El ser humano tiende a tener sueños, a tener aspiraciones de grandeza y pretender ser alguien trascendente. La pregunta es: “¿Y si no se da?”.
Vivimos desde pequeños aprendiendo cosas: primario, secundario, universidad, cursos, capacitaciones, etc., etc. En el afán de crecer y desarrollarnos, muchas veces perdemos el foco. Incluso, puede pasar que estemos viviendo sueños ajenos, aspiraciones que otros tuvieron pero que no son nuestras en realidad, sino que nos han sido legadas.
Quiero hablarte sobre mi papá
Mi papá soñó siempre con ser un gran empresario, ese pequeño hombre de apenas 1,60 m quería construir un imperio. Así que fundó su primera empresa y llegó a aprender coreano y chino para comunicarse con los proveedores. Definitivamente le estaba yendo muy bien.
Sin embargo, luego de la crisis de 2001, por un error de previsión, lo perdió todo. Su sueño de ser un gran empresario se vio reemplazado por el afán de pagar deudas que se acrecentaban más y más ya que estaban en una moneda extranjera y la nacional estaba devaluándose. Sin embargo, no se rindió y hoy tiene aún una pequeña Pyme, a sus 69 años de edad.
¿Por qué te cuento esto? Porque mi papá quería delegar la fábrica a sus hijos, mis tres hermanas no quisieron y emprendieron sus propios caminos así que solamente quedamos mi hermano mayor y yo. Tenía 13 años cuando comencé a trabajar formalmente para ser el jefe y futuro administrador de aquel lugar.
Pero Dios habló
Sin embargo, Dios tenía otros planes para mí. Cuando conocí a Jesús, Él me llamó a ser misionero y a servirle a tiempo completo en la obra. Eso, para mi papá, era una pérdida de tiempo y de ganancias.
“¿Cómo vas a vivir de la Iglesia?” , era su pregunta irónica recurrente.
Tras muchos procesos, Dios me ayudó a ver todo esto como una oportunidad de mostrarle a mi papá lo que significaba ser un misionero e ir de un lado a otro predicando y discipulando personas heridas, de cualquier estrato social, sin discriminación.
Cierto día, cuando nos tocó ir juntos a sacar mi pasaporte para viajar fuera de Latinoamérica, me abrió su corazón: Su papá había sido cristiano y era misionero, pero se decepcionó mucho porque nunca lo pudo comprender. No estaba en contra de que yo trabajara para Dios, sino que tenía temor de que yo me arrepintiera de hacerlo y no fuera un hombre respetado, letrado y con un buen sueldo que era lo que él pensaba que tenía que ser para sostener una familia.
Finalmente, tras esa extensa charla, los dos pudimos hablar con Dios, él reconoció que valoraba lo que hacía y decidió pagar mi viaje y todos los trámites que me tocaba para tal fin.
El verdadero legado de mi papá
A veces nos olvidamos de que, incluso con nuestra historia a cuestas, incluso heredadas, Dios sigue siendo fiel.
Quizás papá proyectaba sobre mí su inseguridad por una experiencia que para él no fue tan grata, pero al final, decidió dejar de lado todo lo que le incomodaba y apoyar lo que su loco hijo estaba haciendo: Invitar a otros a vivir la eternidad todos los días.
Decidió apartar sus miedos y dejó un legado que quiero dejarles también a mis hijos: Apoyarlos y abrazarlos en lo que Dios los ha llamado a hacer, incluso si no lo entiendo.
Hoy, honro a mi papá. A veces me encuentra desanimado, incómodo, confrontado; otras veces me encuentra tocando el cielo con las manos. Pero de su boca, siempre salen palabras de amor que, aunque le cueste a veces, siempre son de bendición para mí. Él es una extensión del cielo en la Tierra. Ese es el legado que está dejando en mí.
Tal vez no pasaste por esta experiencia de apoyo, o quizás el legado que te dejaron (o que están dejando) es dolor, sufrimiento y prejuicios. Quiero, entonces, decirte lo que me ayudaba cuando mi papá se burlaba de mí diciéndome el “salvador del mundo”:
“Aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me recibirá en sus brazos” (Salmos 27:10).
El legado de la eternidad
Dios nos sostiene y nos recoge así como estamos, incluso con una mala herencia, con traumas, con dolor y falta de perdón. Nos lleva por el desierto del despojo para que, por su gracia, nuestras debilidades sean transformadas en fortaleza.
Él quiere dejarnos un legado eterno que está sobre todo nombre y ser humano, incluso nosotros. Dio a su Hijo para que todo aquel que en Él crea no se pierda, sino que tenga vida eterna. Por eso, quiere que honremos ese sacrificio, a través del perdón, de la reconciliación y la obediencia. Puede que lo entiendan, puede que no, pero Dios ya nos está abrazando y sosteniendo en este proceso.
Al final, dentro de tanta aspiración de grandeza y de ser visible y relevante, nos damos cuenta de que el legado más importante recibido es llevar el cielo dentro de nosotros. Y ese privilegio no es para nosotros solamente, sino para nuestros hijos y nietos, como para nuestros padres y abuelos, sin olvidarnos, claro está, de nosotros mismos.
¿De qué legado te hablo? Vivir el cielo, todos los días:
“Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16).
El legado del cielo es eterno. Gracias Papá por el padre que me diste.
Aunque no hayas tenido un padre o tu padre no haya sido ideal… ¿estaría dispuesta tu fe a agradecer por él?