Estamos viviendo momentos decisivos para el presente y el futuro de nuestro país. Cada vez hay más gente preocupada por la salud, la economía, el crecimiento de la pobreza, del desempleo, de los impuestos, de la delincuencia y la inseguridad. Y en medio de una de las peores crisis económicas, sociales y políticas de los últimos cuarenta años, el presidente Alberto Fernández, tal como prometió en su campaña electoral, y del mismo modo que también lo hizo se predecesor Mauricio Macri en 2018, intentará nuevamente hacer legal la muerte de los hijos por medio del aborto.
Argentina ya vivió ese debate dos años atrás. En aquella ocasión, el Congreso recibió los mejores argumentos de quienes estamos a favor de la vida. Sin embargo, de la mano de los lobbys internacionales pro aborto que lo financian, los dirigentes argentinos nuevamente llevan la ley del aborto al recinto parlamentario.
Nos quieren volver a decir que el aborto es la solución a otras problemáticas, que es un derecho, una deuda de la democracia y tantas otras falacias más.
Es cierto que la mayoría de la gente considera que no es el momento adecuado para tratar la ley de aborto. Es cierto también que con los problemas y necesidades que tiene la Argentina hoy, luego de la cuarentena más larga del mundo, el tema del aborto no es una prioridad.
Sin embargo, no son éstos los motivos más importantes. Nosotros rechazamos el proyecto de despenalización porque el aborto es un acto malo per sé. El aborto no es un derecho, no existe el derecho a matar. El derecho por excelencia es el derecho a la vida. El aborto no es un derecho, sino un delito, tipificado en el Código Penal, porque se trata de la acción intencional y premeditada de ponerle fin a la vida del hijo.
Existe un choque cultural muy fuerte entre “conservadores” que se identifican con la tradición cultural y moral judeo-cristiana y los “progresistas” que afirman que esos valores ya son obsoletos. En consecuencia, estamos en medio de una batalla que es espiritual, cultural, ideológica y política.
La mayoría de los países están partidos al medio, con dos cosmovisiones totalmente antagónicas, con sistemas axiológicos, de valores totalmente enfrentados. En una batalla cultural no hay tiros, no hay balas. En una batalla cultural, como por ejemplo el debate que se dará en diputados, hay argumentos, porque son las ideas las que estarán presentes en el campo de batalla.
Sin embargo, la batalla no solo es cultural sino también política, porque ese es el medio por el que se implementarán los cambios en la sociedad. Tradicionalmente hubo una aversión a participar y ni siquiera hablar de política entre cristianos. Lo cierto es que “no somos de este mundo”, pero “estamos en este mundo”, y mientras estemos en este mundo debemos ser sal y luz y aprovechar al máximo toda posibilidad que tengamos para influenciar en todos los ámbitos con los valores del evangelio.
La marcha del sábado 28 no es aséptica, tiene implícito un mensaje político, aunque se lo niegue. Por acción o por omisión, estamos permanentemente participando de acciones políticas. Y no se trata de politizar la iglesia o el cristianismo, de ninguna manera. Se trata de llevar los valores cristianos al campo de la política.
Los principios morales deben estar por encima de cualquier adhesión partidaria y no dependen del voto de la mayoría. Porque lo que está mal, está mal, aunque todos los hagan. Y lo que es correcto, es correcto, aun cuando nadie lo haga.
Este sábado 28 de noviembre a las 15 horas los argentinos de bien, que defienden el valor de la vida y no le desean la muerte a nadie, nos haremos presentes en el Congreso de la Nación y en todas las plazas del país a decir nuevamente que Argentina quiere vida.
Que en estos días, como seguidores de Jesús, seamos verdaderamente «sal y luz» para esta sociedad. Que, como hijos del Padre, podamos encarnar y mostrarle al mundo el ADN que caracteriza y define al Creador: su amor. Recordemos que no estamos para juzgar, criticar, ni condenar. Estamos para ser luz en medio de las tinieblas, y para defender la verdad en medio de tanto relativismo. Pero recordando siempre que somos llamados a impartir esa verdad reflejando siempre el amor de nuestro Maestro.
Una sociedad es más humana, más justa, y más inclusiva, cuando defiende los derechos de todos los humanos en toda su integridad y dignidad. Dios bendiga a cada militante y defensor de la vida.