“El cuerpo de ustedes es como un templo, y en ese templo vive el Espíritu Santo que Dios les ha dado. Ustedes no son sus propios dueños.” (1 Corintios 6:19 TLA)

Cientos de veces he leído este pasaje bíblico sin dimensionar lo que realmente significa; a lo largo de estos años Dios me hizo entender que mi cuerpo y templo del Espíritu Santo había sido profanado por uno de los ídolos más comunes: la vanidad.

La vanidad se manifiesta hoy en día de diferentes maneras y no solamente a través de una cirugía plástica, como lo fue en mi caso en mi juventud, sino que podemos verla presente también en las redes sociales, en el consumismo excesivo, en el orgullo desmedido de portar un apellido, en la necesidad de exhibir sus bienes materiales o sus importantes contactos. 

Me he cruzado con personas que, en el afán de mantener apariencias, entran en deudas insostenibles dejando de lado sus gastos prioritarios, afectando así su entorno y relaciones afectivas. Lo que hagamos o decidamos debe ser siempre producto de una revelación de Dios, y no de nuestra propia alma corrompida, porque esa revelación será la que te sostenga firme en cada paso que demos.

“El enemigo se ha encargado de hacernos creer que la creación de Dios, que somos nosotras, es imperfecta y que debemos ‘corregirla’ a nuestro antojo, quebrando así Su diseño original”. 

La Biblia describe que algunos reyes de la época hacían lo malo ante los ojos de Dios llevando al pueblo a la idolatría e inclinando su corazón a dioses paganos. Hoy, seguimos creyendo que “idolatría” es venerar a una estatua o a un santo y nos olvidamos que los “dioses” de este siglo son también todas aquellas cosas que dejan al Señor en segundo lugar y le quitan el sello de autenticidad a Su creación, robándole Su Gloria. Porque somos hechos a imagen y semejanza de Él, y al modificar nuestro cuerpo estamos quebrando el diseño original de Dios.

“Tan solo he hallado lo siguiente: que Dios hizo perfecto al género humano, pero este se ha buscado demasiadas complicaciones”. (Eclesiastés 7:29 NVI)

Esta revelación me abrió los ojos de forma tal que pude darme cuenta que, como cuerpo de Cristo, convivimos con ilusiones y engaños. Porque un implante, un lifting, un aumento de labios, tatuajes, bótox o rellenos adulteran nuestra imagen, creando un ser que no somos: una mentira. El espejo refleja una ficción de nosotras mismas, un experimento creado por nuestras emociones vanidosas e inseguridades que levantan altares idolátricos en nuestra mente y corazón. 

Ese ídolo interno que creamos lleva nuestro nombre. No solo pienses en ídolos como algo “externo” a nosotros, sino al ídolo interno al cual rendimos nuestros recursos y nuestro tiempo. 

El aspecto físico se convierte en prioridad y hasta minimizamos el verdadero motivo de nuestros actos, con la excusa de estar “contribuyendo” en nuestra autoestima; como si el amor propio fuera algo tan superficial como para revertirlo en un par de horas. Como si pudiéramos resolver algo tan profundo como la aceptación, ingresando en un quirófano y arriesgando nuestra vida, como si de algún modo nos perteneciera. 

“Ustedes no son sus propios dueños” dice la Biblia, sin embargo, muchos creyentes elegimos ignorar este extracto de la Escritura, convirtiéndonos en hijas rebeldes y caprichosas.

Con los años, aprendí a escuchar a mi cuerpo ya que, durante mucho tiempo, había creído que podía tomar decisiones sobre él, sin tener la revelación de que siempre había sido templo del Espíritu Santo. Tu cuerpo no es tuyo, sino que es propiedad de Dios.

“Ustedes deberían saber que son el templo de Dios y el Espíritu de Dios vive en ustedes.” (1 Corintios 3:16 PDT)

Ahora bien, resulta importante aprender a detectar si la vanidad está influyendo en nosotras de manera tal que gobierne áreas de nuestra vida. La intención de tu corazón es clave a la hora de identificar si estás teniendo comportamientos vanidosos. Es decir, si disfrutas de exponer tus logros o tus adquisiciones, es probable que debas examinar esas conductas, las cuales pudieran estar siendo afectadas por la vanidad. 

Si has tomado la decisión de confrontar a este espíritu, con la ayuda de Dios, deberás renunciar a ciertos hábitos que quizás están muy arraigados a tu diario caminar; no será una tarea fácil, pero definitivamente será una experiencia liberadora.

Si fuiste bendecida con este artículo, te invito a visitar mis redes sociales y a leer mi libro, el cual contiene mi historia, investigación científica y Palabra de Dios. ¡Bendiciones!

Alicia Pérez Rosa
Licenciada en Teología Ministerial y parte del cuerpo pastoral del Ministerio Cita con la Vida en la ciudad de Córdoba, Argentina. Autora del libro "Volviendo al Diseño Original", es su biografía en la que trata los desafíos de la mujer actual exponiendo su experiencia con la cirugía plástica desde una mirada bíblica y científica.