Escuchar es parte importante en el proceso de comunicación. No debe subestimarse su importancia: se puede tener mucho para decir, pero si no hay quién escuche, no es posible una comunicación exitosa. Como dice el dicho popular: “Pareciera que estoy hablando con la pared”.
La comunicación es fundamental para desarrollarnos como personas y relacionarnos con los demás. En toda comunicación, mínimamente se requiere un emisor (el que habla) y un receptor (el que escucha), y se van intercambiando los roles entre las partes a medida que avanza la conversación. En otra nota, ya hemos reflexionado acerca de la importancia de las palabras , y ahora me gustaría que nos centremos en la escucha, en pos de crecer en nuestra capacidad de comunicarnos con los demás.
Al escuchar, recibimos la información que necesitamos procesar para responder. Requiere nuestra atención e interés. A veces, la información que recibimos es para responder a una necesidad del otro, y en otras oportunidades, tiene por fin responder a nuestras propias necesidades, por ejemplo, cuando buscamos consejo o ayuda.
¿Cuál es nuestra actitud cuando escuchamos para ayudar a otros? ¿Y cuando es para recibir ayuda?
El primer caso sería cuando alguien nos cuenta lo que le está pasando; puede ser que necesite una respuesta concreta de nuestra parte, pero también que simplemente precise ser escuchado, poder desahogarse y poner en palabras lo que le está sucediendo, algo que tanto bien nos hace. En cualquiera de estas situaciones, podemos demostrar interés genuino hacia el otro al escuchar atentamente y con respeto, sin interrupciones innecesarias.
El segundo caso es cuando nosotras le contamos a alguien lo que nos pasa y lo que creemos que necesitamos, y entonces tenemos que escuchar la respuesta que nos tienen que dar al respecto, para así, tal vez, recibir consejo, enseñanza, corrección. ¿Estoy dispuesta a oír ese consejo oportuno o solo busco oír lo que quiero escuchar y cierro mis oídos a todo lo demás? “No hay mayor sordo que el que no quiere oír”, dice el dicho.
La Biblia nos da la pauta de cómo debe ser nuestra actitud como oyentes: “Mis queridos hermanos, tengan presente esto: Todos deben estar listos para escuchar, y ser lentos para hablar y para enojarse” (Santiago 1:19).
Actualmente, manejamos un ritmo de vida en el que, para ganar tiempo, muchas veces llegamos a conclusiones rápidas, damos respuestas o soluciones antes de que se nos hagan preguntas, y antes de llegar a entender una situación, nos frustramos y nos enojamos. Lejos de ganar tiempo, empeoramos las cosas… justamente porque funciona al revés la comunicación, de acuerdo con el versículo anterior.
Por otro lado, si no me gusta lo que me están diciendo —porque me confronta con los cambios que preciso hacer en mi vida para mejorar—, entonces hablo “encima” del otro; o hacemos lo que reza otro dicho: “Nos entra por un oído y nos sale por el otro” (hay muchas frases populares al respecto de este tema, ¡se ve que no es un tema menor!).
Seguramente habrá oportunidades en las que debamos “filtrar” lo que escuchamos para desechar palabras dañinas. Pero a veces aplicamos un “filtro inverso” y dejamos de lado buenos consejos, simplemente, porque no queremos reconocer lo que necesitamos.
Para escuchar al otro, necesitamos aprender a desacelerar, a “bajar un par de cambios” e incluso “bajar la guardia”, y dejar de estar a la defensiva, para prestar atención y mostrar interés genuino por el otro.
¿Es difícil? Y… sí.
¿Es imposible? No.
¿Vale la pena? ¡Totalmente!
Todo lo que vale la pena cuesta y requiere esfuerzo, ¡pero cómo se disfrutan los resultados al final! En este caso, nos permite mejorar nuestra manera de comunicarnos y, por ende, crecer como personas y en nuestras relaciones con otros.
¡Activá esta capacidad tan valiosa de ser una buena oyente para tu bendición y la de otros!