Lucas Torrez
- “Las emociones pueden enviarnos información confusa en esos momentos. El alma quiere posicionarse en un lugar donde no le corresponde, en medio de la angustia, para dar soluciones momentáneas. Recordemos, el mayordomo no es dueño”.
A lo largo de nuestra vida, podemos atravesar diferentes temporadas. Momentos de alegría, pero también de angustia. Estos últimos nos confrontan, nos muestran cuán sólidas son nuestras convicciones.
Tienen el potencial de hacernos caer en desesperanza, olvidarnos de lo que Dios nos ha dicho y tomar decisiones con un costo muy alto. ¿Qué hacemos en medio de la angustia? Es la pregunta que nos permitirá discernir qué semilla estamos plantando y entender los frutos que estamos teniendo.
Algunos intentan evitar de todas las maneras posibles atravesar este tipo de momentos, lo cual parece ser una gran idea en el corto plazo, pero postergar no es resolver, es evitar. Por ende, tarde o temprano las consecuencias vuelven a aparecer. Anular no hace más que profundizar heridas.
Estas respuestas aprendidas pueden parecernos soluciones, pero son parte del problema. Otras personas se aíslan, prefieren pasar estos momentos solos, en silencio. Cortan la comunicación fluida con su entorno y poco a poco van cerrando puertas. El dolor a veces puede ser tan grande que atraviesa diferentes áreas de nuestra vida.
Los vínculos pueden dañarse por heridas no resueltas. Esta es otra manera de afrontar la angustia: guardarnos las palabras, pensando una y otra vez el mismo tema.
¿Qué nos enseña la Biblia sobre la angustia?
Ahora bien, veamos bíblicamente algunas historias que nos ayudarán a comprender cómo atravesar la angustia.
Vemos en la Palabra de Dios la historia del Rey Acaz. Recordemos que en ese periodo, el pueblo pasaba por diferentes gobernantes. Cada uno de ellos decidía servir a Dios o no, en este caso, ocurrió esto último. Este rey se encargó de desobedecer a Dios y hundir al pueblo en idolatría y confusión, mezclando su cultura con la del enemigo.
Esto trajo serias consecuencias. Allí, en ese momento de angustia, vemos la decisión de Acaz: o se arrepentía y volvía a Dios, o seguía sosteniendo su postura. En la angustia vemos lo que hay en nuestro corazón. Se pone a prueba lo que realmente creemos y dónde está nuestra confianza.
Lamentablemente, el rey tomó la peor decisión:
“Y en el tiempo de su angustia este rey Acaz fue aún más infiel al Señor.”
2 Crónicas 28:22 LBLA
Necesitamos estar atentos, en medio de la angustia, ya que las creencias pueden aparecer y tomar fuerza.
Podemos sentir que no tiene sentido continuar siendo fieles a Dios, continuar sirviendo con entusiasmo, incluso que no habrá ningún cambio en el futuro. Podemos sentir que Dios no está con nosotros (Salmo 10:1).
Al perder las esperanzas, al perder el discernimiento de nuestra posición, al olvidarnos de quién es Dios y que Él recompensa, perdemos la orientación de nuestras decisiones presentes. Al estar angustiados, estamos vulnerables a creer y sentir mentiras como verdades.
La clave no está en evitar los tiempos de angustia, sino qué decidimos en medio de ellos.
Clamar en medio de la angustia
El salmista nos muestra una manera diferente de gestionar la angustia en nuestra vida:
“En medio de la angustia clamé al Señor, y él me respondió y me dio libertad.”
Salmos 118:5 RVC
Clamar en medio, no después, termina siendo fundamental. No esperar a solucionar las cosas, no esperar a estar diferente, no sentir que todo está bien para recién ahí acudir a Dios, puede ser decisivo.
Otro aspecto clave es la respuesta de Dios en medio de la angustia.
Hablamos cuando creemos que hay alguien que nos está escuchando. De hecho, el silencio aparece cuando creemos justamente que nadie nos entiende, que nadie puede ayudarnos, que nadie está atento, ni a nadie le importa lo que estamos atravesando. Estos son obstáculos para gestionar lo que sentimos, cerramos puertas incluso a la ayuda.
“Cuando me encuentro angustiado, te llamo porque tú me respondes.”
Salmos 86:7 RVC
La verdad nos hace libres. Aun cuando no logremos sentirlo, esto no cambia: expresemos lo que sentimos, pongámoslo en palabras, busquemos ayuda, llamemos porque habrá respuesta. No olvidemos a quién le estamos hablando, Él no falla ni ha roto nunca ninguna de sus promesas.
Validar, pero no guiarnos solo por las emociones
Reflexionemos: las emociones pueden enviarnos información confusa en esos momentos. El alma quiere posicionarse en un lugar donde no le corresponde, en medio de la angustia, para dar soluciones momentáneas. Recordemos: el mayordomo no es dueño.
Los atajos no traen los frutos del proceso. Validar no es igual a guiarnos por lo que sentimos. Posiblemente, al querer evitar muchas veces el dolor, nos perdemos también de las enseñanzas.
Que algo duela no significa que dañe. La angustia puede ser una gran flecha, que nos ayude a registrar aspectos de nuestra vida que de otra forma no veríamos.
Esto no significa hundirnos, es aprender a navegar en medio de la tormenta hacia el mismo objetivo: Cristo. Busquemos ayuda, conectemos con personas capacitadas que nos acompañen en el camino, brindándonos herramientas para regular nuestras emociones. Personas sabias que nos ayuden a encontrar el consuelo que viene de Dios y también su guía para tomar decisiones.
Esto genera oportunidades para renovar nuestros pensamientos, para comprender que Dios no nos ha dejado, que la historia sigue escribiéndose, que el propósito sigue vigente, que el plan sigue en marcha.
Una etapa de angustia no es el final, es parte del camino.
Tal vez aquello angustiante no estaba para destruirnos, sino para que volvamos a encontrar las coordenadas que habíamos perdido. Tal vez sea el momento ideal para recordar las palabras de Jesús:
“No dejen que el corazón se les llene de angustia; confíen en Dios y confíen también en mí.”
Juan 14:1 NTV