En este Nuevo Pacto, el maestro entiende que el conocimiento de Dios es dado por gracia al espíritu de sus hijos.
Por lo tanto, la enseñanza se vuelve una herramienta de provocación a la revelación del Espíritu del conocimiento que ya está en ellos.
La enseñanza “despierta” aquello que ya fue depositado en su espíritu. Como lo señala el apóstol Pedro en su segunda carta, capítulo 1:12-13: “Por eso siempre les recordaré estas cosas, por más que las sepan y estén afianzados en la verdad que ahora tienen. Además, considero que tengo la obligación de refrescarles la memoria mientras viva en esta habitación pasajera que es mi cuerpo”. El maestro del Nuevo Pacto no solo es un conocedor de las Escrituras, sino que es un portador del Espíritu de las Escrituras hecho carne en él, y le ha sido asignada la tarea de provocarlo en la Iglesia.
Son sumamente importantes tanto la enseñanza como el aprendizaje. Si recordamos el principio, el mal mismo comenzó con una mala enseñanza. “¿Y quién te ha dicho que estás desnudo? —le preguntó Dios—. ¿Acaso has comido del fruto del árbol que yo te prohibí comer?» (Génesis 3:11). La participación de la serpiente y el fruto de la ciencia del bien y del mal en Adán y Eva fue una enseñanza que perpetuó el pecado en la Tierra. De la misma manera, lo que entró por una mala enseñanza se sanará a través de una correcta.
La enseñanza correcta la trajo Jesús. Son incontables las veces que encontramos en los evangelios la insistencia de Jesús en la enseñanza clara de las Escrituras. Jesús sabía que la enseñanza imparte vida en los que la oyen. La etimología de esta palabra se refiere a “poner señales o dejar señales en el camino”.
¿Por qué es necesario tener señales en el camino? Bueno, si usted viajó alguna vez en la ruta, sabrá la importancia. Las señales en el camino indican muchas cosas, como saber que uno va por el camino correcto, conocer la distancia, ser capaz de regular la velocidad y también ser alertado sobre los peligros que hubiera a fin de poder evitarlos.
La falta de enseñanza —tanto a través del oficio magisterial como de otros dones— en medio de la Iglesia nos ha perpetuado en un estado de informados pero no formados, porque muchas veces actúa más en nosotros la Información que la disposición a la formación. La gente que lee bastante y accede a la información sabe muchas cosas, pero no las ha experimentado, porque solo es letra que ha llegado por medio de la lectura y no de la enseñanza.
En medio de un sistema actual que prioriza la “información”, bombardeándonos todo el tiempo con noticias dirigidas a través de medios masivos, con un impacto intencional sobre la población, es importante entender que este tipo de información puede resultar muy perjudicial para nuestro espíritu. Por esta razón, Dios necesita despertar a los maestros en las Escrituras y otros ámbitos para que impartan formación en medio del Cuerpo de Cristo, para la expansión de su Reino.
Cuando Dios creó a Adán, sopló sobre él aliento de vida. Fue con este hombre que Dios se comunicó a través de la vida en el huerto, no por medio de un libro. Cuando se prioriza la información más que la vida, entonces violentamos el propósito original. Todos fuimos creados para la vida, no para el concepto; por eso en la vida de Dios no existen definiciones cerradas, siempre estamos conociendo.
Sumada a nuestra finitud que contrasta con la infinita sabiduría y ciencia de Dios está la reducción del lenguaje; muchas veces, las palabras no alcanzan para explicar lo que Dios hace en un segundo en nuestro interior, porque tanto usted como yo somos personas creadas para la vida y no para el concepto. El propósito de Dios para una creación tan compleja como el ser humano ha sido la vida, no el libro.
Las Escrituras tienen el objetivo de que el hombre de Dios sea perfecto, perfección que debe manifestarse, sabiendo que ya fue dada en el espíritu, para que ahora se exprese, a través de la naturaleza divina que portamos en el espíritu, por gracia de Dios.
Esta vida eterna recibida a través del Espíritu Santo no fue por méritos, sino solamente por su gracia, para que nadie se jacte; y en esa gracia nos fue dada una perfección que debemos manifestar viviendo. Entender que ya no se trata de un conocimiento intelectual teológico sino espiritual es revalorizar uno de los tantos beneficios dados en la cruz de Cristo, a través de su muerte y resurrección: es el conocimiento de Dios, algo que nosotros no podríamos alcanzar nunca a través del estudio de la Biblia, sino que nos fue dado en el espíritu y desde el primer día que recibimos a Cristo en nuestra vida, quien contiene todo el conocimiento de Dios en nuestro espíritu.
¡Esto es impresionante! No nos alcanzará la vida entera para conocer, experimentar a ese Dios que fue procesado, para poder ser impartido en cada uno de aquellos que le crean.
Revaloricemos los ambientes de enseñanzas de las Escrituras; muchas veces se ha cometido el error de espiritualizar todo, dejando de lado la enseñanza metódica —pero no por eso orgánica— que impulse la vida del creyente hacia la estatura del varón perfecto, que es Cristo. Avancemos correspondiendo al digno Señor que nos llamó. “Acepta la enseñanza que mana de su boca; ¡grábate sus palabras en tu corazón!” (Job 22:22).