En esta ocasión, meditemos juntos en las palabras reveladoras de nuestro Salvador contenidas en Mateo 5:44. En este versículo, Jesús nos desafía con un mandato que va más allá de la comprensión humana: «Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian, y orad por los que os maltratan y os persiguen.»
Estas palabras, lejos de ser un simple consejo, nos sumergen en las profundidades del amor divino, un amor que desafía las lógicas terrenales y nos llama a practicar la gracia en su forma más pura.
Amar a nuestros enemigos no implica solo tolerar su presencia, sino comprometernos activamente en buscar su bienestar. Es un amor que refleja el sacrificio de Cristo en la cruz, donde el perdón triunfó sobre la ofensa y la redención se ofreció a aquellos que, en su momento, eran enemigos de Dios.
Bendecir a los que nos maldicen no es simplemente responder con palabras amables, sino convertir nuestras lenguas en instrumentos de gracia. Es un recordatorio de que nuestras palabras tienen el poder de traer vida y cambiar la atmósfera que nos rodea.
Hacer bien a los que nos odian nos lleva más allá de la mera cortesía. Nos impulsa a buscar oportunidades para ser agentes de benevolencia, recordando que hemos sido amados sin merecerlo y llamados a reflejar ese amor inmerecido.
Orar por aquellos que nos maltratan y nos persiguen no es una expresión de debilidad, sino de dependencia. Reconocemos que nuestras fuerzas son limitadas, pero en la oración, abrimos las puertas para que el poder transformador de Dios se manifieste en medio de la adversidad.
En conclusión, que el amor que practiquemos no sea meramente humano, sino un reflejo del amor sobrenatural de nuestro Salvador. Que nuestras vidas se conviertan en testimonios vivos de la gracia que hemos recibido, y que, al amar a nuestros enemigos, bendecir a los que nos maldicen, hacer bien a los que nos odian y orar por los que nos persiguen, podamos ser luz en medio de la oscuridad.