esto no siempre es así. El autor nos introduce con premisas que parten del sentido común científico: el ojo humano tiene la capacidad de transformar la luz en información que el cerebro procesa. A esta verdad inicial, Abel Ballistreri superpone citas bíblicas que nos permiten alcanzar una visión todavía más profunda, y por lo tanto, relevante. Una nueva función para el ojo, el cual ya no solo recibe luz, sino que también es capaz de producirla. O -en caso contrario- también logrará generar oscuridad según el origen de la información que reciba.
“Los milagros solucionan problemas prácticos, pero el Evangelio procurará abrir nuestros ojos para que aquella vida y libertad espiritual sean manifestadas.”
¿Es posible que alguien que se considera creyente continúe viviendo en oscuridad? Sí, y de hecho, la Biblia relata muchos casos donde esto sucede. Historias de personas cuyos ojos fueron abiertos de forma progresiva, y también otros que no demostraron cambios en su condición. Este libro, sin embargo, no trata de viajes místicos sobre experiencias personales y anecdóticas extra-físicas. En los primeros capítulos, Abel Ballistreri circunscribe cuáles son las tendencias humanas que nos llevan a vivir una existencia limitada -y aún peligrosa-. Tendencias completamente inconscientes de la realidad espiritual y alejadas de los propósitos eternos de la voluntad divina.
“La Gracia de Dios no es un trámite que hacemos para ser salvos, sino que esa gracia es todo el universo en el cual fuimos invitados a vivir.”
Los cristianos solemos tener diversas opiniones sobre lo que es “ser espiritual” y de qué maneras puede evidenciarse en la vida de una persona que lo es. El autor exhibe ésta equivocada visión como síntoma. Creemos que vemos, pero lo único que hacemos es buscar a tientas. Entender la madurez espiritual como «producto del estudio o combinaciones de conocimiento» menosprecia groseramente el sacrificio de la Cruz. No hay verdad ni libertad en ello. La Verdad de Dios está indisolublemente asociada con la persona de Cristo. ¿Y de qué forma Jesús evidenciaba su fidedigno compromiso con los planes del Padre? Encarnando las Escrituras en cada paso que daba. Así también debe ser con nosotros, desarrolla Abel Ballistreri: de nada nos sirve tener opiniones, solo la Palabra encarnada produce efecto en el mundo visible e invisible.
“El mundo espiritual no respetará tu propia opinión formada por leer La Biblia, ni tampoco respetará que, simplemente, la recites. Todo el Cielo y la Tierra responden a Las Escrituras hechas carne en ti.”
Tal y como escribe Liliana Sánchez, autora del prólogo, requiere humildad desalojar lo viejo y percibir lo fresco. El cansancio y pesadez al leer las Escrituras, no debe llevarnos al abandono y la condenación. Sino a la búsqueda de profundidad. Un solo pasaje encarnado hará retroceder al mismo infierno. Pues cuando se trata de una pequeña semilla sembrada en el terreno correcto -un circuito de vida latente- en esa instancia, los frutos serán inevitables.